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Ganancias para las empresas monopólicas pérdidas de tiempo para nosotros

Progreso no es lo mismo que rentabilidad

La mirada ingenua o la interesada entiende que, por ejemplo, las cintas grabadas con opciones que el mundo empresario pone a disposición de los consumidores, del público, de quienes se interesan o necesitan tomar contacto con la organización en cuestión -servicios telefónicos con opciones y en red- son expresiones de progreso.
      Todos, salvo los más jovencitos, recordamos que hace veinte años tales opciones no existían. Durante un largo siglo fueron “las telefonistas” las que establecían (o no) dichas conexiones. Tal vez hace quince años todavía existía eso, el contacto oreja a oreja, ya que no cara a cara.
      -Buenos días, usted se ha comunicado con la Gerenciadora Del Boleto sin monedas. Si usted conoce el interno, márquelo ya. Por ventas, marque el 1; por avisos clasificados, marque el 2; por noticias extraterrestres, marque el 3; por compras en negro, marque el 4; por truchadas con asesoramiento, marque el 5; por lavados de piel, marque el 6; por salidas empresariales con servicio de lunch y dormitorios para destrozar, marque el 7; por repuestos inexistentes pague primero y espere sentado, marque el 8 o aguarde y a la brevedad será atendido.
Comienza allí una musiquita generalmente reiterativa y de dudoso gusto musical (salvo que se trate de un centro de alta vajilla o de cocina en Puerto Madero o Las Cañitas, o de automóviles de más de cien mil dólares en cuyo caso seguramente escuchará usted una música clásica de admirable eufonía), pero en el 99% de los casos ninguna de las opciones ofrecidas coincide con lo que usted necesita o en todo caso, usted duda si se trata de la opción 2, porque usted ha visto en pleno microcentro porteño a unos seres movientes que le parecieron marcianos (pero que en realidad eran “solamente” pelotones antidisturbios) o de la opción 7 porque necesita precisamente los repuestos, pero la info ésa de sentarse lo deja dudando…
    Luego de cinco, diez o veinte minutos, eso depende de su paciencia, una voz cansina le preguntará el motivo de su llamada. Y seguirá internándose en la selva de internos generalmente con cintas pregrabadas y ocasionalmente, ¡asómbrese! con voz humana…
    También puede pasar que usted opte por la opción, digamos 5, y entonces la cinta pregrabada reiniciará allí la nómina de opciones: si quiere asesoramiento para curros con toque porteño, marque 1; si quiere asesoramiento para curros con toque internacional, marque 2; si quiere asesoramiento para curros con toques exóticos, marque 3; si necesita un asesoramiento secreto, marque 4; si quiere asesoramiento para…
     Con el fatalismo que atribuimos con pensamiento eurocentrado a los orientales, hemos incorporado las cintas grabadas y sus menués como una fatalidad histórica, pero con tinte positivo. Porque se lo confunde con una expresión de progreso.
   Las máquinas trabajan cada vez más por nosotros, sería una suerte de pensamiento tácito, rizomático, con el que se reciben tales modificaciones.
Pero la verdad a la milanesa es ligeramente más prosaica. Es una cuestión estricta de rentabilidad.
    El mundo empresario ha descubierto que puede eliminar horas y horas de salario, de “las telefonistas” mediante el cómodo expediente de cargar tales horas al público. En una plaza gigantesca, como Buenos Aires, se trata de grandes números: son horas, centenares, miles de horas diarias perdidas por los clientes, rehenes, cautivos, o como usted, lector, se quiera definir, escuchando pacientemente esas cintas grabadas y sin romper el aparato transmisor ni el asiento o la pared en que se apoya, cientos, miles de horas, cientos de miles de horas que, distribuidas entre muchos usuarios pasan más inadvertidas.
   Para atender diez mil llamadas diarias, una empresa debe valerse de un considerable cuerpo de telefonistas. Estimando un promedio de tres minutos por llamada, diez mil llamadas totalizan más de 500 horas. A jornadas de ocho horas, andamos por los sesenta telefonistas dedicados a establecer las conexiones…
    En cambio, a cargo del “cliente”, es decir, externalizando también este costo (como tantos otros), cada uno debe armarse de paciencia por apenas cinco, diez minutos, o veinte si se demoran las conexiones… Siempre se trata de algo incomparablemente menor, para la empresa, claro, que tener que pagar aquellos sueldos. Con lo cual, el empresario amortiza las instalaciones de las redes telefónicas pregrabadas en relativamente poco tiempo.
   Está claro que para lograr ese aumento de rentabilidad que le ha significado a las empresas monopólicas u oligopólicas desprenderse de esos tiempos de servicio transferidos al otro lado de los muros de la empresa, se ha necesitado cierto despliegue tecnológico sin el cual no teníamos, como no teníamos otrora, cintas pregrabadas con opciones.
   Pero en Buenos Aires, y hay que reconocer que en Argentina en general, la capacidad de adopción de técnicas nuevas importadas directamente del Primer Mundo es altísima; los porteños nos lucimos siguiendo los últimos gritos de la moda, así resulten alaridos, a una velocidad pasmosa.
    Prácticamente toda la vida económica, institucional y comercial de Buenos Aires dispone de estos dispositivos de pérdida de tiempo disperso.
    Conviene ser consciente que semejante despliegue o adelanto tecnológico no proviene graciosamente, no surge de la “rueda histórica del progreso” sino de una aplicación que le ha resultado interesante al mundo empresario.
    Y el interés ha sido uno. Su rentabilidad.
    De lado queda el tiempo social perdido, porque ése no se calcula; el que llamamos tiempo social disperso. Desde la empresa que “brinda” las cintas grabadas es pura ganancia. Para la sociedad, no, porque miles de consumidores perdiendo cinco minutos cada uno insumen seguramente mucho más tiempo, perdido, que el ahorrado por la empresa. Porque la fluidez del contacto entre seres humanos es mucho mayor y más rápida y por lo tanto más eficiente que la establecida a través de opciones a elegir paso a paso en difícil “diálogo” con una máquina.
     Pero las empresas saben que ese tiempo socialmente perdido es más difícil de rastrear y que a menudo cae en jubilados, amas de casa, cuentapropistas, empleados públicos, cuyos tiempos económicos no se cuidan, al menos tanto como el del cronometrado mundo empresario.
     Así nos movemos, nos mueven cada día.

Luis E. Sabini Fernández
[email protected]

Revista El Abasto, n° 105, diciembre, 2008.




 
 


 

 

 

 

 

 

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