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El tránsito porteño

No hay sino que felicitarse porque la sociedad argentina, o al menos la capitalina, está visualizando cada vez más la problemática del tránsito. El régimen de los 20 puntos es un buen ejemplo de ello.
   Pero el tránsito no es un unipersonal del conductor. Se juega, se desarrolla, más como una orquesta sinfónica, con multitud de roles e instrumentos. Y un buen tránsito se lo puede considerar como un ensamble.
   Y lo de las penas a los infractores, con tener su enorme importancia, no es sino un pequeño aspecto de los que hace chirriar a la orquesta de las calles.
   La densidad de la capital, alrededor de 14.000 habitantes por km2, nos permite intuir la complejidad de lo que venimos tratando; por la cantidad de espacio que insume la circulación y el estacionamiento, por ejemplo.
   Tratemos de hincarle el diente a algunos de esos múltiples actores.

El gobierno confunde educación vial y rentabilidad
Las dos empresas que tienen concesionado los servicios de remolque de autos en infracción se dedican, a ganar dinero, hacer caja. De paso, porque es de buen gusto hacer educación vial, tienen su folletería educativa, etcétera. Pero tales empresas son organizaciones lucrativas.
   El reglamento para la administración de los 20 puntos, que entró en vigencia este año, establece máximos y tolerancias (máxima velocidad en una calle, 40 km. pero si el vehículo va a 45 km no se constituye la infracción, si va a más de 50 km. entonces sí), es decir, abandona el concepto de “tolerancia cero”.
   STO y SEC, en cambio, se dedican a exprimir el reglamento al máximo. Un ejemplo: no se puede estacionar a menos de 5 metros de la línea de edificación. Una disposición totalmente sensata para que no se obstaculice la visual de quien cruza o ingrese por la bocacalle y evitar la costumbre de estacionar a veces hasta en la línea de la vereda, obstruyendo incluso bajadas y subidas a la calzada.
   Pero si un vehículo está a tres o cuatro metros de la línea de edificación o incluso si está a dos metros pero de la acera desde la que no se dobla, no tapa la visual de quien quiere entrar en esa bocacalle. Sin embargo, STO o SEC cumplen “con el reglamento”.
   Otro ejemplo: en los estacionamientos medidos, me ha pasado a mí personalmente, el conductor puede llegar a la hora en punto, ver desde lejos que los operarios se disponen a poner el cepo, llegar a la carrera, unos segundos después, y los del piquete, conformado por empleados de la empresa y policía federal, hacen caso omiso, alegando que se pasó de la hora (segundos): estaban con su grúa detenida, aguardando la caída de la aguja. Tolerancia cero, que le llamara el protofascista Giuliani.
   Con lo cual, como pequeño corolario del ejercicio de STO y SEC tenemos un aporte a la esquizofrenia vial. Porque el mismo conductor que en Mataderos o Devoto no se preocupa en absoluto si está a distancia de la línea de edificación, que deja el auto de cualquier modo (total, allí no rige STO ni SEC) cuando transita Barrio Norte o Monserrat tiene que extremar su comportamiento; no sólo dejarlo sensatamente estacionado sino “medir” puntillosamente su sitio.
   STO y SEC son la huella antediluviana de la fiebre privatizadora del menemato.

El gobierno, ¿también confunde educación vial y recaudación fiscal?
En la marejada de reglamentaciones nuevas con las cuales se procura domar el conductor ha surgido una curiosa zona azul. De carga y descarga las 24 horas de cada día, los 7 días de la semana. Como nadie carga o descarga de modo habitual un sábado a las 16 horas o un domingo a las 7 de la matina o a las 18 hs., mi pobre magín solo adivina un motivo para tal dibujo en el cordón, que por otra parte se ve mal de noche: captura de vehículos de incautos y los consiguientes cientos de pesos y de minutos perdidos.
    Es lo que se llama difundir el odio en la calle.

En el tránsito juega o “toca” el conductor, el vehículo y la red de sostén material ¿Y qué pasa con la yeca?
En un país de lo que llamamos Primer Mundo, el conductor tiene que atender, y generalmente está capacitado para hacerlo, a los otros vehículos y a la cartelería que suele estar profusamente al costado de la calzada. El conductor está siempre mirando adelante, a los costados y atrás por los retrosvisores. Y aprende a mirar bastante adelante, a 50 o 100 metros. Por eso no existe alguien en segunda fila que en los últimos diez o quince metros quiera doblar.
   Pero en Buenos Aires, el conductor además de tales miradas, adelante a los costados y atrás, tiene que mirar casi permanentemente para abajo.
   El estado de las calles es tan, pero tan atroz, que el porcentaje de atención que el conductor debe prestar a los pozos y a su esquive, contribuye en no poca medida a infracciones, errores y accidentes.
   Está con mucha sensatez prohibido conducir hablando por celular o andando con auriculares. Porque distrae una parte de la atención que es bueno dedicar plenamente al manejo. Los pozos son como los celulares. Pero el gobierno no parece darse cuenta.
   No sólo no los “prohíbe” es decir, no los repara con la urgencia del caso, sino que incluso tolera la formación deliberada de pozos, a veces bastante profundos en la calzada. Librados al tránsito como “si no pasara nada”. Los “pozos” así construidos son fáciles de reconocer porque son regulares, rectangulares, y a veces no longitudinales sino transversales a la calzada, inesquivables.
   Y está el desgaste. Recórrase la calle Morón, por ejemplo, de Lamarca a Nazca. Y hay varios Gólgotas…

¿Estimular el automovilismo en una ciudad de 14 mil habitantes por km2?
Un trasero humano a bordo de su auto, ocupa unos seis u ocho metros cuadrados. Bastante más que una vaca o incluso un elefante. En el mundo entero, se encaran dos o tres vías de solucíón para enfrentar la densificación urbana, que parece caracterizar a Buenos Aires, cuya población domiciliada no crece pero sí su poblaciòn cotidiana, con más y más “actores” procedentes del GBA: 1) se encara el decrecimiento poblacional, con un movimiento inverso al generalizado, de ciudad a pueblo o a zona rural. No parece muy “actual” para la cultura dominante en Buenos Aires; 2) se apuesta al tránsito colectivo, donde nuestros traseros readquieren dimensiones más humanas, para lo cual en las cabeceras de líneas de trenes se procede a habilitar enormes playas de estacionamiento, para que el automovilista que viene de más lejos pueda dejar el vehículo sin sentirse esquilmado. Es decir, playas de estacionamiento públicas, que no las manejen STO o SEC; 3) se favorece bicisendas y motovías para que un sector poblacional pueda hacer esos desplazamientos, que no exigen tanto espacio y que se están revelando más saludables que el puro automovilismo. Dada la escasez de espacio, favorecer bicisendas es restringir sendas para autos, no hacer demagogia.
   El automovilismo fue “la prueba” del ascenso social hace un siglo en el mundo central y medio siglo por estas latitudes. Pero esa “solución” resultó un problema: el sedentarismo de su uso indiscriminado no es saludable. Y su producción de gases es la principal causa de contaminación aérea planetaria.
¿No será hora de ser menos tilingos y egoístas y más sabios y saludables?

Luis E. Sabini Fernández
[email protected]

Revista El Abasto, n° 115, noviembre, 2009.




 

 

 

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