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El último alarido tecnológico para solucionar “la basura”: el CARE

Nuevos ardides, el mismo veneno

Esta nota no va a llegar a tiempo para que los vecinos que se interesen y puedan, trasciendan el barrio y se vayan a unos 25 km de la capital federal, al corte de rutas nacional 3 y provincial 21, apenas pasando Laferrere, en La Matanza.
   Allí se juntan habitantes preocupados, vecinos organizados o agrupados en AVACE para protestar, el 3 de noviembre a las 16 hs…

Y sin embargo, en un sentido muy literal y cotidiano son nuestros vecinos, o tal vez haya que decir somos sus vecinos. Porque todos los 365 días del año los desechos cotidianos -“residuos sólidos urbanos” con lenguaje de oficina-, más conocida en la calle como “la basura” de toda la ciudad, es decir también la del Abasto, y en realidad, de todo el AMBA (Área Metropolitana de Buenos Aires, que incluye además a los municipios que rodean la capital en los llamados tres cordones) llegan a tres o cuatro sitios preestablecidos para que los vecinos puedan cada día, fresquitos como una lechuga, volver a hacerla.
   Uno de esos sitios “reservados”, “seleccionados” para recibir los desechos cotidianos de 14 millones de habitantes (el censo nos dirá si somos más, como la situación interna del país lo sugiere) es, en La Matanza, González Catán*, al lado del cruce de las rutas 3 y 21. Allí quieren instalar el CARE: Centro Integral de Reconversión Energética.
    En 1976, las autoridades que elegimos o no para regir nuestros pasos cotidianos nos propusieron una “solución”. Maravillosa, limpia, ecológica, moderna. Algo extraordinario.
   En rigor, si las autoridades nos hablan de “solución” es porque había un problema. Un problema que poco y nada se había mencionado. Pero que había. ¡Y cómo! Porque la basura domiciliaria tenía hasta ese entonces dos destinos: el “basurero” recogía las casas particulares y todos esos restos se depositaban en sitios generalmente abiertos, donde cirujas pero también animales, rescataban lo que podían, y en los edificios los porteros la quemaban cada día, cada mañana en los “incineradores” que todo el mundo (o casi) tenía instalados. A las siete de la mañana, rato antes y rato después, el aire de la ciudad se agrisaba, se oscurecía hasta parecer anuncio de tormenta, pero más sombríamente. Un gris plomo que era el mejor caldo de cultivo para enfermedades “respiratorias”.
   Los artilugios técnicos usados, los incineradores quemaban a pocos cientos de grados y habían sido pensados para quemar restos orgánicos y papel. Todo eso, sobre todo papel con tinta negra era quemable y sus restos sólidos no eran ni el 1% original y sus restos aéreos únicamente contribuían al calentamiento urbano, ya entonces visible, aunque nadie hablara de calentamiento global. Pero desde hacía unas décadas, “la basura” tenía cada vez más un convidado nuevo, materiales plásticos, que con toda la plasticidad que su nombre indica, no ligan tan bien con el calor. Siendo un material inventado, no descubierto por el hombre, siendo no biodegradable, su incineración es altamente tóxica. Cuando digo “altamente” quiero significar que envenena y… mata. Seguir quemando “basura” como cuando los plásticos no existían no sólo era estúpido sino suicida.
   Porque todos estábamos invitados a participar, porque el aire es un ente colectivista por naturaleza.
   Así apareció el entierro de basura. Nadie se alarmó hasta por el nombre, tan poco ligado a la vida. Nadie ni siquiera aludió a la oportunidad en que se llevaba adelante la flamante “solución” de depositar desechos sólidos urbanos en zanjones revestidos de gruesas capas de polietileno (se supone que para evitar la contaminación de los suelos, como si el lixiviado no existiera) que era precisamente cuando tanta gente desaparecía de la sociedad argentina…

En resumen, el entierro de basura significa que se levanta un trozo, una franja de la alfombra planetaria y se esconde alli debajo lo que ya no se quiere ver ni sirve para lo que un instante antes había servido…
   El entierro de basura tiene una enorme ventaja práctica frente al venteo, tan democrático para “desparramar” gases: se hace en un, dos o tres sitios, bien delimitado, con lo cual en los hechos y durante estas últimas décadas, sólo un puñado de algún centenar de miles de habitantes de los 14 millones ya mencionados ha tenido que ver u oler los enormes depósitos. Como son “apenas” el 1% o 2% de la población, el resto de la sociedad se ha dejado estar.
   Pero tras el cierre del repositorio de Wilde, las acciones se han precipitado. Cada vez menos municipios están dispuestos a dejarse comprar por un puñado de dólares y ceder suelo para enterrar basura. En realidad, muchos intendentes han querido pero no han encontrado el rincón municipal donde sus vecinos hayan aceptado…
   Y los que todavía funcionan como depósitos o repositorios, enfrentan crecientes y lógicas resistencias.
   Frente a semejante panorama, que venimos arrastrando desde décadas atrás, han brotado los intentos de las re. Reciclar, reusar, remendar…
   Es un intento en el buen sentido, en rigor volver a hacer lo que todas las sociedades siempre hicieron. Pero es una movida que “corre de atrás”. Siempre superada por el impulso “productor”. Porque nuestra sociedad, hipertecnificada y muy comodona, es una enorme propulsora de la producción de desechos.
   El reciclado existe, pero tiene alcances limitados.
   Entonces surgió la nueva solución, es decir el nuevo reconocimiento de que seguíamos en problemas con lo que hacíamos “normalmente”. Es curioso que hagamos “normalmente” algo que se considera nocivo, insensato, inservible, tóxico… “Normalmente” diríamos que quien eso hace está medio colifato.

Pues bien: la solución ahora promovida por el INTI es quemar, volver a quemar toda la basura doméstica para sacarse la tremenda montaña de encima. Una “montaña” que se alimenta con unas 15 mil toneladas diarias…
   El INTI, su director, Enrique Martínez nos asegura que los filtros que ahora se pueden aplicar eliminan toda contaminación de aquella selva química que en los '70 iba a nuestros pulmones.
   Sin entrar a evaluar estos nuevos filtros, porque habría que estar bien seguro no sólo que sean mejores, mucho mejores, sino que no dejen pasar no ya gramos ni miligramos sino ni siquiera microgramos de toxinas al aire (porque algunas son mortales en dimensiones absolutamente ínfimas), la cuestión, el verdadero intríngulis, pasa por otro lado.
   La nueva quemazón, el proyecto CARE, es para convertir basura en energía algo que se intentó en Alemania hace años y se desechó . Esto significa darle el “visto bueno” a la producción de basura. Seguramente van a aparecer los fomentadores de desechos cotidianos para mejorar las posibilidades de combustión de desechos que nos otorgue más energía…

Y esa estimulación del consumo perecedero, efímero, dispendioso, que hoy caracteriza a la “sociedad de consumo” (aunque en nuestras latitudes muchas veces a gatas se pueda hablar de tal) no nos acerca a la solución sino que nos mete más en el problema. Porque el problema que tenemos es que el planeta ya no soporta tanto consumo. Tanta contaminación. O que lo soporta, sí, pero cada vez peor.

Luis E. Sabini Fernández
[email protected]

* Los otros son: José León Suárez y Ensenada. Otro sitio que recibió tales residuos durante décadas y que por la brega de los vecinos fue finalmente cerrado, pero sólo tras erigir montañas de basura encima de los zanjones inicialmente previstos por CEAMSE, es el relleno “sanitario” de Wilde. Los vecinos tienen ahora “colinas” de unos 40 o 50 metros de altura impidiendo la vista de la costa platense. En Wilde hubo una “epidemia” de leucemia infantil. Y como todos saben, la leucemia no es infectocontagiosa y se hace difícil atribuirla a factores “genéticos” cuando en un año se presentan decenas de casos, todos tan próximos al basural… Los vecinos lograron hacer cerrar esa fuente de muerte.

Revista El Abasto, n° 126 , noviembre 2010.



 

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