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Luca Prodan falleció un 22 de diciembre, hace 23 años

El Abasto de Luca

“Mañana en el Abasto” es mucho más que una buena canción. Es la postal de un lugar que a principios de siglo XX era el centro neurálgico de la cultura porteña y que hasta la reapertura del mítico mercado en 1998, esta vez en versión shopping mall, resistió como pudo el paso del tiempo. A continuación, un poco de su historia, sus habitantes y la mirada de Luca.
   Existieron tiempos más felices para esta zona de la ciudad de Buenos Aires. Épocas en las cuales los cuchilleros, las putas, los burdeles, los cantores, los puesteros, las carretas, los gurrumines, los comerciantes judíos, gallegos, tanos cocoliches, y algún Zorzal de nacionalidad desconocida florecían en sus calles de adoquín o tierra apisonada.
   Tras su estadía en Traslasierra y luego en Hurlingham, Luca viene a parar a un barrio inexistente (para la división oficial de barrios). A una zona más o menos contorneada entre Balvanera y Almagro. “Parada Carlos Gardel es la estación del Abasto”. El mercado se pudre como los “tomates podridos” por el sol. Era 1983 cuando Luca llega a Gallo 492. Un año más tarde, el mercado cierra definitivamente sus puertas: “Los bares tristes vacíos, ya”.
   El edificio del mercado y sus zonas aledañas rebosantes de actividad unos años atrás, se convierte en un desierto habitado por nómades que escapando de la pobreza y la falta de oportunidades llegan para instalarse en casas abandonadas, inquilinatos y pensiones de mala muerte.
   Desde las mesas del bar El Destino, Luca observa un panorama extraño y distinto al que estaba acostumbrado a ver en la vieja Europa, mientras la ginebra le hace olvidar la heroína. La esperanza renaciente de los argentinos después de años de oscuridad y represión desconcierta a una mentalidad que mamó una educación europea y por lo tanto etnocéntrica.
   Pero Luca logro adaptarse (aunque nunca pudo tolerar que le pusiéramos orégano a los fideos) y absorbió inmediatamente el espíritu de lo que estaba ocurriendo. Nostalgia, esperanza, tristeza, alegría y pesimismo. Las contradicciones de antaño, cuando los faroles de Buenos Aires resplandecían en la noche vampírica de las milongas, reaparecieron en la mirada de un italiano que cantando varias lenguas al mismo tiempo le devolvió a un barrio con nombre de mercado parte de la esencia perdida.
   La ginebra mató a Luca el 22 de diciembre de 1987. Comenzaron a verse los graffitis que rezaban “Luca Vive” por todas partes y la leyenda alrededor del pelado que cambio la manera de entender el rock nacional se hizo gigante. Y el barrio... el barrio siguió adelante pero las huellas de muchos de los lugares donde la luz de Luca brilló alguna vez todavía están ahí como un fuego inagotable.

Damián Marsicano
[email protected]


Revista El Abasto, n° 127 , diciembre 2010.



 

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