El derecho a la protesta
y su uso político
Cosas que no están
bien hay de sobra. Y protestar es parte
de la democracia. Muchas novedades en
“las nuevas reglas de juego”
necesitan explicaciones. En mi opinión
es una falla del gobierno de turno.
Sin embargo, los últimos acontecimientos
con una serie de marchas plagadas de consignas
poco claras y con mucha bronca en contra
del gobierno nacional han convocado bastante
gente. Situación que merece analizarse.
Claramente hay gente interesada en que
no haya debates ni propuestas -salvo la
palabra en sí como consigna- porque
discutir pone al descubierto los deseos
miserables y mezquinos de los que hoy
convocan a golpear el teflón. Quieren
que se mantenga el status quo de otro
momento. Momento que puede haber sido
bueno para ellos, pero no para la mayoría.
Acostumbrados a usar a los militares,
que durante el siglo pasado golpearon
seis veces a la Argentina, se vienen aggiornando.
Ésta no es ya época para
esos métodos primitivos, ahora
sus semejantes en otros países
latinoamericanos les vienen mostrando
que hay otros caminos en contra de la
voluntad de la mayoría. Como en
Honduras, destituyen con las armas, pero
no sin sumar algún tipo de ridículo
respaldo judicial. En Ecuador y Venezuela
lo han intentado, sin éxito. En
Paraguay desbancaron a su presidente al
ponerle la mayoría del Congreso
en contra.
De algún modo la ruptura con Moyano
y su amenaza con “la quita de votos”
ante diciembre 2013 -especialmente al
aliarse con históricos enemigos
de la presidenta- apunta a reproducir
un desbanque similar, así que estemos
atentos, porque de perder la mayoría
en el Congreso habrá intentos destituyentes.
Y para que este tipo de cosas se efectúen
sin demasiada resistencia hay que previamente
buscar apoyo popular. Así es como
siempre están los grandes grupos
mediáticos detrás, manipulando
a la opinión pública, utilizando
las pequeñas broncas para tirar
hacia su molino. Esa tensión polariza
la situación de cualquiera de nuestros
países. Y con insultos se pierde
debate real.
Mientras, los que buscan combatir la elección
que realizó la ciudadanía
en nuestro país hablan de “crispasión”
por parte de la presidenta, invirtiendo
así los roles al poner de crispados
a los que conquistan poder y no a los
que lo pierden. Recordemos que ella, que
fue elegida con más del 55% de
los votos hace muy poco tiempo y por segunda
(sin incluir el mandato de Néstor
Kirchner) vez, lo “revolucionario”
que hace es intentar incluir a todos los
habitantes para que accedan a cuestiones
básicas como el alimento, el sistema
de salud pública y la educación...
Y fomentar el castigo a los culpables
por crímenes de lesa humanidad.
Por fuera de eso la presidenta ha explicado
una y mil veces que su sistema es “capitalismo
con rostro humano” mientras elogia
a la Barrick Gold y a Monsanto.
Como fuere, siempre hay gente disconforme,
quienes piensan que “con tal o cual
estuvimos mejor”. O envidiosos egoístas
que simplemente les molesta que en un
hospital se pueda atender un extranjero
o que los más marginados puedan
tener unos mangos para alimentar a sus
hijos (con la condición de que
los pibes estudien).
Tan acostumbrados estamos acá a
que “todo vale” que cuando
desde el estado controlan cosas que antes
no controlaban y prohíben o complican
el acceso a otras nos podemos sentir “limitados
en nuestras libertades”. Sin embargo,
para mantener un sistema incluyente hacen
falta ciertas medidas. Lo hacen los países
centrales. Perón dijo, palabras
más, palabras menos, “al
mercado lo controlan los grandes capitales
o el estado”. Si entendemos eso,
podremos entender que la reacción
es porque estamos ya acostumbrados a que
el mercado controle.
Pero más allá del molesto
cepo al dólar creo que lo que más
les jode a unos cuantos es que ella sea
mujer. Y les molesta que pobres y morochos
la quieran. Porque el sexismo persiste
así como el racismo.
Cuando salimos con los piquetes y las
cacerolas en el 2001 fue para ponerle
fin a un modelo controlado por el mercado,
con un gobierno adormecido y debilitado,
luego de que el presidente solicitara
estado de sitio.
Ahora pretenden emular el mismo método
de protesta para ponerle fin a un modelo
controlado por el estado, y nos quieren
convencer de que es lo mismo, mientras
tergiversan el lenguaje llamando “espontáneo”
a algo recontraconvocado y reputean una
“dictadura” cuando cada uno
dice lo que quiere sin represalias. Por
suerte somos muchos los que no nos chupamos
el dedo.
Rafael Sabini
[email protected]