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“La capital de una Nación, en todas partes, es la ciudad o lugar en que residen todas sus autoridades nacionales. En el Plata, no es eso solamente; es mucho más.
Es la ciudad en que se encuentran, por razones de geografía, de historia y de tradición, las fuerzas y elementos naturales del Gobierno nacional (…)
De ahí viene que tras la ausencia de una capital,
lo que realmente faltaba, era la existencia de una nación,
en el sentido de un Estado idéntico, y más o menos consolidadoen un solo cuerpo de la Nación.”

Juan Bautista Alberdi


El inquilino

En 202 km2 habita el espíritu de la Nación Argentina.
No siempre fue así.
Del primer fuerte construido por los conquistadores con las maderas quebradizas de un barco que nunca regresó a casa, la sombra de las historias de canibalismo, los ahorcados sin piernas de los dibujos del cronista Ulrico Schmidl, aquel rancherío bautizado Trinidad en segundas nupcias, la olvidadita del virreinato del Perú y de los barcos mercantes que preferían el Pacífico al Atlántico, las historias de contrabandistas y corsarios, las varias veces invadida y defendida con gloria a fuerza de sangre negra y criolla, el paso del tiempo se cuenta por tres siglos que de algún modo desaparecen dejando mínimas huellas visibles en la historia de Buenos Aires. Lo colonial cedió ante esta nueva y eterna ciudad que cada mañana –cuando los porteños abren los ojos– aparece como si siempre hubiese sido así. Eterna como el agua y el aire, diría Borges.

Desde 1810 hasta 1880 la cuestión capital estuvo en el eje de todas las disputas entre los diversos actores del poder. Para muestra basta la imaginería de Domingo F. Sarmiento que en 1850 desde su exilio en Chile propuso crear Argirópolis. El acontecimiento más significativo y que prolongó la indefinición por casi tres décadas fue la sanción de la Constitución Argentina en 1853 a la que Buenos Aires no adhirió principalmente por esta cuestión central: la negativa a transferir a la ciudad de Buenos Aires para que forme parte de una estructura política más integradora. Mientras tanto, en ese tiempo con características de limbo, las incipientes instituciones republicanas funcionaron en capitales provisorias trasladándose como peregrinos en su propia tierra.
La insistencia del Partido Autonomista en no entregar la ciudad de Buenos Aires como lugar de residencia de las autoridades nacionales, provocó los crudos enfrentamientos ocurridos en los combates de Barracas, Puente Alsina, Los Corrales Viejos, Constitución. Fue así que por medio de la sangre y el enfrentamiento de más de 20.000 hombres la Batalla por Buenos Aires tuvo su corolario con la sanción del decreto de federalización de Buenos Aires, el 6 de diciembre de 1880 afirmando que la residencia de autoridades nacionales se establecería en la ciudad que – al federalizarse – disolvía la condición de huésped intruso a la que habían estado sometida desde la independencia.
Se hace visible entonces la directa relación con la inscripción de la noción moderna del Estado Nación que conlleva el pasaje de una urbanización básica y funcional a los usos y costumbres de la época a las cualidades actuales de la ciudad. Es así que podemos decir que en aquellos tiempos coloniales originarios la diagramación manifestaba el espíritu de las autoridades en los edificios y los espacios comunes. Pero adolecía de una idea que emergió de modo irreductible a fines del Siglo XIX y principios del XX: lo público.

El Estado Nación y lo público es una amalgama que debió esperar hasta pocos años antes del centenario para cobrar la forma con la que hoy conocemos sus manifestaciones y su alcance. En los tiempos del régimen colonial, la existencia de espacios de tránsito por fuera de las casonas, los almacenes, las iglesias, el cabildo y la residencia de las autoridades en el complejo y mutante trayecto de nuestra historia no referían precisamente a la existencia de lo público como categoría. Y esto es lo que se hace presente como interés junto a la conformación del Estado Nación. Es por lo expuesto que la definición de Buenos Aires como Capital Federal no sólo cerró la disputa acerca de la residencia de las autoridades nacionales sino que abrió un camino de transformaciones profundas en la fisonomía de la ciudad no sólo en lo estructural y edilicio, sino también en la significación que adquirió: desde entonces se constituyó – al decir de Alberdi – en nuestra ciudad-nación.


Árboles en Flor

“Queda plantado por mis manos un árbol
en conmemoración de esta fiesta.
Es la magnolia americana
del bosque primitivo,
con su blanca flor salvaje
que pueblos numerosos de la América
enredaban en el suelto cabello
de sus jóvenes mujeres,
como símbolo de pureza”

Presidente de la Nación, Nicolás Avellaneda
(11 de noviembre de 1875 en la ceremonia
de inauguración del Parque Tres de Febrero)

En vísperas de los festejos del Centenario, llegó a la Argentina un periodista y escritor francés: Jules Huret. Conformaba la comitiva europea de cronistas, cuyo fin era indagar sobre la vida en la Argentina. Finalmente este francés escribió tres libros sobre nuestro país. En uno de ellos al que le puso por título “La Argentina”, presentó a Buenos Aires como “una de las ciudades más forestadas del mundo”. ¿Acaso Jules alucinó o exageró?...
En la actualidad podemos ver a Madrid cuya superficie es de 605 Km2 y cuenta apenas con un árbol cada 16 habitantes; Nueva York tiene casi medio millón de árboles (pero en una superficie de 1213 Km2) y con sus más de 8 millones de habitantes guarda la misma baja proporción que Madrid. París, al contrario, con sus casi 480 mil árboles en sus 105 Km2, tiene uno por cada 4 parisinos. Mientras que la Ciudad de Buenos Aires, tiene 423 mil árboles –uno por cada 7 porteños-, pero todos están en sus 200 Km2. Esta correspondencia casi ideal a lo que propone la OMS, no siempre fue así, sino todo lo contrario.


Allá lejos y hace tiempo

El origen de la plaza española se remonta al medioevo y en la coexistencia de dos culturas diferentes en un mismo territorio – la cristiana y la musulmana – de las que emergió un producto integrado y exportable a nuestra América conquistada: una plaza que reconoce su nacimiento como “sitio de mercado”. De éste modo, el elemento más importante utilizado en aquel proceso de urbanización que llegó con Juan de Garay lo constituyó la Plaza Mayor.

En los dos primeros siglos de vida de la ciudad de Buenos Aires la palabra plaza designaba un sitio de mercadeo primitivo – baldío o hueco – que servía de parada a las carretas que llegaban con todo tipo de productos y servían a la vez de puestos de ventas. Del mismo acto fundacional se desprendieron algunas de sus funciones más importantes como la de sitio de justicia, de religión, de administración y de milicia. Al ser lugar de encuentro fue, por herencia, el primer mercado de Buenos Aires. Los juegos y las mascaradas fueron alternándose en el tiempo con la lectura de los edictos, las fiestas del Santo Patrono o de algún triunfo militar. En 1803 fue complementada como mercado techado con la construcción de una recova de dos pisos con locales comerciales que dividió al espacio único: surgieron las denominaciones de Plaza del Mercado y Plaza de la Victoria.
La Buenos Aires colonial se caracterizó por la ausencia de fuentes proveedoras de agua de consumo y para lavado de la población; estas necesidades se cubrían por los aguateros o los aljibes. Por otra parte los numerosos arroyos y arroyuelos que surcaban la ciudad la convertían en una zona siempre inundada.
Aquella lejana Plaza, paisajísticamente hablando, fue por mucho, mucho tiempo, un baldío encharcado o polvoriento al igual que su entorno urbano. En doscientos años sólo sufrió un cambio y fue hacia alrededor de 1780 cuando el virrey Vértiz mandó crear el Paseo de la Alameda. Una calle de cuatrocientos metros de longitud rodeada de sauces y ombúes. Se deseaba crear un "clima acogedor para quienes pasean a pie, a caballo o en carruajes" y desde ese momento se constituyó en el primer paseo público.
Sobre este modelo colonial de ciudad sin verde, que se extendió durante cien años más, llegaría el modelo francés que cambiaría aquella concepción del espacio público de Buenos Aires radicalmente.
La Nación, Lo Público y la Ciudad de Buenos Aires


Desde 1850 a 1880 podemos establecer una franja de coexistencia de los dos modelos: el español en retroceso y el francés en avance. Es entre esos mismos años que en Argentina se debate la “cuestión Capital”. Buenos Aires le “presta” a la Nación una suerte de hospedaje precario en la Ciudad y la Nación anda nómada con su Capital itinerante.
Por esos días, Prilidiano Pueyrredón, hijo del Ex Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata regresó en 1854 de París, donde se había formado como ingeniero, aunque su pasión era la pintura. Fue el quien proyectó y ejecutó una reforma que resignificó definitivamente – luego de casi tres siglos – la imagen de la tradicional Plaza Mayor, convirtiéndola en un primitivo modelo de plaza pública tal como lo entendemos hoy: reconstruyó la Pirámide (el primer monumento público evocativo de la Revolución de Mayo), instaló asientos, pavimentó, formó jardines en canteros y plantó 300 paraísos en hilera. A su alrededor colocó una cadena sobre postes que sólo permitía el paso de los peatones. Ello, impactó favorablemente en los habitantes de la ciudad y el modelo quiso ser prontamente imitado, reformándose las plazas de la de Concepción, Montserrat, Lavalle y Lorea. El modelo del paseo público francés había dado su primer paso. Faltaba lo mejor.
Aquella Ciudad-Puerto comenzaba a ser recreada con una mirada estatal que torcía la ocupación y disfrute del espacio público por parte de la aristocracia porteña y el “orden conservador”. La ideología de sostén del nuevo poder en ejercicio, en las que el parque público respondía a básicas premisas de higiene, ornato y recreación de masas, integraba en esa nueva propuesta paisajística una misión social a cumplir por el Estado-Nación: hacer realidad el ideal de igualdad. Esta Nación que cumpliría su Centenario, sin tener aún asiento efectivo, lo soñaba en esta Ciudad a través de sus prácticas gubernamentales. Una obra pública colosal realizada en medio de una gran crisis económica sería la prueba de que no sólo terminaban tres siglos de modelo español de ciudad sin verde, sino el fin del bloqueo de la organización final de la república al ejercer una autoridad indiscutida sobre todo el país en el acontecimiento político de federalizar finalmente la Ciudad de Buenos Aires. Aquella obra estatal-nacional a la que hacemos referencia fue la creación del Parque Tres de Febrero en Palermo.


El Rey de las Flores

“Al Rey de las Flores
lo conocí por la tarde, hace algún tiempo.
Me llamo la atención su tono
de arcoíris en la piel
y su corona de papel.
El Rey de las Flores
tiene su pueblo en un bosque muy remoto,
dos pulgadas detrás del sol.
Cada inquilino en una flor
y en cada piso está el amor.”

Silvio Rodríguez

"El gusto por los jardines de cualquier dimensión que sean
es una de las más caracterizadas expresiones
del grado de civilización alcanzada por una Nación"

Carlos (Charles) Thays

En 1891, un francés llamado Charles Thays, recorría a caballo todo el país buscando plantas, árboles y flores para ornamentar la ciudad de Buenos Aires. Ganó por concurso la Dirección de Parques y Paseos de Buenos Aires donde se desempeñó desde 1891 hasta fines de 1913. La Argentina a la que llega Thays es “un país en formación y que debía asimilar a enormes masas de inmigrantes construyendo una historia común a todos”3. Acepta construirla entre nosotros, nacionalizándose y haciéndose ferviente “argento”. Creó el Jardín Botánico de Buenos Aires y otras maravillas como el Parque 3 de Febrero “moderno”, los parques Ameghino, Los Andes, Centenario, Colón, Patricios, Chacabuco y Pereyra; las plazas Rodríguez Peña, Castelli, del Congreso, Brown, Solís, Olivera, Matheu, Francia, Balcarce y Britannia. Remodeló el Paseo Intendente Alvear, el Parque Lezama, el Parque Avellaneda más todas las plazas ya existentes (entre ellas la Plaza de Mayo) y ocho plazoletas nuevas. También dejó marcas por la ciudad con la creación de jardines en hospitales, regimientos y edificios públicos. Es gracias a su maestría que la Ciudad se tiñe del azul-violeta de los jacarandás, así como sucede lo propio con los castaños en París; con los ginkos que amarillean el otoño de Manhattan; con los tilos de Berlín o con los plátanos de Londres. Los árboles de Buenos Aires son un sentido de identidad.

Thays sostenía que la jardinería y los parques igualaban (como esa institución dadora de subjetividad ciudadana que es la escuela) y debían estar dirigidas a todo el pueblo. Esta es parte de la herencia que dejó este argentino por opción en nuestro país. Pero fue por más: este paisajista estudió la flora local y propuso la creación del primer Parque Nacional en Iguazú, coadyuvando a nuestra soberanía y siendo así el primer país latinoamericano y tercero en el mundo en crear la figura jurídica del Parque Nacional.
En el Centenario de su nacimiento, La Prensa manifestó que: “Su memoria está en las plazas que proyectara, en los parques que estableciera, en los doscientos cincuenta mil árboles que en las calles de Buenos Aires plantara, en sus árboles, en los ejemplares ilustres que aquí aclimató, en las especies autóctonas cuya bondad descubriera y encomiara, en las colecciones refinadas y eruditas, en los sencillos álamos, en los paraísos de sombra maternal, en las acacias con reminiscencia de París, en los pinos con saudades de Italia. Su memoria en los árboles que sembrara, en los árboles, esos amigos incomparables del hombre a quien tan poco piden y tanto le dan. Y también está su memoria, en los corazones de los que aman a los árboles”.
Desde 1891 con Thays – y sus descendientes – como el gran impulsor y jardinero de Buenos Aires, la Ciudad se volvió verde. Los porteños del presente actual, viven de la herencia de los años del esplendor de la Nación. Ese casi medio millón de árboles que rodean las callecitas y avenidas de la Ciudad de Buenos Aires, o que se encuentran en sus gloriosos parques públicos, cumplieron más de 100 años por lo que ya se hallan en el período final de su vida.
¿El Sr. Berreta… también dirá que sólo sirven como leña para el asado?


Brujas Porteñas

Ante la pregunta de los periodistas del programa `Hola Chiche` en radio Mitre sobre qué va a pasar con los históricos vagones belgas "Le Burgueoise", Rodríguez Larreta, en tono jocoso, dijo primero que "estamos pensando ponerlos en una plaza para teatro para chicos" y luego sugirió que podrían servir "para un asado, mientras nos inviten".
El primer crucigrama de la historia fue publicado en el suplemento FUN del diario New York World el 21 de diciembre de 1913, el 28 de Julio de 1914 estallaría la primera guerra mundial, el 7 de mayo de 1919 nacería Evita y recién el 10 de junio de 1943 Ladislao y Georg Biro y Juan Jorge Meyner patentaban la Birome. Aunque todos estos acontecimientos aun no sucedían, Buenos Aires ya había inaugurado el 1 de diciembre de 1913, la primera red de transporte subterráneo de América Latina y el hemisferio Sur.
El paso de aquel Buenos Aires de 1903 donde vivían 895.381 personas a otro que en 1913 albergaba 1.457.885 almas, mostraba con claridad que la ciudad se expandía y junto con ella sus gentes. Los tranvías aportaban lo suyo pero la monopolización impuesta por las empresas eléctricas aceleró los debates sobre la construcción de un sistema de transporte subterráneo. La Reina del Plata soñaba con seguir el progreso alcanzado en Londres, Atenas, Estambul, Viena, Budapest, Glasgow, París, Boston, Berlín, Nueva York, Filadelfia y Hamburgo.
Las disputas por la concesión a las empresas constructoras no fue menor. Ya en 1886 una casa comercial solicitó al Congreso de la Nación construir un "tranvía subterráneo" entre la Estación Central del Ferrocarril y la Plaza Once. En 1889 Ricardo Norton solicitó la concesión por perpetuidad para instalar dos ferrocarriles subterráneos, y ese mismo año otra propuesta fue presentada al Concejo Deliberante de la ciudad pero el Ministerio del Interior le negó a la Intendencia la facultad de concesionar construcciones en el subsuelo de la Ciudad. No pasaría mucho tiempo más hasta que la decisión de construir el sistema de transporte subterráneo fuera irreversible. En 1894 se decidió emplazar el edificio del Congreso en su lugar actual, y así fue que el subte apareció como la mejor idea para acortar el tiempo de viaje entre la Casa Rosada y el Congreso.

El 15 de septiembre de 1911 comenzó su construcción realizada íntegramente a cielo abierto, e implicó a 1.500 obreros, 31 millones de ladrillos, 108.000 barras de 170 kg de cemento, 13.000 toneladas de tirantes de hierro y 90 mil m² de capa aisladora. También, y sin faltar a la historia, se cobró varias vidas.
El día miércoles 15 de mayo de 1912, la sección que abarcaba Avenida de Mayo hasta casi esquina Chacabuco se desmoronó apenas pasada las seis de la tarde con los obreros que trabajarían en el turno noche ya en sus puestos. Al derrumbarse la parte de murallón que daba al Norte arrastró enormes piezas de hierro que formaban parte de la tirantería dejando sepultado a un grupo de obreros. Frente a la magnitud de la catástrofe los bomberos al mando del capitán Gil llegaron rápidamente y organizaron el rescate de las víctimas que resultó sumamente dificultoso, pero la valentía y la celeridad de los bomberos lograron extraer de entre los escombros a varios obreros en grave estado que fueron auxiliados por la Asistencia Pública y luego trasladados al hospital San Roque. Quienes no corrieron la misma suerte fueron los obreros italianos Salvador Vaca y Antonio Salas cuya sangre fue el triste bautismo que recibiera la Línea A. Así como la revista Caras y Caretas, recuerda el penoso acontecimiento en su edición del sábado 18 de mayo de 1912, estos humildes escribientes proponen que algunas de las estaciones recuerden sus nombres.
Cuenta la leyenda que en el proyecto inicial se realizaría otra estación más, entre Pasco y Alberti, pero debido a este derrumbe la estación no fue terminada. Allí, como no podía ser de otro modo, para los atentos pasajeros del presente aparece una estación fantasma mostrando los rostros llenos de tristeza de dos operarios que aun se encuentran sentados allí, esperando.
De lo que sí da fe la historia –y con un final penosamente vergonzoso– es del atentado terrorista que sufriera la Línea A, el día 15 de abril de 1953, donde estalló una bomba construida con 100 cartuchos de gelignita en la estación Plaza de Mayo. Entre los participantes del atentado, se encontraba el dirigente radical Roque Guillermo Carranza, apodado “El Ingeniero” quien ubicó el explosivo en una casilla bajo un tablero eléctrico en el andén. Los destrozos materiales fueron cuantiosos y afectó a una formación estacionada e instalaciones fijas. Sin embargo, lo más grave fueron las víctimas que produjo el atentado: 5 muertos2, 90 heridos y 19 mutilados permanentes. Aquel Carranza terrorista con el paso el tiempo durante el gobierno del Dr. Raúl Alfonsín, ocupó la cartera del Ministerio de Obras Públicas que abandonó el 25 de Mayo de 1985 para pasar a ser el titular del Ministerio de Defensa debido al fallecimiento de Raúl Borrás, su antecesor en el cargo. Lo más inmoral de esta historia, es que las autoridades del Subterráneo de Buenos Aires pusieron su nombre a una estación del subte D inaugurada el 29 de diciembre de 1987. Cuando se homenajea a un criminal poniéndole su nombre a un monumento o a un espacio público y se borran los de las víctimas algo está muy mal. Y como ninguno de los nombres de las víctimas son recordados en absoluto, en este espacio – a modo de lavar esa deshonra que a diario viven los porteños al pasar por esa estación y en homenaje a los familiares y amigos de las víctimas mortales que aun viven – los recordamos: Santa Festigiata de D`Amico, Mario Pérez, León David Roumeaux, Osvaldo Mouché y Salvador Manes.

Volviendo a nuestras brujas, fue así que con sus penurias y esfuerzos la primera línea del subterráneo construida por la Compañía de Tranvías Anglo Argentina fue inaugurada el 1 de diciembre de 1913 y unía las estaciones de Plaza de Mayo y Plaza Miserere. Teniendo en cuenta el alto nivel de analfabetismo que existía en cada estación se dispusieron frisos de diferentes colores para facilitar su identificación. Al día siguiente de su inauguración, 170.000 pasajeros viajaron disfrutando de las delicias de los coches La Brugeoise, bautizados Las Brujas por haber sido construidos en La Brugeoise et Nicaise et Delcuve, de la ciudad de Brujas (Bélgica). Los coches contaban con seis ventanales provistos de cortinas para proteger a los pasajeros de la luz solar cuando realizaban el recorrido a nivel. El interior estaba completamente revestido en madera e iluminado por 38 lámparas incandescentes, dispuestas en artefactos luminosos construidos en bronce al estaño y tallados con formas de hojas de acanto. Los asientos estaban tapizados en cuero escarlata, y distribuidos en cuatro juegos enfrentados en la parte central del salón. Los que estaban contiguos a las puertas los ubicaron en forma lateral permitiendo la existencia de mayor espacio para los pasajeros que viajaban de pie y así facilitar la circulación en el interior. Muchas unidades se fabricaron luego en el país siguiendo el modelo original debido al incremento del caudal de pasajeros, y algunos detalles han ido cambiando con el paso del tiempo. Lo que fue y es su distintivo y los viajeros de la Línea A no olvidarán jamás es el aroma que distingue su trayecto producto de la fricción entre las zapatas de madera de lapacho, impregnadas en creosota y las ruedas al momento de frenar. Ese aroma, es parte de la dimensión intangible del patrimonio de la ciudad.
Como también es parte de esa dimensión intangible, la imaginación que despierta su magnificencia, su encanto y la inquietud que despierta su trazado. El destino del UM86 en la película Moebius –el increíble thriller laureado internacionalmente realizado por Gustavo Mosquera y un grupo de estudiantes de la Universidad de Cine de Buenos Aires – muestra la trascendencia de la dimensión simbólica de esta construcción pensada por el hombre y puesta a disposición de los habitantes de la ciudad que se erigía como el rostro de la nación. Y así como en la película un tramo del subte desaparece delante de la vista de todos y los burócratas se quedan sin hacer nada al respecto, hoy, la Línea A está desapareciendo delante de la vista de todos pero esta vez de la propia mano de los burócratas que son perfectamente conscientes de lo qué están haciendo. Lo más triste de esta historia es que se cumpla la sentencia que enuncia Daniel Pratt, el personaje protagonista de Moebius: “vivimos en un mundo donde ya nadie escucha”.
Como fuere, ni los fantasmas, ni las teorías de la ciencia se han burlado de esta obra maravillosa que invisiblemente recorre la ciudad y le brinda ese encanto y ese espanto al que es imposible sustraerse.
Como intentamos mostrar hasta aquí, fue en su momento el Estado Nación quien en todo su fulgor pensó e imaginó estos símbolos de progreso, bienestar y belleza para todos los habitantes de la ciudad y la nación. En su aspecto más sutil advertimos que fue necesario el cese de la condición de huésped indeseable que las autoridades nacionales ostentaban respecto de la ciudad de Buenos Aires a través del acto político de convertirla en Capital Federal de la Nación Argentina. Ese giro copernicano permitió que la Nación dejara de ser un espíritu vagabundo por el territorio de la patria y encarnase en un rostro visible tanto para propios como para ajenos. De ese modo, aquel terreno yermo, hostil, colonial y súbdito, que tanto sufrimiento había costado emancipar en 1810, comenzó su tránsito indeclinable hasta convertirse en la Reina del Plata. Y las oscuridades y sufrimientos de las políticas de sus gobernantes no pudieron ocultar la fuerza significante de sus huellas promotoras de un espíritu nacional plasmado en el patrimonio cultural que la ciudad de Buenos Aires alberga. Patrimonio que pertenece a quienes la habitan y a todos los argentinos. Es por ello que cada rincón que la singulariza, cada sueño de futuro plasmado en sus espacios públicos, cada recuerdo del progreso materializado en pequeños objetos o grandes obras, es signo viviente del esfuerzo monumental del conjunto de la sociedad argentina y por esas razones se convierte en un legado irrenunciable para las generaciones futuras.
De allí que su desprecio, su burla o su destrucción es una ofensa que ningún argentino bien nacido debería permitir.

Viviana Demaría y José Figueroa
[email protected]

Referencias
1 Alberdi, J. - La República Argentina consolidada en 1880 con la ciudad de Buenos Aires por Capital – en Botana, N. y Gallo, E. De la República posible a la República verdadera (1880-1910), Biblioteca del Pensamiento Argentino III, emecé.
2 Félix Luna afirma que fueron 7 los muertos, en Bombas e incendios en 1953 publicado en revista Todo es Historia de Buenos Aires n* 235 de diciembre de 1986. Hugo Gambini afirma que los muertos fueron 5, en Historia del peronismo vol. II, Buenos Aires 2001 Editorial Planeta Argentina S.A. ISBB obra completa 950-49-0226-X Tomo II 950-49-0784-9, pág. 210.
3 Berjman, Sonia (1998) Plazas y parques de Buenos Aires: La obra de los paisajistas franceses. Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires.


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Revista El Abasto, n° 152, febrero 2013.

 

 

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