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“Una empresa sucia y sórdida,
concebida y ejecutada
con un espíritu de avaricia
y pillaje sin paralelos”

Times de Londres, 1806

Una calle en Villa Luro evoca a quien ideara el plan del saqueo del Tesoro de la Real Hacienda de Buenos Aires. Se trata de William Pío White. La dichosa arteria nace en Avenida Rivadavia al 9202. Rivadavia, fue abogado defensor de White en un juicio en 1803. Había nacido en Massachusetts, el 11 de octubre de 1770. Llegó a Buenos Aires en 1797, luego de un largo periplo. En uno de esos viajes trabó amistad -e hizo sociedad comercial- con un marino inglés que años después llegaría a Comodoro de la Real Armada y sería condecorado Caballero del Imperio: Sir Home Popham. Ambos habían sido socios en el tráfico de esclavos. En 1805, cuando Popham toma la Ciudad del Cabo, Pío White le envía una carta contándole de la existencia en el Fuerte de Buenos Aires de una gran remesa de oro y plata llegada de Potosí, de Santiago de Chile y de Lima. Añade que la capital del virreinato está desguarnecida y que posee colaboradores para invadirla con éxito. Sir Popham (acostumbrado a comandar ejércitos privados para la “British East India Company”) queda entusiasmado. Si todo sale bien, se quedaría con una parte del tesoro y además, incorporaría un nuevo territorio para su Graciosa Majestad. Ataca -sin autorización real– a la ciudad de Buenos Aires en 1806. Popham finalmente será quien menos cobre por su aventura privada sobre el Río de la Plata y ni el Rey le agradecerá sus servicios. Pío White finalmente hará buenos negocios (traficando armas) con la Revolución de Mayo. A él se le debe la flota que comandaría Guillermo Brown, y la fuga de Beresford en 1806.

Celestes y Blancas

Cuatro años antes de 1810 desembarcaban en estas tierras los soldados británicos que venían de combatir en Estados Unidos, en Francia, en la India, en el sur de África. Traían estandartes, banderas, instrumentos musicales, armas templadas al fragor de las luchas y prolijos uniformes con chaqueta roja y su característica falda. Un impecable ejército imperial.

Mientras tanto, aquí, en las costas del Río de la Plata, un joven virreinato descubriría la bravura de sus hombres. Tres escuadrones nacieron para la ocasión de enfrentar el saqueo británico. Unos vistieron chaqueta azul, con alamares de plata; otros chaqueta verde con adornos dorados y finalmente el tercer grupo vestía chaqueta granate con cordones de seda. Esos hermosos uniformes eran portados por los jefes y algunos adinerados que podían acceder a las telas. Los tres responsables al mando que guiaban a los voluntarios le dieron como nombre sus apellidos a cada escuadra. Sumaban 533 jinetes los integrantes de la primera milicia criolla, aquellos voluntarios organizados por Pueyrredón, quiénes entrarían en combate el 1 de agosto de 1806 contra los 600 soldados escoceses del 71 Regimiento de Highlanders.

El grueso de las tropas de Buenos Aires, vestía de civil. El único uniforme que llevaban era su valor, y como única insignia un ramo de cintitas celestes y blancas. No. No eran las de French y Beruti. En ese momento de la protohistoria de la patria, fue el Pbro. Vicente Montes Carballo quien se ocupó de poner en cada pecho criollo una cinta celeste y blanca, de "la medida de la virgen" de Luján, como escudo protector para que los ampare. A esa chusma que no tenía para uniformes, la esperanza en los milagritos de la virgen fue suficiente consuelo ante la inminencia de la muerte en la batalla.

Así, aquella pagana tradición hispana – la de tomar un color del manto y otro del vestido de la Virgen– fue la que finalmente “escudó” a esos generosos caballeros criollos sin linaje que defendieron la patria.

Treasure

El economista Néstor Forero, sostiene que “el tesoro robado en la primera invasión, representaría hoy -actualizado a un interés anual del 6%-, más de 86.000 millones de dólares”. Por su parte, Ian Flechter, calcula (sin el interés) que lo depositado en el Banco de Londres en 1806, ascendería -a valores actuales- a unos 18 millones de Libras Esterlinas.

El domingo 12 de septiembre de 1806, y tras 57 días de navegación, el HMS Narcissus, al mando del Capitán Ross Donnelly entró al puerto de Portsmouth. La fragata a su mando, transportaba 30 toneladas de plata, y también los documentos de Sir Home Popham y el General William Carr Beresford sobre la captura de Buenos Aires. Esa noche, el Times de Londres preparaba la noticia que divulgaría en su edición de la mañana. “Tenemos que felicitar al pueblo por uno de los hechos más importantes de la actual guerra. Buenos Aires en este momento forma parte del Imperio Británico”, afirmaba. No era así, ya que el 12 de agosto, Buenos Aires había sido reconquistada.

Ajenos a ello, ante el consejo de ministros, el Rey Jorge III declaró “conquistada la ciudad de Buenos Aires”. Los londinenses viven un día de algarabía. Temprano, a las 7 de la mañana, una triple salva de cañones da comienzo al recorrido -entre ese puerto y Londres- de una caravana triunfal: ocho carros van camino al Banco de Londres, cada uno lleva una cinta escrita en oro que dice “Treasure” (tesoro), escoltados por la marinería. Lo apresado constaba de 1.086.208 libras. Recién en 1808. unos doscientos noventa mil fueron repartidos de la siguiente forma: el general Baird, recibió 23.990 libras, el general Beresford 11.195 libras, el comodoro Popham 7.000 libras, los capitanes y tenientes de marina 750 libras, los alféreces de marina 500 libras, los suboficiales 170 libras, los soldados y marineros 30 libras.

En el Museo de la Ciudad de Londres, en la zona del Barbican, hay una vitrina en la que cuelga una espada ceremonial de oro y diamantes regalada por la Corporation of London al teniente general sir (luego vizconde) William Carr Beresford por la toma de Buenos Aires en 1806.

God Save the King

En 1805, dentro del marco de las “Guerras Napoleónicas”, se enfrentaron las armadas del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte al mando del Almirante Nelson, contra una flota combinada compuesta por la Marina Imperial del Imperio Francés y la Marina Real Española del Reino de España. Se trató de la “Batalla de Trafalgar”. Se enfrentaron 77 navíos y la victoria fue para Gran Bretaña. El resultado le otorgó a los británicos el dominio absoluto de los mares durante la totalidad del siglo XIX. Al Reino de España, le dificultó el tráfico comercial y militar así como el control de las colonias españolas en América. Era el año 1805.

Frente a las costas del Río de la Plata, es desplegado un aparato bélico sin precedentes en esa década. Una flota de 74 navíos de guerra y buques mercantes, junto a un ejército de 12.000 hombres vienen al mando del General John Whitelocke: “Gobernador y Comandante de las Fuerzas de su Majestad Británica en la América del Sur”, cargo que nunca asumirá. Obviamente, el objetivo es recuperar y anexar el sur del continente americano al Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda. Era el año 1807.

Junto a las fuerzas reales, viene también un contingente de la “British East India Company”. Una Compañía comercial formada por un grupo de empresas y hombres de negocios con derecho real de capitanear ejércitos y formar alianzas, declarar la guerra o establecer la paz. Vienen con sus propios barcos, su exclusiva bandera y su ejército privado. Primero rinden Montevideo. Allí, forman la primera milicia sudamericana que sirve a George III: la “1st Royal Regiment of South American Militia” y editan un diario bilingüe: “The Southern Star”. Vienen por todo.

Un año antes -1806- el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda utiliza el hecho de que el Reino de España es técnicamente un aliado del Imperio Francés como la justificación perfecta para iniciar la guerra en América del Sur contra sus colonias. Pero, desde un siglo atrás existían opiniones y planes británicos para apoderarse de las colonias españolas en Sudamérica, y todos comenzaban por el Río de la Plata, al que califican como uno de los mejores lugares en el planeta para establecer un emplazamiento. Dicho Plan, se llamó “Maitland”. El hecho previo a 1806, será la conquista de la colonia holandesa del Cabo de Buena Esperanza en África, por parte de una fuerza expedicionaria al mando de Sir Home Popham.

El General William Carr Beresford había tomado el control militar de la ciudad de Buenos Aires. De esta última, había sido “Gobernador” por 46 días. El 13 de septiembre de 1806, el Times de Londres se regocija con una noticia: “En este momento, Buenos Aires forma parte del Imperio Británico”. Pero un mes antes, el 12 de agosto, ya había sido reconquistada.

En el ínterin, el ex Gobernador de la flamante Colonia de su Majestad Británica había solicitado ayuda militar a la metrópoli para mantener la ocupación. Las noticias tardaban cuatro meses entre ir y venir, con lo cual, aquella solicitud recién se materializaría en 1807. La Reconquista de Buenos Aires es la prioridad máxima del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda: se suspende el ataque a Valparaíso (Chile) y 4000 soldados se dirigen al Río de la Plata; se pospone una misión a la India, de allí vienen 2000 hombres; desde Portugal, zarpan 3600 refuerzos; desde Porstmouth se embarcan 3000 infantes; desde Falmouth parten hacia el Plata 4000… vienen a perder la Guerra por Sudamérica en el Plata, a manos de una “chusma haraposa” (Whitelocke dixit)


Tears in Heaven

La historia divulgada por Bartolomé Mitre, oculta y tergiversa momentos de profunda implicancia para la construcción de nuestra identidad como argentinos. Ese relato silencia traiciones, espías, héroes y tumbas que en los últimos treinta años, se están desmontando – no sin dificultad – a fin de permitirnos la lectura de nuestra historia en su sentido más valiente y emancipador. Entre esos hechos, nos encontramos con los acontecimientos referidos a las “invasiones inglesas”.

Desde la generalización que el uso de la categoría “inglesas” oculta, hasta las sospechas que la historiografía oficial sembró hacia el futuro, los sucesos de 1806 y 1807 merecen ser leídos como segmentos de visibilización de la tensión suscitada entre “lealtad” y “autonomía”.

Es menester recordar cómo estaba conformada la geopolítica de la época. El 1º de agosto de 1776 Carlos III, rey de España, había creado el Virreinato del Río de la Plata con capital en Buenos Aires; virreinato nacido de una escisión del virreinato del Perú en el marco de una serie de medidas destinadas a reorganizar el poder imperial. El virreinato comprendía los territorios que hoy ocupan la República Oriental del Uruguay, la República del Paraguay, la República de Bolivia, la República Argentina y el Estado de Río Grande, que pertenece actualmente a la República de Brasil.
Entonces, acercarnos a los acontecimientos del ataque británico a las costas del Río de la Plata, significa rescatar las intenciones del imperio anglosajón sobre todo aquel territorio que considerase pasible de sumar alimento, dinero y súbditos a su Majestad. Algo por fuera de la idea de instaurar el “Libre comercio” – que hasta el momento venían llevando adelante en el resto del mundo con todo éxito – derrapó en estas tierras, como bien muestran los documentos de la época dejando en claro el paso pirata por las costas rioplatenses, el proyecto de avanzar por el Pacífico y por supuesto, el vergonzoso enclave – aun vigente – en las Islas Malvinas.

Como decíamos anteriormente, lo único inglés que hubo en aquella invasión fueron los autores intelectuales y los mandos superiores. A combatir estaban destinados los miles de irlandeses y escoses que ya habían sido sometidos por la Corona Inglesa y que – al igual que los españoles en la época de la conquista – fueron traídos a estas tierras como carne de cañón.
De allí la cantidad de irlandeses que luego se fundieron con nuestra tierra, castellanizando sus apellidos y brindando posteriormente servicios invalorables a la causa Revolucionaria de América.

En otro orden de cosas, el período en donde se relata la presencia del imperio británico en las costas rioplatenses, debe observarse como una constante entre lo conocido como “primera” y “segunda” invasión. Si se leen regionalmente – como así estaba circunscripto el Virreinato del Río de la Plata – los embates británicos a principios del Siglo XIX, se advierte que la concurrencia de batallas, fricciones, tensiones y disputas fielmente registradas tanto en las costas montevideanas como porteñas, hablan de un mismo plan de apropiación de tierras sudamericanas.

Este es el paisaje en el cual son relatadas las historias aquí.

Cuando el miércoles 25 de junio las fuerzas británicas desembarcan en Quilmes, nace el germen de lo que posteriormente serán las fuerzas de liberación de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Ni los piratas ni los criollos tuvieron clara noción de este acontecimiento. Sólo el paso del tiempo permitirá reconocer la potencia aglutinante que tuvo ese suceso en la historia argentina.

El intento de resistencia llevado adelante por Sobremonte, su partida con el tesoro hacia Córdoba y la posterior rendición de las autoridades del Virreynato el viernes 27 de Junio de 1806, fueron replicados en los miles de manuales de historia que abonaron la instrucción de los niños de las escuelas a lo largo y ancho del país durante casi doscientos años.

Lo que se oculta o por lo menos no se visibiliza, son las pasiones que recorrieron a los incipientes padres de la patria que compartieron ese tiempo histórico. Mientras las tropas invasoras izaban la bandera británica que flameó en la Plaza Mayor durante 46 días, un barco partía en viaje hacia Londres llevando en su interior el Tesoro de la Real Hacienda de Buenos Ayres que había sido saqueado.

Días después, la mañana del jueves 10 de julio de 1806, el flamante “Gobernador” de Buenos Ayres – el General Carr Beresford – abrió una oficina a cuyo cargo se encontraba el Capitán Alexander Gillespie donde se invitaba a los habitantes de Buenos Ayres a presentarse para realizar el juramento de lealtad al rey Jorge III. Fueron 58 los vecinos que juraron lealtad, seis de los cuales luego integrarían el gobierno Patrio de la Primera Junta. Aquel libro en el que quedaron asentados los nombres y las firmas de quienes juraron lealtad al rey Jorge III nunca se hizo público y se cree que luego fue destruido por el Ministro George Canning.

Este es el escenario en el que hay que leer las palabras de Mariano Moreno para poder dimensionar su valor y su sentido: “He visto muchos hombres llorar en la plaza como resultado de la infamia con la cual fueron entregados. Yo mismo lloré más que ninguno cuando el 27 de junio de 1806 a las 3 de la tarde vi a 1600 británicos capturar a mi país, alojarse en el Fuerte y en otros cuarteles”

La memoria también salvó de ese olvido discrecional de los escribientes espurios de la historia, a las palabras de Manuel Belgrano que dolorosamente expresó el malestar que circulaba – silente y profundo – detrás del beneplácito por el triunfo de la milicia británica que expresaba la oligarquía “Confieso que me indigné; me era muy doloroso ver a mi patria bajo otra dominación…”

En estas expresiones descubrimos a hombres que claramente estaban abocados a la empresa de construir los cimientos de una nueva y joven nación. Y tres años antes de la conquista de ese sueño, se vieron impelidos a desviar esfuerzos para llevar adelante la hazaña de defender las costas del Río de la Plata de la voracidad de un imperio que aun hoy – en pleno siglo XXI – muestra sus garras más feroces.



Martínez De Hoz

En 1806, asume como Gobernador de Buenos Aires un General británico: William Carr Beresford. Su primera medida es conformar su gabinete de gobierno. Invita para ello a 50 familias de estirpe y abolengo para que colaboren con el Imperio Británico a cambio de la protección a perpetuidad de los bienes y la vida de todas sus generaciones venideras. Tomó solemne juramento hacia la corona británica a los miembros de su flamante regencia. Como eran personas leales y buenos patriotas todos accedieron sin problema: a excepción del Director de Aduana, un tal Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano González, quien renunció dignamente antes que jurar lealtad a la corona del imperio.

En su lugar -y recomendado por William Pío White- fue nombrado un conocido comerciante español “calumniado” de traficar esclavos y “difamado” por contrabando. Se trataba de José Martínez de Hoz. Este ciudadano ejemplar, tuvo también participación en la vida pública de la ciudad como alcalde de primer voto del Cabildo y Síndico del Consulado de Comercio. Momentos después de haber sido vencidos los británicos, un Tedeum de la Victoria se celebra en la Catedral y en acción de gracias se jura como patrona de la ciudad a Santa Clara. Se distribuyen pensiones para las familias de los muertos en el combate y esa noche, un acaudalado vecino ofrece junto con su esposa, un Banquete de Honor a los oficiales de la Reconquista: no es otro que el canalla José Martínez de Hoz, flamante ex Director de Aduana y magnífico patriota. Su accionar no favorecerá mucho los intereses del pueblo de estas comarcas: en el Cabildo Abierto del 22 mayo de 1810 apoyó al virrey Cisneros y manifestó su lealtad a España. Luego de la Revolución del 25 de Mayo, fue un severo opositor a la Primera Junta y así sucesivamente…


Viviana Demaría & José Figueroa
[email protected]


Referencias
Composición de Portada: Bandera del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte y de la
Collage fotográfico interior. Recreación de los fusileros de Wellington. “95 th Rifle Regiment of Foot”. http://95th-rifles.co.uk/
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Revista El Abasto, n° 156, junio 2013


 

 

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