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Tomar conciencia

En política se discute si el modelo debe ser más o menos inclusivo o más o menos competitivo. Se polarizan las tendencias, mientras, todos opinamos. Algunos vemos intereses empresariales detrás de ciertas políticas, otros ven actos demagógicos. Otros ven lisa y llana corrupción. La justicia actúa, aunque no siempre a tiempo, ni bien. Cuando se la quiere modificar hay quejas. Pero también hay quejas si la dejamos como está. Cuando hay hambre hay quejas, pero cuando se reparte también. Hay tensiones. Hay empresarios que con subsidios estatales montaron empresas en otros países mientras acá dejaron que las estructuras decaigan. Hay empresarios que apostaron al país y siguen. Hay empresarios que apostaron y luego rajaron. Hay gente contenta. Hay gente infeliz. Hay infelices que serán infelices, hagan lo que hagan los demás, hasta que ellos mismos no resuelvan dejar de ser infelices. Hay gente dañada por acciones empresariales ilegales. Hay acciones empresariales legales que también dañan. Hay accidentes. Hay accidentes previsibles. Hay acciones culposas. Hay buena fe. Hay amor. Y también hay odio. Y cada uno carga dentro suyo ambas: yin-yang. O más yang que yin, depende de cada uno. Porque detrás de todo, detrás del país, de la ciudad, de las redes de comunicación, de los medios de comunicación, de los cargos de los funcionarios y las bancas de los legisladores, de los entes que controlan que las cosas funcionen como deben funcionar, de las obras, tanto ingenieriles como artísticas, de las fábricas y de los campos, en los barcos, aviones y otros medios de transporte, detrás de todo, hay gente.
Y como gente somos imperfectos por esencia. Nos equivocamos, y con todo derecho. Ante un error cabe el arrepentimiento, las disculpas, el pagar para emendar (incluso lo irremediable que seguro no tiene precio). Detrás de nuestros actos hay valores que rigen. Ese molde moral, esa matriz de conducta –que incluso podemos llegar a no seguir en algún momento– marca, más allá de nuestro futuro, la convivencia con los otros. Esa ética la debemos revisar cotidianamente. Ese sistema de conducta es el que le debemos transmitir a las futuras generaciones. No como algo sagrado e inamovible, sino para que sean conscientes de que somos artífices de nuestra creación. De que somos generadores de lo que sucede en nuestras vidas. Que influimos, aunque sea un poco, en el destino de nuestra sociedad. Ese valor debería comenzar cuestionándonos antes a nosotros que a los demás, porque es hora de comenzar a ver la viga en el propio ojo. Es hora de hacernos cargo. Y es momento de comprender que todos –o al menos una inmensa mayoría– queremos una sociedad más justa. Si en lugar de enunciar con bronca las diferencias armáramos una lista común con lo que compartimos estoy convencido de que la lista sería larga y nos sorprendería lo poco que se diferencian los ideales. Porque pienso que nadie quiere chicos con hambre, ni inseguridad, ni mala atención médica, ni injusticias, ni malos tratos desde las autoridades, ni mala educación, ni... O al menos a nadie le puede dar la cara querer algo de eso y seguir siendo tildado como una persona de bien. Cuando los programas se especifican, cuando la verdad sale a la luz es nuestra obligación recordar. Para no volver a tropezar otra vez con la misma piedra. Una vez que tengamos un horizonte común marchemos todos juntos, hagamos grande este suelo. Basta de mezquindades. A todos nos beneficia el estar mejor.

Rafael Sabini
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Revista El Abasto, n° 159, septiembre 2013


 

 

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