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Un acontecimiento que parece olvidado por
“nuestros” medios de incomunicación de masas:

El congreso de los médicos de pueblos fumigados

¿Qué tienen en común el presidente Lula da Silva y su antecesor, Fernando Henrique Cardoso, y su sucesora Dilma Roussef, los gobiernos frenteamplistas del Uruguay, el gobierno K y el gobierno M de la Argentina?
    Todos ellos han aceptado gustosos, como una solución a la cuestión agraria, como un avance tecnológico, como una vía para conseguir dólares, el modelo agroindustrial importado desde EE.UU. y controlado por sus agencias públicas y/o privadas. “Sus” de ellos, no de nosotros…
    Algunos, incluso, han bautizado este modelo como “agricultura inteligente“, como dando a entender que la tradicional era estúpida o tonta.
     Sin embargo, el 3er. Congreso Nacional de Médicos de Pueblos Fumigados, realizado en la Facultad de Medicina de la UBA, en Buenos Aires, en diciembre de 2015, ha planteado aspectos a nuestro modo de ver intranquilizadores, y en rigor nada novedosos.

    La soja en primer lugar, pero también algunos emprendimientos madereros, de tabaco, y cereales, “contamina el ambiente y los alimentos de los argentinos, enferma y mata a las poblaciones humanas de las zonas agrícolas”.
    Los médicos reunidos en este congreso señalan que: “Ya no hay dudas que la exposición masiva y creciente a pesticidas modificó el perfil de enfermedades de las poblaciones rurales argentinas y también que el cáncer es la primera causa de muerte entre ellos (y la peor manera de morir).”
Conociendo la realidad de las áreas de cultivo supermoderno e inteligente, los médicos preocupados comprueban que no se trata solo de cánceres; el sexo es el otro gran afectado, puesto que es una de nuestra áreas más sensibles al daño: “se encuentra afectada la salud reproductiva con aumentos de abortos espontáneos y malformaciones congénitas”. Lamentablemente la lista de alteraciones a la salud de las poblaciones se extiende más allá de estos dos siniestros capítulos: existen además “problemas endocrinos como hipotiroidismo, trastornos del desarrollo neurológico o cognoscitivo.” ¿Haremos seres inteligentes o todo lo contrario?


Ya no hay dudas que la exposición masiva y creciente a pesticidas modificó el perfil de enfermedades


    En el congreso que estamos glosando han verificado que los argentinos se cuentan entre los países con más alta tasa de uso y consumo de glifosato; “Argentina consumió 240 millones de kilos en el último año generando una carga de exposición potencial de 6 kilos por año por habitante.” Se refiere, obviamente, a todos los habitantes del país.
    Y esto sobreviene en el mismo año, 2015, en que la OMS (Organización Mundial de la Salud), desde su instituto internacional para la investigación sobre cáncer (IARC) terminó tipificando al glifosato como cancerígeno (junto con otros agrotóxicos). El glifosato es particularmente grave por la enorme extensión de sus aplicaciones, puesto que siendo menos fulminante en su acción que otros plaguicidas se lo usa no sólo en agricultura sino también en medios urbanos, para “limpiar” plazas, vías férreas, escuelas, parques, como bien lo hemos visto en la ciudad.
    La penetración del glifosato en la agricultura argentina es tan insoslayable que justamente en 2015 se rastreó la presencia de glifosato en algodones, tampones, gasas, toallitas íntimas, con lo cual las mujeres argentinas están siendo sometidas a un contacto forzoso, no decidido con un “agroveneno” como los médicos del congreso califican a este tipo de productos que las empresas que los fabrican y patrocinan designan como “fitosanitarios”.
    El congreso examinó los resultados que se están logrando no sólo con los habitantes sino también con los hábitats: “depredación de los bosques nativos, desertificación de la tierra, agotamiento y contaminación del suelo, del agua de los arroyos y ríos, expulsión y desalojo de poblaciones originarias, campesinos y de productores familiares, acentúa el cambio climático y fumigan cientos de escuelas con sus niños adentro.”
    Los médicos reunidos observaron cómo este tipo de producción genera a su vez un determinado, en realidad, predeterminado tipo de consumo. Han comprobado que “se avanza decididamente en la producción y consumo de alimentos ultraprocesados ricos en sal, azúcar, grasas y compuestos como lecitina de soja, jarabe de maíz de alta fructuosa, colorantes, saborizantes y otros que hoy los organismos internacionales [¡precisamente!] señalan como responsables de enfermedades crónicas no transmisibles como obesidad, Alzehimer y diabetes. Éstos llenan los supermercados y se ofrecen de manera vistosa orientados especialmente a poblaciones vulnerables y en especial a los niños violando la seguridad alimentaria.”
    El tipo de consumo incentivado y basado en la acumulación de productos de la agroindustria los lleva a tipificar “el carácter tóxico [de] la agricultura en general y de la agricultura extensiva transgénica en particular”, para la cual tiene enorme importancia sus impulsores, las grandes transnacionales de agrotóxicos, “como Monsanto, Bayer, Syngenta, Down, Dupont”.
    Las mismas empresas que nos bombardean de anuncios en algunas radioemisoras y en los suplementos camperos o rurales que, como nos recuerda la declaración “solo buscan acrecentar sus ventas sin reparar en los daños ecológicos y sanitarios de este sistema.”

El congreso hizo una declaración (de la cual hemos extraído los pasajes en bastardilla) que termina con una serie de reclamos de prohibiciones; la de la erradicación total de la fumigación aérea por lo incontrolable de su envenenamiento, del uso de pesticidas ya reconocidos como medianamente o altamente tóxicos (hasta para la OMS, siempre tan “medida” en sus críticas a los productos de las transnacionales de ingeniería genética), restricción severa a la fumigación terrestre (de mosquitos, de mochila).
   Y el último punto planteado es, en rigor, el único que puede ofrecer una alternativa a la realidad de la agroindustria que se ha extendido y cubierto casi todos los campos del cono sur como un manto de dólares y enfermedades: los congresistas proponen “generar políticas públicas que desalienten la utilización de venenos en el cultivo y producción de alimentos”.


El congreso advierte que los gobiernos de la región han procurado ocultar los efectos colaterales del modelo vigente y se propone denunciar esta situación


    El congreso advierte que los gobiernos de la región han procurado ocultar los efectos colaterales del modelo vigente y se propone denunciar esta situación ante “la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA” para solicitar “una medida cautelar para proteger el derecho a la salud y a la vida de la población”.
    Llegados a este punto, nos queda, sin embargo, el rabo por desollar. Porque la cuestión es cómo proseguir las labores del campo. Porque la humanidad en general y nuestras sociedades en particular, siguen necesitando trigo, nueces, alfalfa, verduras, cereales, frutas, leguminosas, condimentos, miel e incluso lácteos, aves de corral y otras carnes y cueros y en general, todo lo que consumimos desde la tierra.
    Y lo que hay que optar es si producir mucho homogéneo, ultraprocesado, de baja calidad y con grandes desperdicios o mucha diversidad con menos estandarización y mayor calidad y menor caudal de desechos y, sobre todo, disminuyendo decisivamente la con-ta-mi-na-ción.
    Que ése tendría que ser nuestro desiderátum.
    Pero como dice el inolvidable poeta Bartolomé Hidalgo, en ello “hay su dificultad”: establecer un plan agrario con menos dólares (para los que tienen la sartén por el mango) y más laboreo, más trabajo, en suma; más esfuerzo.
    Los consorcios contaminantes cuentan con un aliado: la comodidad.
    Los que queremos una vida sin venenos o con mucho menos venenos, ¿con qué contamos?

Luis E. Sabini Fernández
[email protected]

 


Revista El Abasto, n° 189, marzo 2016



 

 

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