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Cómo la puja popular también puede corromperse: del reclamo espontáneo a reclamos corporativos, mafiosos y absurdos...

Del espíritu corporativo o mafioso

Noticias cotidianas. Ante el anuncio del nuevo gobierno nacional de someter los ingresos de los jueces al tratamiento común a todos los sueldos del país, es decir que al sueldo bruto se le quite determinados importes para jubilación y otros aportes, y por lo tanto, se constituya una diferencia entre el sueldo bruto y el neto, un representante de los jueces comentó prestamente que no tenían ningún inconveniente en ser sometidos a esa igualación o democratización… siempre y cuando no percibieran un centavo menos de sus haberes habituales…
   Vale la pena tener en cuenta que estamos hablando de muy considerables emolumentos mensuales.
   Pero, ni un tranco de pollo.

Veamos un ejemplo de la vida cotidiana. Liniers tiene una terminal de buses, que no llega, por cierto, a ser como la de Retiro, pero que tiene, empero, un tráfico bastante intenso. Teóricamente simplifica las conexiones de quienes arriban del oeste y viven en Ciudadela, Monte Castro, Haedo, Mataderos, Floresta y tantos otros barrios distantes de Retiro. Con la llegada de los buses de larga distancia que depositan allí una parte de su pasaje, no es difícil ver colas para taxis, dentro de la misma estación, de decenas de cansados pasajeros que de pronto han pasado la noche mal dormidos.
   Varios carteles anuncian que allí dentro se pueden tomar taxis seguros. Si los hubiera, sería fantástico. Pero los taxis llegan a cuentagotas y por lo tanto, las esperas exceden fácilmente la media hora. Como la mayoría de los pasajeros no conocen el barrio, muchos optan por la larga espera a cambio de la invocada seguridad.
Pero la realidad es que los taxis de afuera de la estación son los comunes de toda la capital. Con algún pícaro incluido, pero con una enorme mayoría de taxis-taxis. En realidad los carteles están puestos para atemorizar al pasaje, precisamente. Pero el tema no pasa por la seguridad sino por la trenza que allí se ha constituido.
   Los taxis que tienen el derecho al ingreso a la estación son 40. ¡Cuarenta! En una ciudad como Buenos Aires, se trata de una dotación ridícula. Cuando se ven excedidos (lo cual debe pasar muy pero muy a menudo) Alí Babá recurre a una dotación complementaria con taxirradio común, de 70 o 110 coches más. Como los viajes bien los pueden llevar a Lomas de Zamora o a Lugano, los retornos no son rápidos y por eso las esperas pueden hacerse tan largas.
   La trencita de los cuarenta “autorizados” se ne frega en el tiempo de los ignorantes y pacientes pasajeros que han sido condicionados por los carteles de “seguridad”. Si esperan 30 o 40 minutos (cada uno), eso lo contabiliza Montoto. Y ellos, los tacheros con derecho dentro de la estación, tienen asegurada una clientela cautiva.

Por cierto que el uso de taxis libres tiene sus riesgos. Quien esto escribe tuvo la oportunidad de ver cómo un tachero en Dársena Norte se apropiaba de una valija dejando a una pasajera de a pie. Pese a gritos y pitidos y a que tras muchos minutos una camioneta de Prefectura saliera en su persecución cuando presumiblemente el tachero pícaro ya debía haber sobrepasado Retiro, la pasajera quedó sin valija. Y en otra ocasión me tocó ver como un joven le arrebataba una cartera a una anciana que terminaba tirada en la vereda mientras él a la carrera se trepaba a un taxi que esperaba con el motor en marcha y a contramano, con un niño adentro y el chofer…
Ambos episodios sucedieron en calles abiertas. Cuando se trata de ingresos a zonas de embarque, el margen de impunidad se achica grandemente.
   El actual estado de la sociedad hace recomendable el control de taxis. Pero no al servicio de un acomodo entre avivados sino al servicio de los pasajeros. No puede dejársele al tachero la elección de levantar pasajeros o no, o de levantar solo sus equipajes sin pasajero. Pero tampoco puede haber un listado cerrado, restringido que sirva sólo para asegurarse clientes. Tendría que haber taxis controlables pero en circuitos mucho mayores, para mayor fluidez de todo el mundo.
   Pero en ese caso, abandonaríamos el reino de la picardía y entraríamos en relaciones sociales, en vínculos entre personas que se respetan…

Hay algunos ejemplos que muestran a las claras las dificultades para combatir los cotos cerrados, exclusivos, de determinados enclaves, profesiones, grupos: cuando se descubre de modo incontrovertible que los guardas aduaneros, muchos al menos, en lugar de guardar al pasajero lo que hacen, industrialmente organizados, es esquilmar los equipajes de los pasajeros para guardar sí, sus negocios de venta lateral de todos los gadgets tecnológicos que tanto circulan en viajes internacionales, en lugar de sentir que perdieron un negocio tan indigno, al contrario, se indignaron ellos y repudiaron, colectivamente, sí señor, la nueva dirección que les querían imponer, seguramente porque la vieja debía apañarlos y estaba consustanciada con tal modus operandi.
    Lo mismo, exactamente, pasó con personal penitenciario hace pocas semanas en una cárcel en Santiago del Estero donde todo lleva a pensar que la muerte por incendio y asfixia de más de treinta reclusos estuvo mucho más cerca de un acto deliberado del personal o parte del personal que de un mero accidente o que de un incidente desencadenado por presos…
  Ante semejante estado de situación, parecía lógico que desde la dirección de instituciones carcelarias, no sabemos si provincial o federal, se decidiera la remoción del jefe penitenciario de semejante establecimiento. Algo que, por otra parte, es casi rutina administrativa.
   Y bien: el mismísimo personal de esa cárcel, su guardia penitenciaria y hasta su equipo médico, amenazaron con hacer paros de protesta ante el cambio de director… En lugar de estar consternados por lo sucedido, pretender un pasaporte de impunidad, de que aquí no ha pasado nada…
     Los “rebeldes” se basan, avivadamente, en que la sociedad suele hacer caso omiso del sector de población, generalmente pobres y excluidos, que va a parar tras las rejas. Y la pretensión de impunidad es ominosa.
    Y ni hablar de los reclamos, también indignados de choferes, colectiveros y taxistas para seguir manejando “como siempre”, es decir abusando del vehículo más chico ( y ni qué decir del peatón), violando rojas o lo que venga al paso. En este caso, se hace más difícil hablar de “curros propios” como en la aduana de Ezeiza o en Liniers, pero de todos modos, habla de la violación sistemática de las normas de socialidad, de los criterios de responsabilidad para que cada muerte sea una tragedia que hay que evitar y no un incordio que hay que sacarse de encima “arreglando papeles” con el jefe, el poli, el secre o lo que sea.
    Si no nos duelen los prójimos, vivimos una sociedad temible.
Si sólo nos importa de nosotros mismos (y la flia.) vivimos una pesadilla que Hobbes bautizó como de “guerra de lobos”. Porque no conocía a los lobos, que no hacen guerra.

Luis E. Sabini Fernández

Revista El Abasto, n° 94, diciembre, 2007.




 

 
 

 
 
 

 

 

 

 

 

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