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Caracterísitcas del espectáculo 1966
“La Botica era un espectáculo divertido, cultural pero sobre todo libre y sorprendente.
  No había estrenos por lo tanto no existía el trac del debut de los debutantes. Al llegar el público se lo saludaba y los mismos artistas lo acomodaban, así se aflojaban mutuamente para lo que sería la «aventura» teatral de la Botica. A los espectadores se les entregaba al entrar una jarra de vino, rosquitas y una palangana para aseo personal.
  Bergara abría las carteras como recurso para establecer diálogo o para un gag, ya que en la Botica no había libreto, ni rutina, todo surgía del Ángel creando en el momento del encuentro.
El espectáculo se cambiaba sin aviso. El público volvía varias veces y traía amigos, para disfrutar de la transformación al participar.
Muchas noches no se sabía si pedir autógrafos en el escenario o en la platea. No había un gran final.
   A medida que los espectadores, casi todos participantes en el espectáculo, salían, el elenco en doble fila, los despedía personalmente.
  Los espectadores más rígidos y estructurados que habían participado bailando o actuando, eran los más agradecidos al salir, se habían sentido libres y protagonistas durante la noche.”
Emilio Stevanovich


La Botica del Ángel de Eduardo Bergara Leumann es un espacio asombroso que si bien tiene un amplio espectro está especializado en la cultura de los ´60.

Templo del ángel

Situado en Luis Sáenz Peña 541 el transeúnte puede observar el frente de una iglesia abarrotado de ángeles. La iglesia en realidad no es más tal, sino que hoy es la Botica del Ángel de Eduardo Bergara Leumann. Y los ángeles vinieron con él, porque la arquitectura anterior “era muy sórdida” me cuenta. “Le agregué, en los años setenta cuando la compré, partes de demoliciones que podían incorporarse. Es un collage de una época de Buenos Aires que se han empecinado en destruir” remarca.
    Clasificar ese espacio dentro del marco de una palabra es absolutamente imposible. Tal vez en una frase sería algo así como un museo de arte porteño, centrado en los años ´60, aunque no exclusivamente.
     Bergara Leumann es un hombre poseedor de mucho humor y eso se nota en muchos toques. También ha sabido granjease importantes amistades. O al menos, por lo que se ve, amistades con importantes personalidades. No a cualquiera le pinta Berni un retrato de 3 x 2 m.
     La primera Botica del Ángel data de 1966: “quise armar una sastrería teatral modelo, porque soñaba con vestir, dar color, amonía, engarzar, mejorar y adornar lo de adentro de cada personaje con un buen traje” dice en un folleto que Bergara Leumann me entregó. Porque “no tengo ganas de repetir las entrevistas”, me aclaró sin pelos en la lengua, cambiándome el modo discursivo que yo tenía preparado. Así que de entrevista pasaremos a una descripción de lo que pude averiguar leyendo, observando y escuchando una tarde de verano porteño. Y también grabando porque, a pesar de todo, su negación no fue rotunda. Sé, por ejemplo, que a los años de su creación comenzó a salir en la televisión con su propuesta que duró su buena década y tuvo sus pequeños retornos en la pantalla de ATC incluso en la pasada década de los ´90.
    Para los momentos de actuación que no pudimos disfrutar posiblemente hoy sea difícil encontrar un equivalente. Bergara Leumann fue un precursor. Si todos comenzaron a mezclar el público con los actores en los ochenta ¡él lo hizo veinte años antes! Su idea es de lo más original. Para tener un pantallazo de lo que pudo ser una noche en la Botica del Ángel transcribo de uno de sus folletos parte de un texto de Emilio Stevanovich (véase recuadro). Según le escribió Ernesto Sábato a Bergara Leumann “con la imaginación armaste uno de los espectáculos más originales que yo haya visto en el mundo; un espectáculo donde el que asistía no era un pasivo espectador sino que, gracias a tu ingenio, entraba pronto a escena: de la manera más disparatada y aguda inauguraste así algo que perdura en la memoria de los porteños”.
    Ahora vayamos al recorrido que realizamos guiado por un ayudante de la Botica, Daniel, dibujante y bailarín de tango, acompañado por la esposa de Juan Carlos Copes y un joven bailarín e historiador de tango de origen holandés. Ese origen le costó la nula aceptación por parte del dueño de la Botica, que a pesar de ocho llamados con pedido de visita le fue negando la entrada. Apadrinado por, tal vez, el más grande bailarín pudo entrar, demostrando una perseverancia a toda prueba.
El orden, que si bien lo tiene, es a primera vista un tanto caótico y excesivamente cargado. Son unos 1200 metros cuadrados atiborrados de pedacitos de historia porteña en todo lo que incumbe a su creación artística. Sin embargo, y esto es sorprendente teniendo en cuenta la cantidad de objetos por espacio, en cada lugar hay armonía, una gama de colores predominantes, una tendencia, un estilo. Desde obras de grandes maestros de la plástica como podría ser Antonio Berni, pasando por textos de Alejandra Pizarnik, y las Ocampo, vestidos y objetos de Libertad Lamarque, etcétera, todo protegido por un sinnúmero de ángeles, cuyo inventario llevaría un exhaustivo estudio de semanas dedicadas exclusivamente a eso.
    Todos los ambientes, desde la nave principal y sus pasillos, hasta habitaciones, rincones, baños, escaleras, patios y terrazas, todo, absolutamente todo, está intervenido por el criterio barroco de su dueño. Y todo, salvo tal vez símbolos universales como los ángeles, rosas o alguna figura extranjera muy influyente (me refiero a, por ejemplo, Shakespeare que tiene su baño y donde el visitante puede llegar a tener el honor de orinar su estampa en el mingitorio), todo, todo lo demás es netamente argentino. Historia, de arte, fotografía, farándula -pero de aquella de los años ´60- arte, arte y otra vez arte. Tiene todo lo que habría sido la cocina de doña Petrona, un gran espacio dedicado a Carlos Gardel y una cocina muy kitsch basada en el diseño del paquete de la gomina que utilizaba Gardel en Estados Unidos. Hay parte de la primera cervecería porteña y un pequeño café que contiene pedacitos de cafés inolvidables de Buenos Aires. Una descripción a fondo sería interminable.
    También contiene un gran espacio, con doble balcón y escenario, que es ideal para cenas-show, más teniendo en cuenta que en el ambiente anterior hay una barra hoy bien fashion (por su estética setentista). De hecho muchas grandes obras se han estrenado primero en lo de Bergara Leumann para luego pasar a circuitos más populares. Y si bien fueron muy conocidas sus cenas-show en otra época esto no impide que -para quien pueda reunir un buen número de gente y quiera quedar como un tipo muy original, así sean guías de turismo, empresas o cursos- aún pueda hacerlo.
    Para fanáticos del tango, del teatro, del cine, de las letras, de la cultura porteña en general es una obligación peregrinar algún día por esos pasillos, esos sorprendentes ambientes que te trasladan a otra realidad. Es así, insólito, misterioso, maravilloso, sorprendente y atrevido. Tal vez esa sea la razón por la que el templo esté custodiado por tres gatos regordetes, que hacen juego con su amo.
    Hay un solo inconveniente: para acceder a una visita hoy es complicado. Hay que mostrar perseverancia, más o menos del mismo modo que un aspirante a monje zen para lograr su ingreso a un templo. Yo tuve la vía facilitada porque nuestro colaborador y amigo artista plástico Pablo Ciliberti ha retratado a Bergara Leumann y le obsequió la obra. Ahora, vos no sé con qué excusa irás, ¡pero tenés que conocer ese lugar!
R.S.
Revista El Abasto, n° 84, museos, enero/febrero, 2007.

 
 


 
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