Revista N°204

La devastadora buena conciencia del 'gran mundo gran' (empresario, gubernamental)

Nuestro mundo necesita urgente un cambio de paradigma

Si hay algo que aumenta año a año, instancia declamatoria tras instancia declamatoria, es la explicitación de medidas en defensa del ambiente, de la biodiversidad, de la pureza del aire, de la conciencia ecológica, promovida tanto por el mundo empresario como por los organismos reguladores tanto nacionales como internacionales.
            Si nos guiáramos por tales proclamas, tendríamos que vivir en el mejor de los mundos, habríamos tal vez alcanzado el paraíso en la tierra.
            Sin embargo, parecemos lejos de tal situación. Si uno repara en la proliferación de cánceres y enfermedades autoinmunes, por ejemplo, de alteraciones cutáneas y endócrinas; en que los cadáveres de nuestros contemporáneos presentan cientos de elementos químicos que NO presentan los cadáveres de nuestros abuelos o bisabuelos; si uno se hace cargo de los análisis de la biodiversidad, que se presenta muy amenguada respecto de la existente hace un siglo; si uno también se hace cargo de los mapas de enfermedades tan estrechamente asociados con los mapas de cierta actividades contaminantes, como la agroindustria funcionando a base de agrotóxicos, la megaminería que arroja al ambiente, a las corrientes de agua, un aluvión de sustancias contaminantes que dejan el tendal en las poblaciones aledañas (tanto humanas como animales; envenenamiento por plomo, cromo, cloro, etcétera), la situación deja de ser tan paradisíaca.


Imagen de www.calameo.com



            Ante la cada vez más innegable crisis ambiental, se reconocen diversas actitudes; la del negacionismo absoluto, que encarna muy últimamente Donald Trump (como otrora sus colegas presidenciales, Bush padre e hijo), que parece gozar de escaso predicamento aunque ha dictaminado la política de EE.UU. -la fuente principal de contaminación de todo el planeta- muy a menudo.
           En el polo opuesto, se registra indudablemente un avance de lo que se suele llamar “conciencia ecológica”; cada vez más gente parece advertir que “todo” no está tan bien como se presenta, cada vez hay más población consciente de la montaña ingobernable de desechos “producidos” por la actividad y el consumo humano, cada vez se invoca más el calentamiento global, la necesidad de vegetales (y animales) orgánicos y otras tomas de atención que revelan nuestra producción -aun incierta y tardía- de conciencia.
     Hay una tercera posición que recoge y atiende las preocupaciones y tomas de conciencia que acabamos de reseñar y que consiste en afirmar, grosso modo: estamos muy bien con todos nuestros adelantos; estábamos muy bien ayer cuando hacíamos todo lo mejor posible entonces; y vamos a estar todavía mejor mañana cuando incorporemos plenamente lo que hoy estamos desarrollando.
     Es decir, estuvimos, estamos y estaremos en el mejor de los mundos.
     Voltaire le dio un nombre a esa filosofía: panglossianismo. El doctor Pangloss era un energúmeno descrito ácidamente por este inolvidable escritor del siglo XVIII como alguien que verificaba que siempre se hacía lo mejor posible, sin margen de error.

      Entonces, cuando se usaba mercurio para producir cloro eso era excelente y ahora que se ha ido generalizando la prohibición, en todo el planeta, de producir cloro con mercurio, estamos, otra vez en una situación excelente.
        Y cuando se fabrica blanqueando papel con cloro, contaminando enormes volúmenes de agua, eso era y es excelente. Y cuando finalmente se sustituya tal sistema productivo para blanquear papel empleando en su lugar agua oxigenada, veremos que eso sí va a ser excelente.
          Lo mismo podríamos decir de la nafta como carburante para autos. Cuando se descubre que un componente de plomo permite un mayor aprovechamiento de la energía, la nafta con plomo pasa a ser excelente (su descubridor llega a fraguar la inocuidad del producto, estafa que pagará, indirectamente, con su propia vida). Cuando luego de décadas, no haya más remedio que reconocer la temible toxicidad de la nafta con plomo, los mismos cultores del automovilismo que habían glorificado la nafta tal cual era, también abrazarán con parejo ardor ahora a la nafta SIN plomo. Y hasta la rebautizarán “ecológica”, aunque el benceno (sustituto del tetraetilo de plomo, TEP) tiene tanta toxicidad, tal vez, como el mismo TEP (sólo que la toxicidad pasa de ser en la sangre a la familia de los cánceres).
       De ese modo, tropezamos con empresas que producen elementos sumamente tóxicos, como por ejemplo aditivos alimentarios (que se hacen “necesarios” para atender, por ejemplo, la conservación a gran escala y/o para cubrir grandes distancias), que, por ejemplo, establecen sistemas “ecológicos” para atender los baños del personal e ilustran su conciencia ecológica con esa atención, “olvidando” los rasgos contaminantes de su producción principal.
       Lo mismo podríamos decir de la petroquímica. Han terminado invadiendo el planeta con material no biodegradable, que contamina irremisible e irreversiblemente toda nuestra realidad y tenemos que oír el autobombo de considerar los aportes a la comodidad humana con multitud de objetos y utensilios de plástico. Por cierto que la plastificación del petróleo, por ejemplo, y de otros elementos de origen vegetal le han otorgado a la humanidad una serie extraordinaria de recursos, pero por creer que siempre se avanzaba, que siempre se alcanzaba lo mejor, por ser panglossianos, se han aceptado una serie de productos que muy poco después mostraron su contracara. Como por ejemplo, las ubicuas bolsas de plástico de una sola aplicación (use y tire).
Una actitud más cauta nos habría ahorrado muchos problemas.
          Pero el optimismo empresario y el culto religioso y absolutizado a lo tecnocientífico nos ha llevado a los graves problemas que tenemos hoy día, en todo el planeta: el agua radiactiva de Fukushima sigue llegando a la costa del Pacífico, es decir ha cruzado todo ese océano y podríamos decir que ya está en todo el planeta; los mares están plastificados y no se trata solo de las bolsas que las tortugas confunden con medusas intoxicándose; se trata de las micropartículas plásticas que pueden ingresar e ingresan a todos los cuerpos; el agujero de ozono sigue creciendo, haciendo cada vez más insana la intemperie en las zonas polares y circumpolares; la pregunta por el significado del derretimiento de la permafrost sigue siendo una incógnita (para Canadá y Siberia, en primer lugar); el derretimiento de los hielos avanza al parecer inexorablemente y si el deshielo de hace unos 12000 años le permitió a la especie humana entonces ampliar su “mundo”, está por verse qué podrá pasar con este derretimiento que ha sido provocado por los humanos aumentando el calor mediante la combustión (carbón, petróleo, gases diversos) de nuestro glorificado industrialismo.
       La pregunta que algunos nos hacemos es si seguiremos “desarrollándonos” alegremente hasta que algo grosso, muy grosso, haga crac.

 

Luis E. Sabini Fernández
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