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Breve paneo de los derechos humanos en la actualidad y como muchas veces éstos ceden al poder económico o militar

Los derechos humanos:
una consigna de moda

Estamos en tiempos de derechos humanos. Con lo cual, bien nos podríamos poner alerta. Porque es bien sabido que cada vez que algo se invoca a menudo puede obedecer a dos razones bien distintas: ya sea que una conciencia social insurge sobre la cuestión que se invoca, ya sea que una cuestión se ha hecho intolerable y hay que invocarla para procurar cambiar lo menos posible, pero como si de grandes cambios se tratara. El viejo y conocido gatopardismo.
Y entonces, frente a la recurrencia a los dd.hh. hay que preguntarse si estamos ante un avance de la conciencia sobre un problema o ante una jugada gatopardista. De las que procuran cambiar algo para que todo siga como está.
    Hay muchos tipos diferentes de dd.hh. El de la vida, es uno, que bien puede considerarse el principal. Pero igualmente necesarios y vitales son el derecho a la comida, al trabajo, al ingreso digno, al estudio, al acceso a los bienes y medios públicos, el derecho a una vivienda acorde…

Empecemos tomando el derecho a la vida. Con el cual se han hecho los reclamos justicieros por todas las vidas maltratadas, escamoteadas que, sobre todo durante la dictadura militar de 1976, ha habido. Pero ¿qué significa si se reclama con mucha insistencia por tales, valiosas como todas, vidas, la de los desaparecidos del terror, y a la vez no pasa nada, o pasa “poco” con todas las vidas que se están marchitando o malogrando ahora, no hace treinta años sino en nuestro mismísimo presente? Tanto las arrebatadas por la acción policial, que parece haber cambiado en frecuencia pero no en estilo, como por otras formas de abuso a la vida como pueden ser los desalojos rurales por la sola voluntad de una escritura a menudo trucha o una decisión judicial bajo sospecha que siempre cae sobre nativoamericanos o campesinos pobres e iletrados. O cuando el atentado a la vida pasa por la precarización laboral que condena a un sector de la sociedad a vivir miserablemente.
      Si hablamos del derecho a la alimentación o a no pasar hambre, se plantean dificultades del mismo tipo. Porque el gobierno no desea ni admite la inanición, pero tampoco parece importarle el verdadero núcleo y sentido de semejante derecho, que tendría que ser el poder disponer de una comida sana. La comida sana trasmutada en “llenarse la panza”, ¿sigue siendo un derecho humano? ¿Es que acaso la obesidad es un derecho humano, o sencillamente una enfermedad producida por mala comida e ignorancia?
       ¿Podemos entonces hablar de un “derecho a la alimentación” mientras crece el dominio de las grandes corporaciones sobre las fuentes de alimentación y cada vez podemos elegir menos y hacer menos lo que comemos? Si la elección va a ser finalmente entre comer hamburguesas de la mayor cadena de hamburguesas del mundo o hamburguesas Frito y Cía., no vemos mucha libertad... El Movimiento de los Sin Tierra en Brasil acaba de rechazar la expansión de los biocombustibles que acordó Lula con Bush porque entrevén que la tierra que habrá que aplicar para proveer de combustibles a los autos les será indefectiblemente sacada a los humanos. Mediante escasez o encarecimiento, a la larga no tan diferente...
      La libertad de expresión es un derecho humano de incalculable valor. Porque preserva la crítica y vivifica el debate. Pero si la libertad real de expresión se reduce a un puñado de seres humanos que, entre los iguales que somos todos, resultan bastante más iguales que nosotros... ¿dónde ha ido a parar la libertad real de expresión? La libertad de expresión funciona para que Lanata escriba y sea fotografiado cada domingo de perfil y de frente, para que un Neustadt o un Biasatti digan lo suyo cada día, pero procure usted si es un hombre cualquiera, como los que hacemos esta publicación, expresar algo que considera valioso en algún medio de expresión. Salvo que haya pasado por Gran Hermano y haya sacado carné de famoso, aunque sea para decir zonceras, no va a tener suerte. Su libertad de expresión va a quedar reducida a la de la rueda de mate con amigos.
       Vayamos al derecho a la salud, valioso y destacable si lo hay. Pero ya vimos, con la obesidad, como se lo puede burlar otorgando y tentando a la gente con comida chatarra. Pero lo podemos ver desde otros ángulos. Como nos lo recuerda con mucha precisión Winin Pereira (“Derechos inhumanos”), la Coca-Cola introduce cocaína en sus brebajes desde 1886. Y junto con edulcorantes y otros estimulantes, estas enormes compañías de “bebidas sin alcohol” están contribuyendo desde hace más de un siglo a una degradación sustancial de la calidad alimentaria en este caso de nuestras bebidas.
      ¿Cómo conciliar el derecho a una bebida sana con la expansión galopante, avasalladora de estas empresas que tienen cada vez una acción más global? Es decir, ¿cómo conciliar la salud con la rentabilidad empresaria?
     En la India, hubo una serie de medidas judiciales contra Coca-Cola porque, dicha empresa, dedicada a embotellar agua para comercializarla con aditivos varios, ha dejado una enorme cantidad de población sin agua potable, agotando sus fuentes, sus napas o sus corrientes de agua. En América Central, Coca-Cola, la mismísima empresa que nos “regala” sus deliciosas bebidas bien heladas, ha encargado a mano de obra especializada “vaciar” algunos sindicatos de trabajadores díscolos que reclamaban mejores condiciones de trabajo.
      Roban agua, niegan derechos laborales y distribuyen alimentos que según los medios de incomunicación de masas serían deliciosos... pero que en rigor sabemos que ni siquiera son saludables. No hay nada más patético que visitar una villamiseria y observar que los niños que no tienen leche para alimentarse, disponen sí de una botella plástica con coca-cola... El derecho a la alimentación o a la bebida resume allí el manejo que hacen los poderes económicos de “nuestros” derechos humanos.
      Pero vayamos a derechos menos individuales y más sociales o políticos. El derecho a elegir en votaciones libres. Derecho político por excelencia. Lo acabamos de ver en Irak. Occidente promovió unas elecciones generales, nacionales de presidente y legisladores, pero olvidó retirar antes tropas de ocupación, unos cuantos cientos de miles de soldados equipados para matar. Menudo olvido. ¿Cómo se podrá manifestar el derecho a elegir con semejante presencia?
Si vamos un poco atrás en el tiempo, recordemos que en Nicaragua, luego del destrozo social del país por la Contra, quemando cultivos, asesinando maestros alfabetizadores, arrasando coooperativas rurales, el neosandinismo convocó a elecciones, como corresponde, periódicamente. En medio de lo que se anunciaba como “cambio de régimen” (el neosandinismo por causas que escapan al tema estaba agotado) vinieron de todo el mundo organismos atentos a las violaciones de los derechos humanos para preservar la calidad del proceso eleccionario. Tal vez el paciente lector recuerde que el ex-presidente de EE.UU., Jimmy Carter, andaba en eso con su respectiva oenegé. Las elecciones no sufrieron mayores traspiés y los controladores del momento democrático la aprobaron (y la presidenta designada fue Isabel Chamorro). Las ONGs, tan atentas a las mesas de votación y al ejercicio del voto, no percibieron el destrozo que una década de incursiones había dejado en el país y que condicionó mucho más claramente el carácter de esas votaciones y sus resultados.
      Hasta los mismos genocidios, lo peor que podemos imaginar en violación a los derechos humanos, tienen tan diferentes tratamientos que nos tememos que allí también los dd.hh. son para unos muy distintos que para otros. Cuando el gobierno hutu de Ruanda organiza a lo largo de tres años el aprovisionamiento de armas cortas, machetes, hachas y luego aniquila a cerca de un millón de habitantes en su pequeño país, los representantes de EE.UU., Reino Unido y Francia resistieron tozudamente la calificación de genocidio para tales matanzas y las calificaron como rencillas o luchas intertribuales... Eso, en 1994. Alguien dirá en el pasado. Pero en tiempo presente, desde hace años y hasta el día de hoy el estado israelí está cercenando las vidas de palestinos, ahogando una sociedad para ocupar su territorio, y no hemos escuchado hasta ahora mencionar eso como genocidio.

Luis E. Sabini Fernández
[email protected]

Revista El Abasto, n° 87, mayo, 2007.



 

 

 
 


 

 

 

 

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