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Entrevista a Pablo Razuk, hombre de teatro

Entrevista a Pablo Razuk, hombre de teatro


La elección de hacerle una entrevista a Pablo Razuk hacía unos meses que venía dando vueltas por la redacción. Por varios motivos: es un inquieto hombre de teatro (actor, director, docente, dueño de una sala), vecino y encima se había animado a encarnar en teatro a un personaje tan díscolo y apasionado como lo fue el anarquista Severino Di Giovanni. Finalmente, me encontré con él en su espacio, Korinthio Teatro.
   Para aquellos que no lo saben, Pablo vino del interior, Rosario, más precisamente, con una idea muy clara de lo que quería. Podemos afirmar, después de escucharlo, que varios de sus objetivos se han cumplido. En ese sentido, se puede quedar tranquilo, ha recorrido un largo camino.
     Siempre estuvo el escenario presente en su vida. Aun antes del teatro. Formó parte de la banda de rock rosarina La Cortina. Allí cantaba, tocaba el bajo, el piano. Mientras, me cuenta todo esto afirma que después de conocer el teatro se dio cuenta de que nunca fue músico, de que aún entonces ya era actor y que sin saberlo jugaba al personaje del rockero. Se ríe. Le parece estar hablando de otra vida y no de la suya.

Acto I
“Comienzo a hacer un curso de teatro y fue automático, fue amor a primera vista”, nos dirá. La culpable de su llegada a las tablas fue una mujer, pareja suya por aquel tiempo, actriz. Su primera clase fue con el reconocido maestro rosarino Mirko Buchin. También estudió con un discípulo de éste, Oscar Medina, a quien Razuk considera su maestro. A la semana de esa primera clase ya había vendido el bajo y el equipo. Su primera intención fue componer música para teatro. Pero ya estaba atrapado. El actor había nacido.
Llevando el carretel para atrás recuerda que con un gran amigo suyo, Pablo Palavecino, lograron que Rosario represente por vez primera, en el 93, a su provincia y no la ciudad de Santa Fe en el Festival Nacional de Teatro, que se hacía en Mendoza. La obra fue Litofagas, y la dirigía su maestro Medina. Ese festival fue clave para la vida de Pablo. Entre otras cosas ve un espectáculo de Carlos Gandolfo y se vuelve a enamorar. “Quería estudiar con este señor. Entonces, me vine acá, hablé con él para estudiar viajando semanal-mente desde Rosario. Pero el problema es que las clases eran dos veces por semana. Yo no podía, trabajaba de mozo en un bar y no me daba el cuero. Entonces, Gandolfo me hace una notita y me recomienda a Fernandes”.
     Su rutina, en ese momento, era cuando tenía clase los días jueves, salir a las tres del bar donde trabajaba, tomarse el colectivo a las tres y media, llegar acá cuatro horas después, a las ocho empezar su clase: a las dos de la madrugada emprender el retorno, para llegar a las seis y media y a las siete de la mañana volver a su trabajo en el bar. Y a esto podemos sumarle sus clases con su maestro Oscar Medina, más su cursada en la Escuela de Teatro de la Ciudad de Rosario y los ensayos de los espectáculos que hacía. Por esta misma época, también, empezó a hacer títeres en espectáculos para niños. “Uno cree que hacer teatro para chicos es más sencillo. Es al revés. Al adulto hay un montón de formas de entrarle y al chico, si no sabés cautivarlo, lo perdiste a los dos minutos”. Razuk dixit.

Parada: Buenos Aires
Después del intenso trajín de estudiar y viajar semanalmente a Buenos Aires, decide instalarse en esta ciudad, ya que sólo acá podía encontrar la forma de vivir de su profesión. Su mudanza su produjo en el 96.
     “Cuando llegué” recuerda “estaba para atrás, sin un sope, paré durante meses en distintos lugares. En las casas donde paraba tampoco quería ser «el que viene del interior».”
   Los empleos desfilaban. Fue ayudante de cocina, vendió rifas, cuadros, publicidad durante un largo tiempo. Hasta que un buen día trabajando en un homenaje para Frida Kahlo en el Centro Cultural Recoleta se topa con Julio Chávez que exponía unas pinturas suyas. Se acerca para felicitarlo por su trabajo y termina yendo becado durante algunos meses a su estudio de teatro.
     De a poco, la rueda había comenzado a girar. “Al primer casting que fui, recuerdo, que iba caminando por Lavalle y había una cola enorme de gente maquillada, con vestuario. Pregunté y me dijeron que era para Badía y Cía. Me metí en la cola; último. Hice la audición de un tipo que no preparó nada. Juan se cagó de risa. Sobre la marcha comencé a escribir algunas cositas, le pedí un saco a él y un par de lentes a otro que estaba ahí. Hice un psicólogo, yo ya lo había masticado alguna vez pero no tenía nada preparado. Juan se dio cuenta y me lo dijo. No se lo negué. Se murió de risa y me dijo que preparara algo para la semana siguiente”. El sábado estaba saliendo al aire. La experiencia fue sumamente rica. Pero también lo engañó.
Pensaba “¡ya está! Buenos Aires ya es mía. Estoy saliendo en vivo en Canal 13, el sábado en horario central”. Pero se equivocaba. Al respecto, ahora sostiene: “En esta profesión hay que seguir permanentemente, construir todo el tiempo, no hay que parar nunca”.
    Después de este raudo paso por la televisión, decidió importar desde su Rosario natal la obra que había hecho con su amigo Palavecino, Litofagas. Pero la cosa no anduvo bien. Nada bien. Se mataron para promocionar la obra. Llamaban gente por teléfono, volanteaban… Ahora se ríe: “Habíamos hecho unos afiches enormes, preciosos y salimos a pegarlos por Corrientes. Cuando volvimos ya estaban todos tapados. Te puedo asegurar que llorábamos. Pero, de verdad que llorábamos. No lo podíamos creer”.
     Pero la rueda ya había empezado a girar. Después vino la obra Bang Bang y somos historia, donde, además, de actuar se encargaba de la prensa y la producción. Espectáculo que tuvo un éxito rotundo de público durante tres temporadas, galardonado con el premio ACE al Mejor Espectáculo de Humor. Y nuevamente, volvió a creer que después de esto conseguiría que lo llamaran para trabajar. Craso error.
    Por esta época comenzó a dar sus clases de teatro. En un principio, fueron sólo cuatro alumnos. Pero el taller fue creciendo al punto tal que ahora en vez de tener cuatro alumnos tiene cuatro grupos.

“Sacá los cuchillos”
Recuerda aquellos tiempos de los bolsillos flacos y nos dice: “Me acuerdo de un chiste que le hice a mi mujer, Marcela, un día que compré carne. Me hacía el emocionado y le decía «Ahora sí, mi amor, ¡sacá los cuchillos!» Porque todo era cuchara y tenedor, arroz y fideo. Y no te estoy llorando la carta”. Esto se dio con los trabajos como actor en el Teatro San Martín. Formó parte de Mein Kampf; El Señor Puntilla. “Empecé a tomar como otra posición dentro de la profesión. Esto del San Martín es importante, no como un examen, sino porque significaba una plata segura”.
   Después pintó hacer la película de Marco Becchi, Garage Olimpo. Por su laburo fue premiado en distintos festivales cinematográficos donde recibió varios premios: Mejor Coprotagónico, en Cuba; Mención Especial del Jurado, en Huelva; Mención de la Crítica, en Venecia.
   ¿Es novedad decir que cuando terminó de hacer esta película creyó lo de siempre, que lo iban a llamar? El San Martín todavía no estaba en la agenda. Ahora, de esa espera permanente, Pablo sostiene: “Aprendí esta cuestión de que lo importante no es llegar sino estar yendo, como decía Ortega y Gasset. Dejar de esperar la revelación. Esto de ahora, sí, ahora empieza. No, porque uno ya empezó. Lo que pasa es que cada uno empieza con su propio paso, a su propio tiempo. Yo creo mucho en el laburo. No puedo estar sin proyectos. Y esto tiene que ver con la búsqueda que, a mí, me gusta. La diferencia, ahora, es que no estoy tan apurado. Antes el apuro era por llegar a un lugar, solamente por una cuestión laboral, para no tener que correr atrás del mango, no tener trabajo. Antes eso me ocupaba. Pero, hoy por hoy, con las clases me va muy bien. Subsisto con ellas. Este espacio de seguridad económica me permite tener mi propio tiempo”.

Severino: último acto
En estos momentos, el entrevistado se predispone a reestrenar en su tercera temporada de Severino, luego de haber obtenido un gran éxito tanto de parte del público como de la crítica y de haber realizado una gira por el interior del país que incluyó Santa Fe, Rosario, Córdoba y Gualeguaychú. Llegó a este proyecto después de no haberse podido concretar una película que quería hacer al respecto el cineasta Becchi con él como protagonista. La imposibilidad se debió a una cuestión de derechos porque Osvaldo Bayer ya había arreglado con otro cineasta con el que, por motivos ideológicos, no llegó a ningún acuerdo. Pero si Severino no había llegado a la pantalla grande, sí aterrizaría en los escenarios de algún teatro. Por este motivo, buscó mucha información de diversos países y le entregó el material a Marcelo Caamaño (autor de las tiras Montecristo, El Deseo, Resistiré), quien así después de toparse con una gran maraña de información abrevó en su primera obra teatral.
Nos cuenta: “Yo me enamoré perdidamente de la historia. Al punto tal que soñaba, la mitad de las imágenes que aparecen en la obra son extractos de mis sueños reales. Hasta digo que Severino alguna data me tiró, desde algún lado. Hasta ese momento, yo estaba haciendo En casa en Kabul en el San Martín y entre todos mis compañeros de elenco, estaba Norberto Trujillo, que había sido militante político y tiene una agudeza, una impronta tan especial, que me dije que él tenía que ser el director de la obra. Y le pregunté si dirigía. Le mandé el material un jueves, me acuerdo, el viernes al mediodía me llama y me pregunta “¿cuándo empezamos?”. Ahí ratifiqué lo que había pensado. Norberto era el director para Severino”.
     En algún momento, flaquearon con la idea de continuar con la obra en cartel ya que el público no siempre acompañaba. Hubo funciones de diez, quince personas. Hasta llegaron a ser cuatro. “Yo, en esos casos, siempre pensaba qué hubiera hecho Severino. Y él hubiera hablado para cuatro personas. Entonces, yo salía y hacía mi función. Yo siempre digo que esto es el anti-Rottemberg, dos tipos solos, Norberto y yo, en un teatro independiente, con una propuesta teatral como la de Severino; sin prensa contratada. Y nos fue bien. Una noche, de esas que había cuatro personas no lo sabíamos que entre el público estaban los críticos de teatro de La Nación y Clarín. Ese fue un empuje importante. También, nos ayudó mucho con esto de que estuve en Montecristo, cuando la gente te ve en tele confía más”.

Epílogo
Actualmente, se encuentra trabajando para el Teatro San Martín en la obra El camino al cielo, con dirección de Alejandro Giles. Y, además, se predispone a ensayar en carácter de director una obra de Patricia Suárez, vieja amiga suya de cuando ambos vivían en Rosario, en su sala, Korinthio Teatro. Además de continuar con el trabajo de dos espectáculos de alumnos que surgen de escenas trabajadas en sus clases. Y, por si esto fuera poco, no se priva de la posibilidad de proyectar a largo alcance. “ Tengo una ilusión que espero concretar el día de mañana. Me gustaría ser lo suficientemente conocido para volver a vivir en Rosario. Más cuando ya esté el tren bala, que vas a estar en una hora y media. Vivir en mi ciudad y poder trabajar acá. Rosario es mi casa. Aunque debo reconocer, por el amor que le tengo, que me costaría irme de Buenos Aires… Pero todavía falta mucho para esto”.
Mientras, va cayendo el telón.

Marcelo Saltal

Revista El Abasto, n° 87, mayo, 2007.



 

 

 
 


 

 

 

 

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