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Entrevista a Mosquito Sancineto

Señor improvisación

Esta entrevista con Mosquito vino un poco accidentada, por problemas de complicación de horarios: hablamos varias veces por teléfono pero no podíamos encontrarnos. Hasta que, finalmente, una fría tarde, algo lluviosa, de junio, en una conocida confitería de Rivadavia y Medrano pudimos tomar un café y hablar.
Pero, para comenzar a desentrañar el ovillo de este diálogo, logro enterarme que su nombre artístico, Mosquito, surge a raíz de su intervención en una de las películas claves de los ochenta en nuestro cine, Los chicos de la guerra, del Bebe Kamin. Allí le tocó interpretar a un personaje que llevaba ese nombre: Mosquito. Años después, cuando trabajaba en el espectáculo La Erótica, de Javier Margulis, en aquel antológico espacio que fue Babilonia, por el año 91, componía a una suerte de mujer-hombre bastante fuerte. La gente no podía descodificar bien a qué sexo pertenecía dicho personaje. Como todo el grupo de trabajo lo llamaba siempre por el apodo Mosquito, a la hora de estrenar Margulis, desconociendo su nombre verdadero, puso en el programa de mano, Mosquito Sancineto. Su despliegue artístico dio que hablar y la prensa se hizo eco del asunto, fue así como apareció muy bien criticado bajo el nombre del programa de mano. Así nació Mosquito Sancineto para las tablas argentas. Fabio Sancineto había desaparecido bajo el nombre de este artista.

Los orígenes
Su verdadera aparición en la profesión se remonta a su más tierna infancia. “Yo empecé en el año 76, era muy chico, me cuenta. Iba a un colegio primario y después al Labardén donde estudiaba teatro, música, fotografía y otras disciplinas artísticas”
Corría el año 79 y el padre del entrevistado, hasta el momento, el único artista de la familia, un pintor de cuadros que sólo conocían en su círculo más íntimo, se entera a través de un amigo, Aldo, hermano de Inda Ledesma, que esta reconocida teatrista necesitaba un niño para la obra que estaba dirigiendo. El tema fue que Don Sancineto instó al niño para que la llame. “Yo, que siempre tuve una cuota de caradurismo -recuerda- la llamé. Le dije: «Inda, quiero trabajar con usted». Así, directamente. Me acuerdo que ella se rió pero me pidió que fuera a hacer una prueba”. Pasada la audición aquel niñito se ganó un lugar en la obra. Este espectáculo después ganó un premio Molière a la mejor dirección.
    De esta experiencia me cuenta: “Lo loco de todo esto es que mientras yo comenzaba a ingresar en el mundo del teatro la historia del país iba por otros carriles: persecuciones, matanzas. La dictadura. Yo, obviamente, por mi edad, en ese momento, no era muy consciente de todo eso”. Esas paradojas de la vida. Mientras él ingresaba a todo un mundo de libertad y fantasía el país se hundía en el período más oscuro de su historia.
   Después de esto, hubo trabajos menores como asistente en algunos espectáculos, participaciones en obras infantiles. Continuó estudiando en el Labardén y, más crecidito, talleres de mimo, de comedia musical, talleres de actuación a cargo de reconocidos profesores como Raúl Serrano y Norman Brisky. A este último lo reconoce como su maestro porque logró abrirle la cabeza y ver hacia dónde quería ir en esa profesión, qué significaba ser un actor. Pero estamos en los último años de los ochenta y aparece el francés Claude Bazan con la novedad de dictar cursos de improvisación. Y hacia allí se mandó. “Fue una época maravillosa de mi vida, que aún hoy mantengo latente. Tan diferente de estos tiempos que vivimos”. Una diferencia social entre aquella época y el hoy que palpa en todos sus espectáculos. “Porque a mis matchs los hago muy lúdicos, y con mucha carga de comunicación.     También, hago una bajada de línea de lo que veo en televisión. Y a veces no encuentro mucho eco y ahí es donde veo que la televisión ha prendido mucho. Se ríen pero no están a favor de lo que digo. Es cuando me suena la luz roja de alarma porque los medios de comunicación han ganado mucho terreno, como un escorpión que te está picando y no te das cuenta que te está envenenando. Es muy peligroso”

Camino al andar
Con el tiempo se convirtió en asistente del francés y, ni lerdo ni perezoso, asimiló toda esta nueva técnica que había aprendido. Su paso siguiente fue llevar esta propuesta de enseñar improvisación al Centro Cultural Ricardo Rojas. Y allí fue, reconoce, donde comenzó el semillero de todo este auge de los espectáculos de improvisación.
   Se acuerda: “En el año 88, 89 en La Liga de Improvisación Argentina después que se fue el francés, sobrevino una crisis de la que sobrevivimos sólo algunos. Y éstos que quedamos entrenamos intensamente todo un año para ofrecer sólo cuatro funciones, nada más. Nadie ganaba un peso. Sólo por el amor a este espectáculo. Llenábamos Palladium, ahí hacíamos el espectáculo, pero había que pagar el lugar, la pista, los músicos, entonces, todo lo que se ganaba de dinero sólo alcanzaba para la producción del show. Pero ninguno se quejaba, ninguno pretendía ser la estrella. Afortunadamente, todos los narcisismos estaban al servicio de ofrecer un buen espectáculo”. Y reflexiona “Cosa que hoy no ocurre. Hoy están todos empeñados en demostrar su egocentrismo, nada más”.

Pero sus matchs de improvisación tal como los conocemos hoy surgen, a partir del año 96, donde se separa de la persona con la que venía trabajando hasta el momento, manteniendo la forma clásica. Y entonces modifica toda la estructura porque la Argentina no es ni Canadá ni Francia. Esta nueva forma de abordar este tipo de teatro lo llevó a indagar en diferentes estilos: comedia musical, ópera, Shakespeare, géneros cinematográficos diversos. Al respecto, afirma “En definitiva, nos cultivamos nosotros para así también cultivar al público. Más teniendo en cuenta que me sigue un público joven. Me acerqué a todo esto. Pero para trabajarlo siempre dentro de la parodia. Y ahí empezó a convertirse en éxito, de a poquito. Hasta que llegamos a cinco funciones por semana”. Le señalo que lo curioso de sus espectáculos es que van muchos jóvenes que no son espectadores de teatro pero que sí van a ver sus matchs. “Es que logramos una comunicación muy fuerte con el público, hacemos que se suelte, que juegue…
   La gente que nos va a ver juegan a ser ellos mismos y sin miedo. Escribiendo un título, levantando la mano, pasando al escenario, gritándoles a mi personaje y yo respon-diéndoles…
Todos somos actores. Siento que el arte tiene que ser popular y no para una élite, para la burguesía únicamente. Además, yo aparezco maquillado, parezco una mina, habrá personas a las que no les guste esto, pero algo les queda, algo les pica. Y ése es el lado donde yo todavía mantengo mi rebeldía acerca de la sociedad, de mostrar mi cara. Te guste o no, realmente, algo te va a suceder. Porque te provoco”.
   Su convivencia con el medio artístico al que pertenece no ha sido siempre color de rosa, si hasta me cuenta, ante mi estupefacción, que muchos productores de teatro lo han rechazado por cargar, precisamente, con el nombre que lo identifica, Mosquito. Un absurdo. También, por sus trabajos, en general, en el cine interpretando a chicos marginales y drogadictos hizo asustar a varios directores de teatro, que lo creían un drogón infernal, y no lo llamaban. “Aunque lo más irónico de todo esto es que la mayoría de los actores se drogan. ¡Y los directores, también!”. Nos reímos por esto. Manga de caretas, pienso. Continúa: “Sufrí mucho por esto porque, de alguna forma, coartaban mi carrera. Pero así, también, aprendí a no depender de nadie”. Lujo que muy pocos actores pueden permitirse.
    Me confiesa que su amor por el cine es aún más grande que por el teatro, que el séptimo arte lo transporta a terrenos más oníricos. Y que, incluso, está trabajando en un guión de un largometraje que le gustaría dirigir. Aunque la decisión no está tomada del todo. Sabe de la dificultad que significa realizar una película. Además, no se permite equivocarse en lo que hace.

Entre la tele y la villa
Para finalizar, me cuenta que está trabajando para la productora Televisión Abierta, de Mariano Cohon y Gastón Dupret, como coach en los castings y en las grabaciones del sketch del programa de Susana Giménez con aquellas personas de las villasmiserias que trabajan como actores en esta parte del programa. Está entusiasmado con esta nueva actividad suya porque, por un lado, trabaja al lado de una “mina como La Giménez” y por otro, ha descubierto a gente que vive en esos asentamientos tan precarios que son unos actores en potencia. “Algunos se entusiasman y quieren ser actores. Y puta madre, por el hecho de vivir en una villa no pueden estudiar, por eso, les ofrezco mi escuela para que estudien, total, yo no les cobro nada para que puedan hacerlo. Pero no se animan hasta ahí” Una pena, reflexiona.

Marcelo Saltal

Revista El Abasto, n° 89, julio, 2007.


 
 


 

 

 

 

 

 

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