Mucho se habla en estos momentos de pandemia sobre que se debe hacer con los niños y las niñas confinados en sus hogares, si durante estos tiempos de pandemia en donde las clases han sido suspendidas en numerosos países se deben generar rutinas escolarizantes o no. Los medios de comunicación y las redes sociales han sido escenarios para dar voz a experiencias y opiniones sobre estos temas.
Muchos creen que estos tiempos de aislamiento social obligatorio es una gran oportunidad para que dejando los contenidos curriculares de lado los hijos y las hijas puedan aprender algunas cuestiones de la casa, ayudar en las tareas domésticas y aprovechar su tiempo liberado; que ya habrá tiempo para volver a la escuela y ponerse a ritmo con el “tiempo perdido”. Otros hablan de escolarizar la casa generando un espacio para la escuela: un horario, una rutina, un momento en el que los chicos y las chicas puedan dedicarle especialmente a lo que le llegue de la escuela y que con ayuda de alguien de la familia pueda continuar el proceso didáctico que se nos ha visto interrumpido.
Me parece que no solo existen motivos ideológicos de lo que cada uno o cada una pueda o no creer que es lo mejor en la crianza de sus niños, niñas o niños. Existen motivos ajenos a estos y muy importantes como la cuestión del tiempo de los adultos que se encuentran no solo haciendo las cosas de la casa (multiplicadas por el factor de la limpieza en pandemia sino también por el aumento del tiempo en casa), sino también sus propias cuestiones laborales (si tiene que cumplir con su trabajo desde el hogar, si se quedaron sin la posibilidad de trabajar, si tienen que trabajar igual, etc.) y los motivos emocionales que en estos tiempos de pandemia a todos y todas nos afectan de una u otra forma (miedo, ansiedad, angustia, etc.).
Creo que la escuela no debe desaparecer de la vida de nuestros niños y niñas, no podemos hacer que la pandemia por el COVID-19 sea un paréntesis en nuestra vida y que todo se retomará de nuevo más delante de la misma forma que lo hemos dejado. Tampoco es obligación de las familias que los niños y niñas avancen en el programa anual de la escuela. Creo que es importante que no se pierdan los hábitos escolares en la vida de los estudiantes, porque si no existirán secuelas profundas que llevarán mucho tiempo para socavar una vez restablecida las clases presenciales. Debemos sostener viva a la escuela dentro de los chicos y las chicas y por sobretodo debemos ayudarlos al continuo ejercicio de saberes incluso de los años anteriores; en la práctica de la lectura en casa, en la suma y las operaciones matemáticas, en generar espacios integradores de contenidos escolares, pero incluso más divertidos.
No es cuestión de elegir por una u otra modalidad de atravesar la pandemia sino de encontrar un equilibrio que ayude a los estudiantes a continuar en movimiento, a mantenerse activos. En estos momentos de crisis con la suspensión de las clases presenciales a cuestas las y los docentes de todos los niveles (inicial, primaria y secundaria) han buscado adaptar sus contenidos a formas de educación virtual o a distancia. El Ministerio de Educación de la Nación tomó espacios de la televisión para generar programas de contenido educativo y fabricó cuadernillos para su distribución gratuita que permita llevar a los hogares que no disponen de conectividad algunos ejercicios para continuar con el hábito de la escuela en casa. Las escuelas que vieron en la virtualidad una posibilidad de continuar la tarea utilizan plataformas educativas o recursos de Internet para continuar con las clases. Más allá de las formas existe la realidad plasmada (y que queda a la luz por esta pandemia, por si antes no se veía bien) sobre la desigualdad de condiciones en las que vivimos y como esto influye incluso en la posibilidad que tiene la escuela de llegar a todos y todas sus estudiantes. Como todo en esta vida (parafraseando a Freire) es una cuestión de clases si podes o no acceder a los contenidos escolares, si podés conectarte a Internet por un tiempo prolongado, o si podés bajar las tareas o tener suficientes datos para trabajar en línea.
Lo que me parece que queda muy claro es la necesidad del vínculo con el docente y la función de la escuela dentro, no solo de la sociedad sino dentro del binomio de enseñanza – aprendizaje. Hace varios años ya que se viene hablando sobre como la virtualidad iba ganando terreno y de qué forma podía complementar a la escuela dentro de la enseñanza general. Incluso en más de una ocasión he leído artículos y ensayos hablando sobre el rol del docente y el lugar que podría tomar ahora que los contenidos se encuentran a un “click” de distancia. La evidencia ha quedado por sobre la mesa gracias a esta terrible crisis mundial que nos aqueja. El aprendizaje de los contenidos curriculares sin nuestros docentes, sin el vínculo profesor/a estudiante, sin la guía, sin la explicación y el andamiaje (conexión entre el saber nuevo y un saber previo que tiene el individuo) de Vygotsky. Aunque todos logremos tener la posibilidad de estar conectados, eso no va en detrimento de nuestra escuela; es imposible que reemplacemos a nuestras y nuestros docentes de la ecuación de enseñanza aprendizaje. Si de algo creo que la escuela saldrá fortalecida de esta crisis por el COVID-19 es de la valoración social y de la importancia en el conocimiento único e individual de cada uno y cada una de sus estudiantes y sus familias.
Para ir finalizando ya sea en estos tiempos de crisis o no, siempre la escuela debió apoyarse en las familias para lograr enriquecer la trayectoria escolar de los y las niñas. Eso no es nuevo, nunca existió la posibilidad que los y las estudiantes sostengan su propia escolaridad sin ayuda de nadie. Hoy la necesidad de este vínculo escuela; la familia es mucho más necesaria que antes y debemos ayudar a que se fortalezca. Ningún docente puede estar en la casa de todos sus estudiantes, ni tiene el tiempo o la posibilidad de hacer que el contexto en que estamos y vivimos no cambió y que se puede seguir enseñando los contenidos de la misma forma (incluso para aquellas clases sociales sin necesidades aparentes), pero en distinta modalidad. Los pibes y las pibas tienen miedo, están cansados de estar en las casas, viven realidades muy diferentes a las habituales, sus familias atraviesan problemas nuevos o se incrementan los viejos. Todo esto les pasa a nuestras/os estudiantes y no se puede hacer caso omiso a estas cuestiones. Como no es posible enseñarle matemáticas a un niño/a que tiene hambre (frase de la crisis alimentaria que sufrimos post 2001), tampoco es posible enseñarle a un niño/a que tiene miedo. No es momento de exigencias curriculares o de atosigar con clases virtuales y medios con los que no estamos tan familiarizados. Fechas de entrega, obligaciones extras innecesarias en momentos que las casas están sacudidas por algo que aún no sabemos hasta cuándo será. Esa incertidumbre se encuentra en todas las casas y todas las familias. Una vez más este es un tiempo en donde la escuela debe acompañar, para ayudar a organizar, a distraer, a jugar y a reír. El vínculo es enseñante para todos y todas, para el docente y para los estudiantes y sus familias. Estas complicidades requieren de la solidaridad de todos/as para aportar desde nuestro lugar algo tan pequeño como vital. El lugar de la escuela es este.
Sebastián Frugoni
Licenciado en educación, miembro de CUJUCA