Al día de hoy, llevamos casi 70 días de aislamiento social, entre el obligatorio, el administrado y el flexible; pero aislamiento al fin. Hace más de 3 meses, el mundo – casi por completo – se encuentra asediado por un virus que aún no se ha podido controlar.
Durante más de 20 años hemos visto películas apocalípticas, que mostraban posibles fines del mundo, zombies, virus mortales, epidemias, etcétera. Sin embargo, esta no es la primera vez que el mundo (conocido) se enfrenta a una situación similar. No se trata de la primera epidemia mortal e incontrolable. Pero los contextos cambian, y ahora con la velocidad impresa por la globalidad, todo corre a otro ritmo.
En nuestro caso, contamos con la ventaja (al fin) de saber qué hacer, ya que el virus ha tardado en llegar. Entonces, sabemos qué puede pasar si no tomamos las medidas a tiempo; somos el ejemplo frente al “ejemplo”. La solución fue quedarnos en casa, dejar de circular, dejar de trasladarnos, de intercambiar o moverse. Es claro, quedarse en casa. Es obvio, que no todos tienen la misma suerte al quedarse en casa, cuestiones del azar. Hay quienes se han podido aislar sin inconvenientes, y hay aquellos que se encuentran en situación de vulnerabilidad ya sea económica o psicológica, o bien física.
Durante los primeros 20 días estuvimos todos subiendo chistes sobre cuánto se estaba engordando, la pérdida de las rutinas cotidianas, el almorzar a la madrugada o merendar a la mañana. Mirábamos la tele, esperando números, partes diarios, y conversando respecto a un futuro completamente incierto.
Para muchos, el trabajo se detuvo, para otros se abrieron nuevas posibilidades. Es una verdad casi absoluta entender que las realidades pueden ser disímiles, y las crisis abren puertas para muchos. Fue que esto se transformó en el “reino del revés”: todos los trabajadores informales empezaron a “aportar”, y mostraron la incidencia e importancia que tienen en la economía cotidiana. Los que no se detienen, comenzaron a coser barbijos y a repartirlos por donde pudiesen. Y, para variar, los que buscan sacar provecho también aparecieron: son básicamente aquellos que en plena epidemia y crisis social optaron por subir todos los precios… total… ¿qué podía pasar?
Podía pasar lo peor: despertar a los economistas apocalípticos, que enseguida tienen sillón en cualquier programa televisivo. Porque, encima de todo, 3 de cada 4 programas de la tele son noticieros, o shows de información, o lo que fuera pero con un economista en el panel. Los infectólogos, médicos, personal de ambulancias, investigadores de virus, y todo aquel que puede saber mucho más del COVID-19 quedó ignorado frente a TODO lo que saben los economistas.
Y… ¿qué saben los economistas? Tal vez no son conscientes de la responsabilidad que traen sus declaraciones. Quisiera darles el beneficio de la duda, y pensar que son una herramienta del grupo de poder que está por detrás del medio gráfico o televisivo. Quiero buscar otro culpable, uno más arriba, ese que levantó el teléfono y lo llamó para que vaya al piso a hablar sobre tremendos fantasmas y monstruos de este país: “inflación, default, dólar blue, quiebra, ausencia de billetes, etcétera”. Palabras que escuchamos cotidianamente, y que reconocemos culturalmente, pero que ahora implican un nuevo miedo. Y ahí están: sentados, con un absoluto desparpajo hablando de fórmulas económicas: que Keynes, que liberalismo, que Estado presente, que Estado ausente, que liquidez, que los mercados, y que bla bla bla… ¿pero qué saben? En este momento, todas esas fórmulas de manual quedan obsoletas. ¿Saben porqué? Porque todas esas fórmulas responden a situaciones mundiales diferentes. Ahora no estamos en la bipolaridad, no estamos en el neoliberalismo, no estamos en condiciones normales; ni el FMI sabe qué va a pasar de acá a 12 meses. Si… podemos hacer proyecciones al mejor estilo “según mis cálculos” la economía se va a ir a pique de acá a 15 días, si claro que podemos hacerla. Porque claramente la economía, tal como la conocemos hasta hoy, se terminó, o está en proceso de terminar, de cambiar, de mutar. Así como pasó en los momentos claves de la historia de esta humanidad.
En este momento, la economía argentina debe dejar de mirarse el ombligo. Debe pensar que no está sóla, ya que esa (además) es la premisa que respetamos desde que empezó esta crisis sanitaria: “nadie se salva solo”. Hoy debemos enfocarnos en salvarnos frente al virus, que nos está enseñando a juntarnos frente a la adversidad. Nos enseña que no se trata de cantidad o calidad de muertos, se trata de todos, y que no muera ninguno. Una crisis sanitaria que muestra que el acopio (de no importa cual bien sea) no sirve para nada.
Con el correr de los días, otra realidad se asoma en los medios: el abismo que separa a aquellos que tienen mucho, de aquellos que no tienen nada. Ahora, la empatía social se conmueve frente a las colas interminables de madres e hijos que buscan una porción de fideos para pasar el día. Familias, que podrían estar un poquito (y sólo un poquito) mejor, sin 12.000 personas “donaran” – aportaran – sólo una vez el 1% de toda su fortuna. Un 1% que no les movería la aguja de su cuenta bancaria.
Entonces, el debate “vida o economía” sólo es sostenible por algunos medios que juegan una doble moral, pero con el fin mismo de seguir alimentando a los Gilgamesh. En breve, te voy a explicar a qué me refiero con esto….
Ahora… hay otro monstruo que también se despierta frente a la ausencia de especialistas en la materia en los medios de comunicación: “el ombliguismo”, algunos filósofos de la antigüedad le llaman “ignoracia”, porque ignoraban la responsabilidad o réplica de sus acciones. Y ahí está, el desfile de aquellos que se creen que pueden contra todo, contra el virus, y salen de sus casas, se van a la costa, cruzan la frontera, y se filman y lo suben a sus redes sociales. Yo los veo, y pienso en Gilgamesh (pero de otro tipo). ¿Sabes quién fue?
Gilgamesh era un rey legendario de la antigua Mesopotamia. El creía que podía tomar lo que quisiera del mundo, incluso a los dioses, y se auto percibía como intocable. Hasta que se muere su mejor amigo, su ser querido más cercano. Y “descubre” que nadie es inmortal, y que la pérdida de alguien (más que nadie él) dejaba un vacío, y que entonces nadie era invencible.
Entonces, pienso, me pregunto… ¿Será acaso que los desfilantes piensan que son intocables? ¿Necesitan que el virus se presente en sus narices y se lleve a alguien querido por ellos?
No pueden ver más allá de sus narices, como tampoco podía hacerlo Gilgamesh. Como tampoco pueden ver más allá aquellos que acopian billetes de colores. Aquellos que, gracias a los economistas apocalípticos, pueden hacer que se levante el aislamiento porque están perdiendo la posibilidad de tener más de esos billetes de colores. Billetes de colores, que si el día de mañana están enchufados a un respirador, no van a hacer nada por ellos, porque esos billetes de colores no salvan a nadie, son sólo eso: papelitos de colores. Sin embargo, estos papelitos de colores pueden hacer que esos que están obligados a ir a trabajar, que están siendo expuestos para que los “Gilgamesh” no sean alcanzados por el virus, todavía hoy pueden ser utilizados para adquirir bienes. ¿Bienes de quien? Bienes que vende Gilgamesh.
Si… es un círculo vicioso: Gilgamesh es inalcanzable, él tiene miles de millones de billetes de colores, que nosotros necesitamos para ir a la tienda de Gilgamesh. Entonces… él nos da esos billetes a cambio de que hagamos algo para devolverselos. La pregunta acá es ¿quién necesita a quién? Y si… él es 1, nosotros somos un montón, y si nosotros no hacemos lo que él necesita, él no se hace más rico, y entonces no nos da los billetitos de colores, y nosotros no podemos ir a consumir sus bienes.
Sin embargo, Gilgamesh no es sólo un empleador o generador de bienes; también es todo aquel que cree que no será alcanzado por el virus, y que por ende puede salir y hacer lo que quiera, sin reparar en todos los que están a su alrededor.
Lo curioso es que ninguno de estos “Gilgamesh” saben qué le pasó en realidad al original. Este tuvo que salir, por sí mismo a buscar lo que necesitaba y descubrir que finalmente la eternidad no le corresponde a nadie. Que la vida eterna no es posible, pero tuvo que hacerlo por sí mismo; porque quien hacía todo por él, ya había muerto. No sólo padeció el duelo de perder a su mejor amigo, sino que tuvo que salir a la realidad y chocar contra la verdad. La muerte alcanza a todos, antes o después, sin distinción de nada.
Así, y todo, la historia continúa dando lecciones.
Este momento, histórico mundial, sólo puede ser comparado con otras 3 epidemias; a saber:
1.- La Peste Negra, causada por las ratas en la Europa medieval, se llevó consigo miles de vidas, generando un cambio específico en la economía feudal. Se vieron obligados a abrir sus ciudades amuralladas para salir en búsqueda de recursos, y para escapar de los sitios comprometidos. Sitios, que se complicaron a causa de algunas creencias de la época: dejaban los cuerpos a la intemperie esperando la resurrección. Claro, habían respetado las reglas de la iglesia y entonces esperaban algo que nunca llegó; sólo más podredumbre, que alimentó a la peste original. Las ciudades medievales funcionaban como una célula, cada integrante tenía una tarea determinada que daba como resultado que a nadie le falte nada; todos producían e intercambiaban alguna mercancía o beneficio (vestimenta, comida o protección). Estas ciudades tenían una organización institucional dada entre la Iglesia y el señor feudal. La peste se llevó gente de estas ciudades sin distinción de tareas, y la economía se organizó. 100 años después, cada mercancía o beneficio tenía un valor equivalente en monedas, y las creencias estaban siendo cuestionadas. Nuevo paradigma y un nuevo tiempo histórico.
2.- Hacia fines del siglo XIX, en Latinoamérica se desparramó la epidemia de la Fiebre Amarilla; entraba a las ciudades a través de los pozos de agua; nadie estaba a salvo. No existía el agua potabilizada, así que todos estaban a la mira de la peste. Se acompaña esta epidemia, de otra que quedó en segundo plano pero en la misma época: el Cólera; que además siguió amenazando a la población décadas después. Esta peste duró más de 7 años, y la reactivación económica implicó mudanzas y avances tecnológicos. En nuestro caso, en Buenos Aires, nacieron nuevos barrios, llegaron nuevas familias, y se construyó un nuevo cementerio. Las instalaciones no daban abasto, y se puso a prueba el presente conocido. La vida continuó…
3.- La tuberculosis. En las primeras décadas del siglo XX, las grandes urbes se vieron afectadas por esta peste. Los más afectados fueron los trabajadores informales, que tosían sangre mientras cumplían las horas de trabajo exigidas por los Gilgamesh del momento. Aquellos que estaban en condiciones de hacinamiento, que debían trabajar sin parar, que no tenían la suerte de acceder a una atención médica o a poder quedarse en sus casas, perecieron frente a esta enfermedad. Podemos figurarnos qué tan grave fue para Buenos Aires, en la cantidad de tangos de la época que hacen alusión a personajes tísicos. El ciclo escolar no comenzó hasta entrado agosto, y todo continuó…
En nuestro caso, la fiebre amarilla y la tuberculosis van a ser las epidemias que nos toquen de cerca.
Entonces… cuando escuchamos que la actualidad sólo es comparable con la crisis de Wall Street de 1929, debemos hacer oídos sordos. No sólo, porque esa crisis no nos tocó ni de cerca; sino porque en ese momento la gente se moría de suicidio y no de fiebre.
La epidemia de la fiebre amarilla va a coincidir aquí con el momento histórico que vamos a denominar “Generación del ´80”, una serie de presidentes que van a gobernar el país años antes de Julio A. Roca. Un grupo de presidentes que va a sentar las bases económicas y políticas; y que de alguna manera va a intentar generar un proyecto de país. No está aquí abierto el debate a si estamos de acuerdo o no con el modelo agroexportador, o si estamos de acuerdo con las relaciones bilaterales con Inglaterra, o si estamos de acuerdo con un modelo político unipartidista y oligárquico; no. Aquí, sólo quiero dejar en claro que nuestro presente sólo es comparable con ese pasado, el de la epidemia de 1871. ¿Qué pasó en ese entonces? Argentina tenía una población menor a los 2 millones de habitantes; murieron más de 15 mil habitantes. A causa de esta peste, tuvieron que unificar y abrir nuevos cementerios (caso Chacarita), ya que la industria funeraria no daba abasto. Todos los inmigrantes que llegaban al país debían hacer cuarentena en el hotel de inmigrantes; por lo tanto tuvieron que ampliar el de entonces y construir nuevos edificios para sostener la cuarentena. ¿Y la economía? Proteccionista: sustitución de importaciones, se exporta todo lo que se puede, no se imprime ni se gasta lo que no se tiene. Pero ese pasado, tiene una enorme diferencia con nuestro presente: la fiebre amarilla sólo atacaba a Latinoamérica: Argentina, Paraguay, Uruguay, Brasil. Nuestros mercados estaban a salvo, y comprando. La fiebre amarilla duró más de 5 años, y causó estragos en la población, plasmados en cantidades de cuadros de artistas nacionales.
Hoy, la economía está paralizada a nivel mundial. Hoy no podemos salir a vender productos, todavía o por ahora. Hoy, sólo nos queda esperar y ser pacientes. A diferencia de 1871, tenemos el Malbrán, tenemos laboratorios de avanzada, y una segunda oportunidad. Tenemos, además, un gobierno que busca la igualdad, y se da la oportunidad de ver en esta crisis la posibilidad de mejorar. Deberíamos mirar hacia ese pasado epidémico y ver cómo atacar la situación, ya que el problema no está dado sólo en el virus, sino en la falta de reconocimiento del modelo que nos hace trabajar en conjunto.
¿A favor? Ahora todo pasa más rápido, y se soluciona a otra velocidad. Tal vez no nos lleve 5 años, ni 7 años, encontrar la nueva normalidad. Pero esto de la velocidad, tiene algo en contra: la escasa paciencia general, que lleva a la acción efímera del todo. Después de 65 días ya casi nadie sale a aplaudir a los trabajadores de la salud, de la seguridad, ni a nadie. Sin contar, que se debe gastar energía y recursos en explicar, lo que el sentido común debería dar por sentado.
Podemos ver que a pesar de epidemias, pandemias y cóleras la economía siempre se arregla, más rápido o más lento, pero se arregla. ¿A favor? La mayor parte del mundo está en las mismas condiciones, la crisis es general. Todos vamos a tener que cambiar el paradigma para volver a producir y generar.
Los virus no distinguen en clases sociales, pero la distinción social que hacemos de las clases hace que el virus se enfoque en los que menos tienen. Y lo que no logramos ver, es que todos somos imprescindibles.
Esta vez, una vez más, podemos ser ejemplo. ¿Otra a favor? Tenemos un sistema estatal que nos da una red de contención; tal vez aprendamos sobre la importancia de poner la plata donde hay que ponerla (salud y educación). Y podamos aprender, que privado no es necesariamente mejor que público. Y, aprender que público, significa que es para todos. Tal vez nos demos la oportunidad de ver que la solución está en lo colectivo, que cada uno puede hacer algo positivo para los demás y en consecuencia para sí mismos. Que la base de todo está en proteger, salvar, vivir y alimentar; que el resto es puro capricho.
Hoy, creo yo (que no soy nadie, pero…) es el fin de las ideologías. Ideologías que nacieron y crecieron a partir de la modernidad y de la creación de un sistema que marca que cada mercancía o beneficio debe ser intercambiado por un valor en oro u otro patrón. Hoy, tal vez, sea el momento de entender que ante todo está la vida, vida que es mano de obra, vida que produce, vida que intercambia, vida que es sujeto que hace y mueve. Ideologías que le pusieron valor a los premios: vacaciones, descansos, fiestas, deseos y sueños. (¿O porqué es más caro un paraíso en la playa que en la montaña, no es subjetivo?) ¿Es que acaso no son derechos?
Claro que no es sencillo soltar lo conocido, para abrirse al cambio, hay angustia, incertidumbre, desconocimiento; pero todo se re configura.
No es ético estar infundiendo terror ni discordia, sólo porque sos Gilgamesh y crees que el virus no te va a llegar. No es ético mover a una parte de la población para beneficio tuyo, la humanidad no es un medio para tu fin. El fin de toda acción política es la humanidad, y el bienestar general de la misma. ¿Y qué es bienestar? Estar vivo.
Hoy es 25 de Mayo, todavía no vi a nadie cantar el himno, pero si vi pedir libertades. Nadie te dice qué hacer, ni dónde estar; sólo te dicen qué hacer para que el virus no te afecte. Pero vos, no tenés la culpa, hace años que no te acercan conocimientos históricos ni movimientos culturales que te ayuden a ver al otro, que no estás sólo. ¿Quién hizo esto? Gilgamesh.
Hoy, el Cabildo está más abierto que nunca, y responde al pueblo y todas sus preguntas.
Tenemos la cuarentena más larga de todo el mundo, y sí es un logro. La arrancamos cuando todo empezó, y la debemos seguir mientras el pico no baje; y si es necesario la deberíamos seguir un poquito más para asegurarnos de que todo salga bien. La historia nos muestra que la economía la hace la gente, el poder, los intereses; la economía se modifica, se arregla, se manipula.
Hace 210 años, un grupo de revolucionarios dejó su salud para fundar un pueblo. Rompieron las cadenas con ese poder que no nos dejaba ser, y abogaron por la noble igualdad. Esperemos que podamos ver, que esta acción colectiva es un laurel que supimos conseguir, y así podremos con gloria vivir. Rompamos las cadenas, invitemos a Gilgamesh a ser parte de este pueblo, para poder todo juntos decir: “Salud”. Que, al final de cuentas, es lo único que permite construir: la salud.
Lic. Catalina Cabana
25/05/2020