Entre noticias cotidianas que meten miedo –robos, asesinatos, etcétera– siempre hay una noticia en particular que predomina los informes repetitivos de los medios de desinformación masiva.
Los últimos dos años le dieron duro al tema del coronavirus. Sin juicio de valor pero debemos reconocer que toda esa movida dio como resultado que aceptamos cosas que normalmente no hubiésemos aceptado: no despedir a nuestros seres queridos fallecidos, esperar para ser atendidos por otras enfermedades que no sean el Covid, ser inyectados con algo experimental sin saber qué contiene, taparnos la boca en público, que nos metan un largo hisopo finito por la nariz hasta prácticamente cosquillear el cerebro, no movernos con libertad y usar una aplicación que reporte dónde estamos y cómo estamos, ver las fronteras nacionales como límites aún más marcados…
Desde hace unas semanas la primera plana pertenece a la invasión de Rusia a Ucrania, con todo el riesgo de que se arme un conflicto tan grande que involucre armas nucleares a nivel mundial.
Mientras muere gente inocente queda todo el mundo con sensación de riesgo de muerte. Y, sin embargo, para la mayoría la vida sigue girando. Pero la cortina de humo hizo efecto dado que muchos se separaron de lo que realmente deben influenciar: la vida inmediata, de modo simple, haciendo las cosas correctamente, sanamente, concentradamente, amorosamente y con paz en el corazón. Pero, ¿qué paz podemos tener si miramos horas y horas sobre lo peligrosa que es una micropartícula mientras cuentan los muertos como si fuesen goles? ¿O cuánta paz nos queda luego de ver edificios bombardeados y gente huyendo, llorando o desmembrada?
El virus del Covid es terrible. La guerra lo es también. Pero qué ganamos con cargarnos de miedo, juntar bronca, polarizarnos y discutir, buscar tener razón, enojarnos por injusticias de otro lado del mundo cuyas variables desconocemos en su totalidad… ¿Con qué fin discutimos? ¿Para juzgar y tomar partido? ¿Pero quién somos? ¿El juez del universo? Busquemos hacer lo que tenemos que hacer del mejor modo posible y evitemos cargarnos de malas vibras. Informémonos pero para accionar, no para convencer.
Recordemos que donde hay miedo o bronca, queda menos lugar para el amor. Proponemos hacer lo que hace la mayoría, no creerle a los medios masivos, tomar todo con pinzas, pensar que si dicen una cosa posiblemente sea lo contrario y entender que si sostienen algo es porque a alguien le sirve que se diga éso. Hay que internalizar que lo malo es obedecer sin pensar, nuestras acciones son nuestras. Y hablar es una acción. O escribir.
Siento que es momento de parir ese nuevo mundo que está dentro de este otro manipulado, contaminado, lastimado y cargado de furia y miedo. El nuevo mundo se va haciendo realidad cuando cada vez más gente se atreve a apagar la televisión (o tanta Internet); dejando de fanatizarse siguiendo un bando de lo que fuere, pensando y comportándose en línea con ese mundo en el que querría vivir. El entendimiento podría ser como la puerta de entrada al nuevo mundo, pero el umbral lo pasamos con un corazón puro en contacto con nuestra esencia.
Rafael Sabini