Torre Blanca abrió las puertas de su prestigiosa institución, que acaba de cumplir 50 años, para conocer el motivo por el que muchos jóvenes volvieron a elegir este apasionante deporte. Conocé su rica historia y sus grandes maestros.
En una nueva recorrida por Los clubes de mi Barrio, acomodamos las piezas en el tablero y nos dirigimos como un alfil hasta la calle Sánchez de Bustamante al 587.
Allí nos encontramos con El más grande semillero del Ajedrez Nacional o la Cuna de campeones, como la familia de ajedrecistas conocen a esta gran institución: Torre Blanca.
Radicada desde 1972 en la zona del Abasto – Almagro, esta asociación civil sin fines de lucro, festejó el pasado 31 de marzo su medio siglo de vida. Fundada por un grupo de jóvenes que siguieron la impronta soñadora de Rufino Marín, su primer presidente, ideólogo y emblema más importante de la institución, cuyo objetivo fue claro desde un principio: formar, practicar, promocionar y difundir el ajedrez.
Tras pasar 21 años en una vieja casa alquilada de la Avenida Díaz Vélez, Torre Blanca logró adquirir su actual sede social a poquitas cuadras del shopping del Abasto. El sueño de la sede propia se hacía realidad.
Para muchos torreblanquinos, hoy el club presidido por Leandro Plotinsky es todo un lujo. Sin embargo, los más memoriosos recuerdan aquellos tiempos donde había que pintar los tableros en puertas de maderas que se encontraban en la calle. Fueron muchos años de lucha y esfuerzo para que la grandeza de la institución se concrete. Así como lo soñó uno de sus próceres: el inolvidable “Nino” Más.
Una idea hecha club
En su hall de entrada convertida en una especie de Salón de la Fama, se puede apreciar numerosos cuadros de campeones como así también fotos de los maestros que salieron del semillero de la institución. Fabián Fiorito, Claudia Amura, Pablo Zarnicki, Rubén Felgaer, Ariel Sorín y el más reciente Alan Pichot, quien se inició desde la Escuelita de Torre Blanca, son algunos de los cuadros que se destacan. Allí nos recibió Igor Dubrovych, uno de los encargados del club que ya lleva una década formando parte de esa gran familia.
“Es un club muy familiar”, arranca la charla Igor. Y rápidamente invita un tradicional café del Bar de Abel. “Es nuestro bufetero de toda la vida. Aquí el que no conoce a Abel, no conoce a Torre Blanca”, explica con una sonrisa Dubrovych. Justamente allí, en el bufet de la sede, se improvisó una muestra de los distintos relojes de ajedrez usados por la institución a lo largo de su historia. Y a esa colección, se agregó nada menos que el primer reloj que se usó, que hasta hace días era propiedad de uno de sus fundadores, Jorge Avakian, pero que, tras su decisión de donarlo, pasó a integrar el patrimonio de lo que se puede llamar el Museo del Club.
“A Torre Blanca no solo se viene a jugar al ajedrez. Muchos vecinos y socios se acercan para pasar un buen momento. No es solamente lo que pasa en el tablero, sino también la relación social que se da en el club”, cuenta Igor antes de meterse de lleno en las razones por la cual la institución es una de la más prestigiosa del país en este deporte. “Torre Blanca lo que tiene de reconocido a nivel nacional es su semillero. Contamos con una gran escuela infantil. En este salón (el hall de entrada) está el reconocimiento a todos los chicos que salieron de la escuela infantil, que representaron al club y que fueron campeones. Obviamente como estandarte aparece Alan Pichot, que en la actualidad es uno de los mejores ajedrecistas del país que se inició en nuestro semillero y llegó a conseguir un título de campeonato mundial”.
Gambito de dama en cuarentena
Increíblemente Igor explica en la charla que la serie Gambito de dama fue un gran aporte para este deporte en la cuarentena. Logró que los jóvenes elijan otra vez inclinarse por el tablero y las piezas. “Mucha gente volvió a jugar al ajedrez por la pandemia. La serie nos generó muchísimos nuevos socios. El estar encerrados y el estreno de esa producción de Netflix provocó algo muy bueno en el club. Hubo mucho interés por aprender y otros por retornar y mejorar. Para la mayoría fue una época bastante fea, pero para nuestro deporte estos dos factores ayudaron un montón”, sostuvo. Ante esa situación, la institución creció en cuanto a su masa societaria e implementó torneos al aire libre y hasta clases y campeones on line. “La gente se sumó y eso fue fundamental para la vida del club”.
Por último, y para finalizar la recorrida por Torre Blanca, Dubrovych deja un mensaje para todos aquellos que quizás tienen ganas y no se animan a participar. “Lo más lindo de este deporte es que no tiene una edad límite. En la escuelita tenemos alumnos desde los 4 años. Y en el club hay todo tipo de edades. La cantidad de horas que uno tiene que estar concentrado en el tablero hace que la parte física y la resistencia sean claves. Si cumplís con esos dos requisitos fundamentales, no tenés ningún impedimento para jugar”.
Con la rapidez mental de un buen jugar de ajedrez, Igor se despide y pone en marcha un nuevo torneo en el club. Así es Torre Blanca, un lugar de pertenencia, un espacio de amistades duraderas y un ámbito de desarrollo personal.
Ramiro Caputo