Es una tarde gris, como la de Mariano Mores y José María Contursi, pero sin ganas de llorar, porque ella luce una sonrisa radiante que le ilumina el rostro y que hace que ese lugar ambientado en los años 40’, vuelva a la vida. Ella es Kathy Mauro, una luz que ilumina la Barbería “La Época”, en la calle Neuquén 759, del barrio de Caballito, donde nos encontramos para conversar.
Con su atuendo elegante y femenino, muestra todo el respeto que tiene por el lugar, por su dueño “el Conde” y por su público, al que agradece luego de cada interpretación. Su canto arrabalero, sentido, generoso en esencia, hace que sea distintivo por su interpretación, llena de pasión y sentimiento.
Nos invita a sentarnos y a compartir su mesa ornamentada con metales de antaño y un mármol que fue asiento de miles de cafés en otras tardes.
– Gracias Kathy por este encuentro, saber de tus inicios en la música, es algo que me gustaría conocer, el por qué y cuando comenzaste.
– “Desde pequeña en una familia de padres separados en una época polémica y de muchos prejuicios, con mi madre bailarina de tango, que fuera compañera del Cachafaz y un hermano cantante de tango en los cafetines, fue complicado. La mirada de los otros siempre fue juzgadora. Por eso, a pesar de conocer los tangos, sus letras y melodías, quedé a un costado, como observadora, sin atreverme a entrar en ese mundo. Ya entrados mis 40 años, con una familia formada, esposo e hijos, una tarde vi un cartel que promocionaba un musico que daba clases de canto, averigüé y decidí intentarlo y desde entonces no he dejado de cantar.”
– Y desde ahí ¿siempre cantaste tango?
– “No, al principio una profesora quería intentar lo lirico conmigo, ese era su estilo, pero me enseño muchas cosas, desde la respiración abdominal, haciéndome tirar al piso y con una guía de teléfono, como se usaba antes, tratar de inspirar y exhalar, para manejar el aire, era bizarro. Luego, con otros profesores ya el tango fue el destino, siempre en mi agradecimiento a los maestros Oscar Ferrari, del que canto Venganza, que era su caballito de batalla cuando hacia duelos de canto con Julio Sosa. También Raúl Cardá, Héctor Russo y Chiche Curiale (quienes participaron en diferentes orquestas y grupos musicales como guitarrista, pianista y bandoneonista, en ese orden) me dieron su aporte para no solo cantar, sino interpretar cada tango, vals o milonga con mi propio estilo.”
– Este lugar, La Barbería “La Época” ¿qué significa para vos?
– “Fue y es como mi casa, el dueño Miguel Barnes «el conde», abrió las puertas de este lugar donde con un grupo de cantantes y músicos se organizan hermosas tardes de peñas, canciones, amigos y cafés. Los viernes entre las 16 y 18 era nuestro espacio, venían los vecinos, los turistas de diferentes partes del mundo para llevarse un pedacito de Buenos Aires. Donde un piano del siglo XIX, un bandoneón con su queja o una viola con su llanto nos acompañaba para regalar nuestro sentir en las letras de un tango. Momentos maravillosos y muy especiales.”
Y tiene razón, el lugar es una fuente de inspiración por la ambientación de los años 40’, sillones de peluquería del siglo XIX provenientes de todo el país, miles de objetos que representaron otra época y muchas historias. Cada detalle y cada rincón invitan a sumergirnos en un pasado desconocido por algunos y emotivo para otros, pero interesante y sentido.
– ¿Cuáles son tus canciones favoritas y por qué?
– “Me siento muy cómoda con las arrabaleras, canto varias de Tita Merello, por ejemplo, pero no puedo irme de ningún lugar donde me presente, sin cantar «La Pipistrela». La gente me acompaña con su canto, se alegra cuando “Pongo los ojos pa’ arriba y dende mientras le afano un repollo”. Me hace feliz compartirla.”
– Qué lindo poder acercarse al otro con tanto entusiasmo y recibir el cariño del público, felicitaciones por eso. Eso sí, siempre estás muy producida ¿Por qué?
– “Porque el público deja sus ocupaciones, sale de su trabajo, deja su casa o su familia por ese rato, para acercarse a este u otro lugar donde esté cantando, y eso merece respeto, es darle lo mejor, siempre hay que valorar a quien se acerca para ver nuestro arte. Por eso el detalle desde las uñas, el calzado, la ropa, mis capelinas o sombreros, todo combinado, un buen maquillaje, peinado, todo es para que cada espectador sienta que es para él y se sienta especial, porque lo es. Cada uno nos da su calor, atención y cariño, por eso como cantante quiero darles lo mismo.”
A sus 81 años, con una hermosa y cálida sonrisa, llena de proyectos y con ganas de llevar sus canciones a nuevos horizontes, me despidió cantando entre susurros un tango canyengue y soñador, haciendo que esa tarde que era gris se convirtiera en un arco iris de esperanza.
Alba Inés López