Diciembre es un mes cargado de fuertes emociones. Naturalmente hacemos un balance de nuestro año, para proyectamos para el siguiente, y en todo ese análisis, donde repasamos lo sucedido, surgen sentimientos.
En el plano económico no recuerdo -durante la existencia de esta publicación- haber vivido una inflación tan grande. Mientras todo sube de modo abismal nuestra moneda se encuentra cada vez más devaluada, basta con comparar con el exterior, y la bajada de su valor es tan inmensa que hasta conviene el valor del metal antes que el nominal en las monedas viejas que aún corren. Esto hace que la vida se complique mucho agregando constantemente nuevas variables a tener en cuenta.
Políticamente la cosa está patas para arriba, mientras muchos se embroncan y otros se alegran por el veredicto a la vicepresidente la cuestión política queda muy desordenada, como sin rumbo de un lado de la grieta. Y uno se pregunta si la justicia no debería ser igual para todos. Y si los jueces no deberían comportarse con ética en lugar de juntarse en una estancia de algún inglés que se haya apropiado de hasta un lago para a escondidas planificar pasos a seguir. Y miramos alrededor, por ejemplo, luego de lo sucedido judicialmente en Brasil contra Dilma y Lula y otras denuncias de lawfare (guerra usando la ley) y uno se pregunta si no hay algo cierto en eso. Sin poner las manos en el fuego por nadie, pero, ¿no habrá un poder judicial, un “partido judicial” que pretende marcar la cancha? Y sino miremos a Perú, que con fuerzas de la oposición lograron encarcelar al presidente electo luego de que metiera leyes revolucionarias en contra monopolios y grandes capitalistas y, para colmar el vaso, pretendiera gobernar sin congreso. Según dice porque le hacían la vida imposible para realizar los cambios para lo que fue votado.
Como si eso no fuera todo resuenan las alarmas por el covid, con todo lo que ya nos implicó y podría implicarnos, mientras nos ofrecen la quinta o sexta vacuna experimental a pesar de que aún enferman y mueren los que tienen todas las dosis. Y sin pretender entrar en debate, pero llama la atención como se han normalizados los infartos y las arritmias desde hace un par de años a esta parte.
Sin embargo, en medio de tales acontecimientos con un panorama abrumador surge una luz entre las ruinas. Las ruinas por miles de trabajadores precarios que prepararon los estadios como prácticamente fuerza esclava en una sociedad sumamente injusta como lo es la de Qatar, para un mundial dirigido por una organización que no solo Maradona tildó como “muy corrupta”. Pero la luz es que a pesar de todo, de jueces injustos amparados por el VAR (Video Assistant Referee) que cobraron cosas prácticamente invisibles mientras dejaron pasar otras muy visibles se logró, desde la selección nacional que dirige Scaloni (que ya nos trajo la Copa América), llegar a la final! Y esa alegría, esa posible tercera copa, esa euforia es nuestra. Pasajera tal vez, pero todos saben que así como Kempes tuvo su oro y Maradona el suyo Messi hoy lo merece y mucho!
Así que me quiero quedar con esta felicidad, sabiendo que tendremos un 2023 con muchas cosas para seguir solucionando como país, pero con esta alegría que es algo que todos podemos compartir. Mostrémosle al mundo que para el 2023 también a nivel social jugaremos mejor, llevando el oro -esperanzas, trabajo, dinero y alimentos- para todos nuestros hogares.
¡Vamos Argentina, carajo!

Rafael Sabini

 

En tapa: Lionel Messi y Julián Álvarez festejando en el partido que llevó la selección a la final FIFA 2022 en Qatar. Foto: Maximiliano Luna, Télam.

 

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