Al elegir presidente el pueblo marca un rumbo, muestra su idiosincrasia en un momento dado, por decirlo de algún modo. Ya asumió el nuevo presidente electo en un balotaje arrasador en contra del ministro de Economía de un gobierno cuya fortaleza no estaba justamente en la estabilidad monetaria.
Sin embargo, la realidad es que poco del poder real quedará en sus manos. Siempre detrás ordenan grandes capitalistas que invierten en la campaña, más otros con poder de presión, así como también organismos internacionales.
Por otro lado los actores de “la película Política Argentina” siguen siendo, más o menos, los mismos que aunque pertenezcan a espacios que parecen ser antagonistas, finalmente terminan compartiendo alianzas importantes, ocupando cargos en la nueva gestión cuyo estado no disminuye y cuyas consignas de campaña se esfuman rápidamente.
Es normal que tengamos más simpatía por uno que por otro, porque representan ideas diferentes de cómo se debe administrar la “cuestión” pública y por ende nuestras vidas. Pero no es muy sensato idealizar al punto de no poder ver más allá. Todo humano es imperfecto. Todo mandatario puede tener muchos aciertos pero también muchos errores. El problema es cuando la discusión es tan básica que se transforma en un Boca-River, sin desmenuzar cada acción, cada idea. Y esto es posible en un mundo donde el pensamiento viene atrofiado.
Recordemos que el cerebro es como un músculo que se requiere entrenar, eso implica cierto tipo de análisis. Justamente las nuevas tecnologías nos proponen lo contrario, con redes sociales donde predominan las frases cortas o videos breves; más lectura rápida de titulares sin profundizar en textos… A eso sumémosle que las redes sociales de esta etapa (Internet 3.0) nos muestran principalmente lo que más nos representa, con lo cual disminuye la posibilidad del ejercicio de entender posturas antagónicas.
En nuestra cultura también predomina la idea genérica de todo rápido: desde la comida hasta un pensamiento. Esa falta de profundizar es algo que beneficia únicamente a quienes pretenden tener poder sobre los demás.
Podríamos vivir “cómodamente” (esto está más acentuado incluso en el llamado Primer Mundo) manteniendo la mente en un estado mediocre: disfrutando de los impulsos, de lo que gusta o no gusta, sin padecer temperaturas extremas, sin nunca tener hambre, sin demasiado esfuerzo… Hay incluso propuestas del transhumanismo de “potenciar” al humano con tecnología, por ejemplo, uniendo el cerebro a la red.
Por otro lado también tenemos latente esos genes divinos y resistentes que nos pueden hacer únicos y mucho más libres, solo que cuesta esfuerzo físico y mental. La elección es personal, el esfuerzo lo hace uno, sin embargo, para que tenga sentido real sería conveniente que lo hagamos con la idea de que es para brindarle al mundo la posibilidad de que persista el ser humano y no todos nos transformemos en eso que algunos pretenden que se avecine. Todo lo contrario, evolucionemos en algo superador.
Mientras tanto no vivamos ni con desmesurada esperanza ni con miedo desmedido; recordemos que el poder real de nuestras vidas lo tenemos nosotros. Con mucha virtud podremos superar la actual realidad tanto a nivel local como mundial. Respetemos las investiduras. Hagamos nuestro mayor esfuerzo para dar nuestro mejor aporte sea quien fuere quien habite, luego de su jura, la Quinta de Olivos.
Rafael Sabini