Tengo muy poca experiencia en haber sufrido robos, pero la tengo. Y sé lo que se siente cuando alguien sustrae lo de uno, más cuando se meten en nuestro espacio y lo hacen que quedamos como en un alerta máximo, medio paranoicos por un tiempo, con un sentimiento como de haber sido ultrajados. Sin embargo, los objetos van y vienen, no es lo más importante. Ojo, estoy hablado de hurtos y no de crímenes mayores donde ya ejercen violencia.
He visto vecinos detener chorros y zarandearlos violentamente. Una vuelta hasta intervine porque me pareció que se excedían, tampoco está bueno que la acción del otro modifique nuestra esencia humana. Recuerdo (disculpen mi síntesis) la fábula de un buda donde un discípulo lo ve meter la mano en el fuego para rescatar una serpiente que efectivamente lo muerde antes de que la libere. El discípulo le increpó: “¡¿Cómo sabiendo que el instinto de la serpiente es morder Ud. se arriesga en rescatarla!?” A lo que el buda le contesta: “Esa es la naturaleza de la serpiente, la mía es ayudar a todos los seres vivientes. No puedo permitir que su naturaleza modifique la mía.”
Es que la ira a veces nos hace actuar mal, nos nubla la mente y accionamos sin el control habitual. Por algo es uno de los pecados mayores para todas las culturas. Entonces surge la pregunta: ¿Cómo actuar ante la delincuencia, hasta qué punto armarse y/o responder? ¿Cuánto invertir en infraestructura de seguridad, alarmas y el largo etcétera que existen? Y noto que, a pesar de todo, nuestro barrio, y sus alrededores, son hoy lugares con relativa seguridad y con mucho personal policial. Hay zonas muy complicadas. En los diarios vemos el oeste del conurbano bonaerense con muchos crímenes violentos, las afueras muchas veces están complicadas.
Sin embargo, lo más grato y el consuelo mayor es que la mayoría de nosotros somos gente de bien, que trabajamos y somos lo más correctos que podemos. Y que no dudamos en expresar nuestra solidaridad con los vecinos en hechos y palabras. Y ésa es nuestra naturaleza… Esa es la que nos hace grandes.
Rafael Sabini