Suelo sentir el mes de diciembre, y no creo ser el único, como vertiginoso, estresante y caluroso… Pero a su vez soy consciente de que también contiene esa sensación agradable de que algo está cerrándose, terminando, para poder volver a comenzar con fuerza y en lo posible luego de un descanso. Es como que en 21 días tuvieran que entrar las obligaciones de 31… Para darle lugar a las fiestas y hasta en casos el comienzo de las vacaciones. La sensación es más o menos como apurarse para irse a dormir quedando con los ojos como los de un búho, pero en el horario correcto.
Sin embargo, las fiestas son importantes, no solamente por el sentido espiritual que simboliza el natalicio del iluminado Jesús Cristo, o por la significancia que implica un cambio de año, sino también por lo esencial de juntarse con gente y en especial con la familia. Porque el ser humano es esencialmente un ser grupal. Y nosotros somos un brote de nuestro árbol familiar, estamos directamente unidos a nuestros hermanos, padres, tíos y ancestros. Sin ellos no seríamos nosotros. Y se dice que la familia es karma, que a uno le toca la que le toca para ir “puliéndose” con esa gente.
Ese árbol genealógico nos marca, hay varias terapias en boga actualmente que insisten en la importancia de su sanación. En Oriente es frecuente decir que haciendo nosotros las cosas de modo correcto le mejoramos la situación a nuestros ancestros sin cuerpo. Porque hacer solo puede hacer quien está materializado. En esa línea nuestra vida es una posibilidad única, invalorable e importantísima para trabajar en la autosuperación. Y sin embargo, y esto puede sonar hasta paradójico: sin aferrarse, sin miedo, sabiendo que en algún momento dejamos este cuerpo que ya habrá cumplido su función.
Al recorrer mentalmente el árbol notaremos similitudes con otros árboles. Y a su vez, en seguida nuestro árbol familiar está unido a otro árbol (para empezar el de papá y el de mamá eran en principio dos diferentes). Pero si seguimos notaremos el parentesco con otros seres que hasta tal vez conocemos (primos segundos o terceros, etcétera). Y me atrevería a sostener que si siguiéramos buceando en nuestro árbol notaríamos que la humanidad es en sí un gran y gigantesco árbol familiar. De ahí que muchos hablan de hermandad entre los seres humanos. Por esa razón, al alzar la copa con tu familia también la estarás alzando por aquel, por aquella y por mí. Y viceversa. Propongo que al alzar esas copas proyectemos en nuestras mentes una realidad mejorada y más feliz para todos aquí y ahora: ¡felices fiestas!
Rafael Sabini