Los insectos son el 75% de los animales que pueblan la Tierra. Y están, como el mundo de los seres vivos microscópicos, unidos a todas las funciones vitales de nuestro planeta.
La polinización, por ejemplo, de todas las plantas, incluidos los cultivos hechos por el hombre, cuentan con el trabajo “gratis” de mariposas, guitarreros, abejorros, avispas, vaquitas de San Antonio, abejas, y tantos otros “trabajadores” que junto con el viento están fecundando permanentemente el reino vegetal.
Esto que pasa con los insectos llama la atención por dos razones: porque son las poblaciones más numerosas del planeta y porque tienen enorme importancia en la fecundación vegetal. Pero el mismo proceso de extinción ─¿o matanza?─ está alcanzando a la inmensa mayoría de las especies animales; los tigres están siendo acabados, los elefantes, los osos polares, los rinocerontes, las ballenas, los tiburones…
La vida silvestre es la que está extinguiéndose. En rigor es la biodiversidad planetaria la que está en crisis. Se habla de una sexta extinción biológica masiva en la historia del planeta y la primera en donde los humanos tienen un papel relevante; nada para alegrarse.
Andrew Kimbrell, un investigador estadounidense lo plantea así: inicialmente había una biosfera sobre la cual se fueron desarrollando y diversificando formas vitales; especies, vegetales y animales. Los seres humanos, entre los últimos aparecidos en ese reparto. Sobre esa biosfera, los humanos fueron construyendo nuevos tejidos, una sociedad, lo que Kimbrell denomina una sociosfera. Que aprovecha la biosfera para asentarse. Y sobre la sociosfera se ha ido construyendo una tecnosfera, con todos los “adelantos” científicos y tecnológicos. Y ese nuevo universo, que es nuestro asiento actual, por ejemplo en las ciudades (pero incluso en las zonas menos pobladas y rurales) se desarrolla y vive basándose en la sociosfera y la biosfera.
La pregunta es si la tecnosfera podrá autonomizarse. Y podremos vivir en ese marco, tecnológico, prescindiendo de lo social y lo biológico.
No parece sensato ni viable, aunque es el objetivo de algunos tecnooptimistas.
Por eso podemos hablar de crisis.
El despoblamiento es cada vez mayor y más extendido. Se han detectado causas. Aunque también se discute sobre ellas y su incidencia.
Centrándonos en la ya verificada desaparición masiva de insectos, podríamos hablar de dos grandes vías de agresión a la vida de estos seres para el hombre diminutos: electromagnetismo y plaguicidas (es decir, la agroindustria que da lugar al uso masivo de tales).
ONDAS ELECTROMAGNÉTICAS
Nuestro mundo está cada vez más surcado por ondas electromagnéticas.
Hay varias investigaciones que han comprobado la enorme interferencia que las ondas electromagnéticas producidas por aparatos creados por nosotros, los humanos, generan en las mínimas ondas electromagnéticas que producen los insectos. Esos choques son como los que puedan producirse entre un ferrocarril y una bicicleta. El ciclista pierde su curso, su equilibrio y a menudo su vida. Eso la pasa a abejas cuyas ondas son alcanzadas por las de cables de alta tensión, estaciones de teléfonos sin hilos, ondas eléctricas (que suelen ser las más débiles) y la multitud de ondas que la tecnología humana ha puesto en el aire, en el espacio.
La navegación aérea de los insectos sufre tremendas sacudidas con las cuales pierden totalmente la orientación. Por eso colmenas cerca de una fuente de radiación electro-magnética pierden rápidamente casi toda su población (se ha verificado que tienen p. ej. índice de retorno de un 6%, es decir casi todas mueren de cansancio, inanición u otras causas).
Sin salir del hogar, en el ámbito menos industrial imaginable, tenemos generación de ondas electromagné-ticas desde receptores radiales, heladeras, batidoras, tostadoras, secadores de pelo, televisores, teléfonos inalámbricos, computadoras, cafeteras eléctricas, aspiradoras, hornos eléctricos y hasta las casi inofensivas bombillas. Capítulo aparte, los celulares. Éstos, a medida que cubren más funciones (que más “nos enamoran”) tienen cargas electromagnéticas más dañinas.
La solución, parcial, sería el cableado de aquellos aparatos que, cableándolos, evitan ondas electromagnéticas al aire.
Pero al precio, obviamente, de la comodidad.
PROPAGACIÓN DE PLAGUICIDAS POR TODO EL MEDIO RURAL… Y URBANO
La “solución” química a la presencia de plagas ha ido revelando su costo ambiental. El sentido común decía que si expandimos venenos, vamos a tener una devolución… de venenos. Pero el optimismo tecnológico nos decía que si expandimos venenos vamos a dejar de tener plagas y vamos optimizar entonces los rendimientos que nos interesan. Los rendimientos por unidad territorial han avanzado pero a un costo altísimo: monocultivos industriales que acaban con toda biodiversidad y grandes baterías de medicamentos para enfrentar las plagas que se empeñan en sobrevivir. Tanto desarrollo tecnológico ha significado también supresión masiva de mano de obra.
Ahora tenemos población inactiva, pasivizada y propensa a enfermedades.
En cuanto a la supresión de venenos químicos, habría que encarar acciones físicas, el llamado control biológico de plagas: pájaros insectívoros, cultivo de flores y plantas que expelen olores que no aceptan determinadas plagas, y por allí elaborar cartas de alianzas y rechazos. Como en los viejos tiempos agrícolas. Tiempos que duraron milenios.
La interrogante es si el envenenamiento de los suelos que lleva pocas décadas nos permitirá sobrevivir algunos milenios, o siglos… o siquiera décadas. O si no ha sido una estúpida y ciega entrada a la aniquilación.
Luis E. Sabini Fernández
luigi14@gmail.com