Leyendo sobre la historia del soterramiento del Sarmiento fuimos repasando las acusaciones de corrupción, de dinero para aprobar licitaciones, de dinero apoyando campañas, del dinero decidiendo por sobre nosotros, la gente.
Mientras vemos a los políticos, la mayoría cada vez más enriquecidos, aunque también envejeciendo rápidamente. Con sus sonrisas socorronas, su desesperación por el manejo, equilibrando su avaricia con envidia y soberbia, aunque sin descuidar su lujuria y su gula, a veces refregándonoslas por nuestras caras en fiestas -estando todos obligadamente encerrados- o ellos en yates de lujo. Alguno se ha especializado en pereza. Y a otro se le destaca su ira.
A esta altura sabemos quiénes son. Sabemos qué representan. Y de alguna manera, lamentablemente, nos reflejan como sociedad. Conocemos del daño que nos pueden causar como país, modificando las reglas de juego. Sabemos que la casta es jodida, corruptible y muchas veces apátrida.
Pero más jodida podría llegar a ser la nueva casta que dice no ser casta. Que defiende desde las políticas económicas de Martínez de Hoz hasta las de Cavallo, además de reivindicar genocidas y hasta a la mismísima Margaret Thatcher. Con un candidato a presidente que anda como un loco enfervorizado con una motosierra insultando y gritando a más no poder.
Pero también sabemos que la inflación, que dicen sería, del 10 al 12,5% mensual es un flagelo. Que el agua, que maneja la esposa de Massa, nos subió más de 185% en menos de un año, superando lo de la inflación, aunque la boleta aún dice “con subsidio nacional”. Y no nos es posible aumentar a la par el valor de las publicidades con lo que sube la imprenta, el supermercado o el estacionamiento… Por ende, nuestros ingresos se van licuando. Como los de tantos otros.
“Ajuste”, “FMI”, “inseguridad” y un largo etcétera, todas palabras que resuenan a un par de décadas atrás. Solo falta “riesgo país”. Asuma el que fuere estamos entre dos propuestas duras, más allá de que prometan lo contrario.
Si uno no estuviera convencido puede votar el menos peor, en blanco o ni ir. Pero lo que debemos tener bien en claro es el no fanatizarnos demasiado por ninguno. Al menos hasta que demuestren que sí valen la pena. Así que mi propuesta es, votando a quien prefiera, no se las agarre con quien vota distinto. Que por elegir entre Drácula o Frankestein no nos convirtamos en muertos vivos.
Y mientras, no olvidemos que el verdadero poder de nuestras vidas no depende de ellos. Entendamos que en realidad ellos dependen de nosotros. Que nosotros les estamos dando el poder para administrar lo público. Ellos son nuestros empleados. Y ellos también son nuestro reflejo. Lo que tenemos que modificar en línea con eso es a nosotros mismos. Seamos mejores ejemplos, héroes, patriotas, éticos, lo mejor posible en lo que nos toca, así mañana podremos elegir entre ese tipo de candidatos.
Rafael Sabini