Juan Antonio Bravo luce muy saludable. A los 92 años habla con firmeza y en tono alto, acompañando sus palabras con ademanes rápidos. Y en su relato hace gala de una memoria notable, que le permite ir con facilidad hasta el 10 de diciembre de 1933, el día que su papá lo llevó al entonces Cine Teatro 25 de Mayo a ver a Carlos Gardel. Tenía sólo seis años.
Pasó el tiempo, y a fines de septiembre último su hija Patricia lo invitó a ver el musical Aquí cantó Gardel protagonizado por Roberto Carnaghi en el mismo teatro ahora convertido en el Centro Cultural 25 de Mayo. Y Juan Antonio encontró en la obra una historia muy similar a la suya.
Escrita por Mariano Saba, el musical fue la apertura de la última edición de Tango BA Festival y Mundial. Cuenta la historia de un chico que precisamente quiere ver cantar al Zorzal aquel 10 de septiembre de 1933. Lo curioso es que Saba y Bravo no se conocen.
CC 25 de Mayo
Aquella fue la última actuación pública de Gardel frente los porteños antes de embarcarse rumbo a Europa, Estados Unidos y otros países de América, viaje que terminaría casi dos años después en el accidente aéreo en Medellín que le costaría la vida.
“El 10 de diciembre de 1933 fuimos con mi papá, mi mamá y mi hermana a ver a Gardel. Estábamos en el hall del teatro esperando que arrancara el espectáculo y apareció él, guitarra en mano. Yo me acerqué para saludarlo y él me tocó la cabeza y me dijo: ¿Qué hacés pibe?”, recuerda Juan Antonio.
En la obra, el pibe que asistió al show tenía 8 años y al crecer se hizo un conocido poeta del tango (Roberto Carnaghi) a quien le rinden homenaje en el mismo escenario donde cantó Gardel por última vez en Buenos Aires.
Aquel show de 1933 había contado con la participación de los guitarristas Pettorossi, Barbieri, Riverol y Vivas, según anunciaban los afiches de la época. El día que me quieras, Cuesta abajo y Mi Buenos Aires querido, fueron algunas de las canciones del repertorio.
Afiche de los shows del 9 y 10 de septiembre de 1933 en el Cine Teatro 25 de Mayo
“Había tanta gente que muchos se quedaron afuera y no pudieron entrar –continúa Bravo-. Tanta que cortaron el tránsito y el tranvía no podía circular. Y cuando terminó la audición Gardel salió a la calle y subido al estribo de un auto cantó para todos los que se habían perdido el espectáculo”.
Desde ese día Juan Antonio es un firme admirador de El Zorzal. “Me sé todas sus canciones y vi todas sus películas”, presume. Muchas de ellas en el Cine Parque Chas, uno de los lugares que supo frecuentar durante sus 92 años de vida, todos en Villa Urquiza.
Su memoria no falla. Se acuerda como si fuera hoy el día que se conoció la triste noticia. “Papá había cazado un flamenco y lo había embalsamado. Yo me subía a caballito y jugaba arriba del pájaro. Serían como las ocho de la noche cuando en la radio se anunció que en un accidente aéreo había muerto Carlos Gardel. El locutor lloraba”.
Los detalles del cortejo fúnebre abundan en el relato de Bravo. El ataúd con claveles rojos bajado de un barco con un guinche, la carroza tirada por seis percherones negros yendo por Corrientes hacia el Panteón de Artistas de la Chacarita, el llanto de la gente. Fue una conmoción.
En el musical, la carroza es representada imaginariamente por un tranvía que transporta tres personajes del pasado que interactúan con los del presente. Una de ellas, vidente, desea contactar a Gardel (86 años después) para advertirle sobre lo que le espera. Hay que destacar la actuación de la Orquesta de Tango de Buenos Aires, que brilla con la dirección de Néstor Marconi. Está en cartel los jueves, viernes y sábados, a las 20.30, hasta el 16 de noviembre.
Diez años después del último show de Carlos Gardel en Buenos Aires, Juan Antonio entró a trabajar en el Cementerio de la Chacarita. Allí estuvo entre los 16 y los 65 años, con la única interrupción del Servicio Militar. “Cuando iba el cuidador al mausoleo yo lo acompañaba y le pasaba una franela al ataúd de él y al de la mamá. Y en la estatua de Gardel siempre le ponía un cigarrillo en la mano”, confiesa.
Mientras habla de su ídolo menciona con naturalidad a personajes importantes de la cultura, como Tita Merello y Pedro Quartucci. “Imperio Argentina siempre le decía que aflojara con los tallarines porque se estaba poniendo gordo”, chimenta. Y también le salen nombres importantes del deporte, como Adolfo Pedernera y Alfredo Distéfano, que viajaban frecuentemente en el elegante automóvil Plymouth de su padre, dirigente de River cuando se construyó el actual Monumental. “La bolsa de cemento costaba un peso”, dice con precisión.
CC 25 de Mayo
Además de Gardel, Juan Antonio tiene otros dos hobbies. Uno, los trenes eléctricos. En la casa de Villa Urquiza donde vive desde que nació tiene una mesa de 3,60 por 2 metros que cuenta con barreras, ocho señales, cuatro cambios y un puente giratorio que le permiten hacer circular hasta cuatro trenes a la vez. “Ahora cuando llego a casa me pongo a jugar con los trencitos. No más de quince minutos, porque se recalientan los transformadores”, describe.
El otro, los barriletes. Lleva hechos como 30, cada uno con su temática particular. “Hice uno con el Submarino San Juan, otro para Manuel Belgrano con los colores de la bandera, ayer terminé uno de San Lorenzo y hoy uno de River”, enumera. Los hace volar en Mar de Ajó, a donde viaja seguido para visitar a parte de su familia y donde sus creaciones ya son famosas. La gente se junta a admirar su trabajo, le sacan fotos y graban videos. Una mujer hasta le quiso comprar uno.
-Barriletes y trencitos eléctricos: ¡un pibe!
-Un pibe grande ya –se ríe-. ¿Qué voy a hacer? ¿Adónde voy a ir? Yo me divierto.
Piensa unos instantes y vuelve a los barriletes: “Los pibes… se terminó: ya no hay nadie que haga nada”, se queja con tristeza. Pero enseguida hablando de pibes se acuerda que tiene un bisnieto llamado Franco “¡Flor de pistolero!” y de su nieto y de sus sobrinas: todos lo cuidan. Y él sonríe.
Vuelve a Gardel y como para demostrar que se sabe todas sus canciones, espontáneamente se pone a cantar temas célebres: desfilan Qué fenómeno Dios mío, Enfundá la mandolina, Chorra y Por una cabeza.
“Gardel fue un embajador. Nos hizo quedar bien en todo el mundo. Cantó hasta para los Reyes de España. Cualquier traje le venía bien”, concluye Juan Antonio. “Nadie lo ha podido superar. Fue un ídolo en toda la República Argentina”. Hace una pausa. Mira hacia arriba y juntando las manos como en una plegaria dice con brillo en los ojos: “¡Qué bendición me diste, Gardel! Desde el Cielo me estás mirando”.
Fuente y fotos: GCBA