La reciente determinación del gobierno nacional de suspender por un año la pauta oficial, tiende un manto de incertidumbre y desolación sobre el futuro inmediato de los medios de comunicación comunitarios y autogestivos, cuya estructura económica/financiera dista mucho de asemejarse con la de los grandes medios hegemónicos.
Como entidad que nuclea a varios de esos medios comunitarios porteños, desde la Cooperativa de Editores de Medios de Buenos Aires (CEMBA) reafirmamos la labor periodística insoslayable que históricamente realizan, no solamente en materia informativa sino también comunicando a los vecinos y colaborando en la recuperación del tejido social en cada uno de los barrios de la Ciudad. Lejos de sostener su tarea en base a prebendas del Estado o al intercambiando pueril de pauta por adoctrinamiento, nuestros medios levantan a diario la bandera de la independencia y la investigación periodística, como única estrategia genuina para mantener el contrato de lectura que nos une con cada uno de los integrantes de la comunidad local.
En ese sentido, es necesario establecer una diferencia -notoria por definición, pero difusa para muchos- entre quienes juegan a hacer periodismo por redes sociales y quienes ejercen el oficio con profesionalismo y compromiso. Aunque haya quienes pretendan equipararlos, los primeros jamás podrán reemplazar a los segundos en su rol de informar. De allí la necesidad de que la pauta oficial sea democrática y federal, para que desde el Estado se favorezca la diversidad de medios y su sostenibilidad, derivada del hecho de que la libertad de expresión protege por igual los derechos de emisores y receptores. La ecuación es simple: si la función de la pauta es difundir los actos de gobierno, la principal damnificada con su quita es la ciudadanía.
De allí que la decisión de terminar con la pauta oficial afecte de manera directa el derecho a la comunicación, la pluralidad de voces y la libertad de expresión.Pero, además, medidas de este tipo colaboran en aumentar la disparidad y la concentración para acallar voces y limitar la democratización de la palabra.
A diferencia de los medios hegemónicos, los medios comunitarios apuntalan su tarea pura y exclusivamente en base a su labor periodística. No son empresas en las que lo periodístico es apenas la pantalla de un holding monstruoso que nuclea diversos emprendimientos comerciales vinculados a rubros tan diversos como la telefonía satelital, los servicios de Internet, el papel prensa, la explotación de campos de soja o algodón y hasta la organización de competencias deportivas (todas manteniendo un estrecho vínculo con el poder de turno). Aquí lo que prima es el periodismo y la pasión por informar.
Sin embargo -y pese a la lucha de diversas entidades del sector- los medios comunitarios se llevan apenas el 4% del total de la torta de la pauta oficial. Una porción más que diminuta que se licúa día tras día como consecuencia del proceso inflacionario y los permanentes atrasos en los pagos, pero que resulta crucial para sostener trabajo y democracia.
Alguna vez, el cuentista infantil Hans Christian Andersen dijo que “la prensa es la artillería de la libertad”. Sin embargo, en esta acuciante paradoja libertaria, los medios comunitarios nos estamos quedando sin cartuchos.
CEMBA