Vivimos en una época muy convulsionada, nos llega información de todo el mundo y fácilmente sentimos que está todo patas para arriba. Pero los que tenemos algunos años podemos fácilmente recordar que antes pasaba lo mismo, basta con releer Mafalda (que salió entre 1964 a 1973) con todas las problemáticas que observaba en aquellos años para comprender que el mundo ya andaba convulsionado y en guerras. Ni hablar si vemos su historia (a muchos historiadores les encanta enfocar en las guerras y las monarquías). Desde que tengo uso de razón el mundo es caótico; o al menos permite que uno lo pueda ver así… Porque la verdad es que también es perfecto y hermoso si uno opta por esa mirada.
Pero a partir de las últimas décadas del siglo pasado algo sustancial cambió. La diferencia con la era analógica es que todo era un poco más lento, las noticias venían por radio, TV o papel, no como hoy al instante por Internet. Quienes publicaban tenían el prestigio del oficio e incluso muchos creían en la objetividad periodística. Sin embargo, no idealicemos, los medios, también entonces, tomaban partido por sus conveniencias. El lector inteligente siempre debe saber cuál es la fuente para conocer la intención e interpretar, según su propio entendimiento, la verdad.
Cuando la lectura baja, el poder de análisis también lo hace. Y convengamos que, al menos para mí, no es lo mismo leer en papel que informarme digitalmente. Leer un libro de modo digital me agota y me cansa mucho la vista. La lectura en papel puede ser una experiencia muy placentera, aunque el texto sea profundo y complicado. Si a éso le sumamos informes impersonalizados y sin fuentes en forma de videítos llevaderos que muchas veces nos entregan las redes sociales porque los algoritmos dicen que eso nos puede gustar, bueno, entonces podemos estar bastante seguros de que nos están manipulando. Y por la tecnología que hoy manejan las grandes corporaciones cibernéticas y ciertos estados podemos también estar seguros de que estamos mucho más controlados que antes.
La solución es, tomando lenguaje pre mundial de fútbol, “parar la pelota”. Hay que detenerse de vez en cuando. Ahí veo dos opciones, primero: concentrarse en, por ejemplo, la respiración y solo meditar, y otras veces parar la entrada de información y solo analizar, pensar. Luego, rutinariamente, siempre cuestionar la información… “¿A quién le sirve comunicarme ésto?”, “¿Qué sector se beneficia con ésto o aquello?”, etcétera. Y no confiar en las fuentes que dicen que chequean, porque sabemos ya que su intención también tiene línea ideológica y además apoyan la censura. Y la censura no va nunca de la mano de la ciencia, ni de la democracia y su libertad de expresión.
Tampoco sería mala idea retomar el hábito de la lectura, tranquilamente podría ser literatura, solo leer, entender otra mente, observar otro mundo posible. Y hablar, charlar con amigos, ese café o mate que la pandemia nos quitó y por suerte, poco a poco, fue volviendo.
No está todo perdido. Todo lo contrario, creo que podríamos ir hacia lo futuro confiados de que tenemos un porvenir superador para todos. Siempre que no perdamos la capacidad de pensar.
Rafael Sabini