La niña que esa tarde en la playa miró el fogón y se maravilló por las canciones acústicas al poco tiempo emprendió una aventura que dura hasta nuestros días. “Yo quiero eso”, dijo. Así empezó a cantar, después fa, giró por los escenarios y hasta grabó un disco. Se reinventó y de una sentada escribió un cuento para infancias, el primero de una extensa trayectoria de dos décadas y más de 20 títulos que alegran las horas en aulas de todo el país. Cambiaron los lugares, cambiaron las herramientas, pero “eso” siempre está: poder expresarse, crear, que las palabras den espacio a la magia y el movimiento. “Ya de chica me decían que lo mío iba para ese lado”, bromea hoy la narradora y vecina Silvina Rocha.

Aparte de aquel verano en Villa Gesell con su familia, Silvina recuerda de su Florida natal, allá en el conurbano norte, una biblioteca bastante nutrida, con tomos de Mafalda como guindas del postre que la llevaron por el camino de la curiosidad.
Entrada la adolescencia llegaron las primeras clases de canto. “Así empecé, soy una eterna estudiante, curso de todo, nunca recibida, sigo estudiando hoy”, asegura ya curada de espantos. Terminada la secundaria, en plena década del noventa, rumbeó derecho a las aulas del conservatorio Manuel de Falla, en de la zona del Abasto, y las del Sindicato Argentino de Músicos, en Almagro.
Fuera del horario de clase, seguía en contacto con músicos de distintos palos y miradas, con los que empezó a bajar a tierra varios proyectos. Uno de ellos era salir de gira por bares y centros culturales de under local. “Se hacía una moneda, llegamos a tocar incluso en el Abasto apenas reabrió”, evoca la vecina.
“La década del noventa fue nefasta a nivel social y económico, pero había una energía especial, se venía de la recuperación democrática, había una efervescencia cultural, sobre todo el under. También empezó una camada joven a vincularse con el tango desde una mirada contemporánea”, repasa Silvina, protagonista y testigo directa.
Mientras sumaba horas de vuelo y de a poco le ganaba a la timidez en el escenario, su voz y su palabra empezaba a empaparse del habla y sentir tanguero. “Tuve un flash por las letras, es alta poesía, grandes autores”, recuerda y menciona que incluso llegó a tener una banda que se llamaba Las Mareadas, un guiño a la canción con letra de Cadícamo y música de Cobián que entonaron la Gata Varela, Julio Sosa, Baglietto-Vitale y un sinfín de artistas de todos los tiempos.
Es más, en medio de la revelación tanguera, Silvina tuvo hasta un descubrimiento familiar ligado al dos por cuatro: “Un montón de años después y en medio de este gusto por el tango me vine a enterar que mi tío abuelo había sido guitarrista y que había tocado nada más ni nada menos que con Carlos Gardel. Se llamaba Juan Raggi”, asegura la vecina. Con un paso a vuelo de pájaro por internet aparece la extensa trayectoria del músico y antepasado.
En ese momento de efervescencia se gestó la veta cantautora de Silvina, en la que puede rastrearse el amor por la Ciudad de Buenos Aires (“Permanecer en tu nostalgia de duendes y quimeras”) justo en el momento en que se mudaba a la zona del Abasto, en una calle que hoy linda con el Parque de la Estación pero que en ese momento tenía el “paredón oscuro del tren”. Pese a “lo pesado que era en esa época”, el deslumbramiento por la zona del Abasto prevaleció y se mantiene reluciente.
Otra característica en su clave de compositora ha sido el elogio a grandes mujeres de la historia y la cultura. Así, nace “Mujeres-Canciones urbanas”, su primer disco, editado en 2004 de forma independiente. Además de estar dedicado a su “pequeña mujercita, M” (su hija, que en ese momento era pequeña), este material incluye reversiones de canciones emblemáticas como Naranjo en Flor y Afiches, a la vez que hay varias de sus canciones, algunas dedicadas a Alfonsina Storni, Eva Perón y Alejandra Pizarnik. “En tus días de sueños que perduran, tu refugio es la palabra contra toda la locura”, escribió y cantó Silvina sobre esta última.

“Hoy escucho el disco y hay cosas que no me cierran, pero muchas canciones me gustan cómo quedaron. Hablando con amigas y músicas de esa época me resaltan que elegí poner en primer plano la cuestión de las mujeres”, indica Silvina.
Entre los recitales en el under y la salida del disco hay una bisagra, un quiebre personal de la mano de la propia situación del país: “Había empezado a componer mis canciones y seguía tocando en vivo. En 2001, con mi hija recién nacida, surgió la posibilidad de ir a trabajar a España. Acá explotó todo y yo estaba allá, pero las cosas no se dieron. Era un momento en que todos se querían rajar de acá y yo quería volver”.
Un vuelo de costa a costa y un colectivo de Ezeiza al Abasto después, Silvina estaba de vuelta en el barrio, en lo suyo.
Esta vez, la aventura iba a llamarla de improviso. Una tarde, de una sentada, escribió un cuento para chicos, algo que jamás había hecho y tampoco tenía mucha idea de cómo rumbear. Un poco de ojo, de instinto y curiosidad, la misma que le quedó latiendo a la hora de pensar cómo seguir con eso.
“En esa época, luego de acomodarme, daba clases de canto. Un día tenía una alumna que además dibujaba y había publicado en varios lugares. Le pregunté a dónde podía mandar el cuento. Me dijo que había una página que se llamaba Imaginaria, que la bancaba una empresa de telefonía. Era un portal que en ese momento miraban muchos editores. La página te cruzaba un texto con una imagen. Mandé el cuento y lo vincularon a una dibujante, que lo ilustró”, recuerda Silvina sobre aquella internet incipiente.
“En el medio, yo estaba en pareja con un diseñador. Contactamos a la dibujante y le propusimos hacer un libro álbum (textos breves e ilustraciones inmensas). Los concursos sirven para ponerte a trabajar y tener un deadline. En mi caso, así empezó mi carrera para escribir para chicos”, se sincera Silvina.
Con los años, la vecina del Abasto trabajó para distintas editoriales, de sellos independientes a grandes popes del sector, incluso algunas ediciones de autor. Sus temáticas han variado a lo largo de los años, pero prevalecen los relatos de personajes enérgicos, las vueltas de tuerca entre el ingenio y lo risueño, la ternura de las grandes acciones.
En estas dos décadas, Silvina publicó una veintena de trabajos, muchos de los cuales ganaron premios y llegaron a las aulas de estudiantes en todo el país. “Me han invitado a ferias del libro organizadas por las propias escuelas, el recibimiento es con mucho cariño y es una gran emoción ver que los chicos y chicas trabajaron sobre mis libros”, asegura la autora.
A la par, Silvina, con la curiosidad que también anida en sus personajes, abre el juego en el presente y también reparte su tiempo en la escritura de una nouvelle sobre Lola Mora, la icónica escultora argentina de principios del siglo XX. Con la premisa de homenajear a las grandes mujeres tal como hizo en su disco, ahora bucea en aquella belle époque criolla. Cuándo estará listo, cuándo y cómo se publicará son preguntas por ahora que no la inquietan ni la apartan de su trance creativo.
Las llamas de aquel fogón playero siguen ardiendo en el sentir de la vecina del Abasto. La premisa “Yo quiero eso”, quiero expresarme, continúa latente: las palabras están aquí, dando espacio a la magia y el movimiento.

j.M.C.

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