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22 de octubre de 1977

"En los primeros meses del golpe de estado de 1976, la dictadura dispuso más de 600 Centros Clandestinos de Detención. Hubo un CCD por cada 44.000 habitantes. Para tener una idea aproximada, ese número equivale a la capacidad total de espectadores de la “Bombonera”. Sólo en el CCD El Olimpo, fueron ejecutados 650 detenidos, lo que equivale casi a todos los alumnos ingresantes-matriculados del año 2010, en las once carreras de la Facultad de Ciencias Sociales de la UNSJ. Todos los CCD contaban con una o más salas de tortura, viviendas para los torturadores y guardias, algún tipo de servicio médico y servicios religiosos para el personal militar o policial. Es erróneo considerar al acto de tortura como una mera relación entre individuos sino, en su fundamento. El acto de tortura es la expresión de un conflicto socio-político. El sujeto particular, secuestrado, detenido-desaparecido, era objeto de tortura (y/o muerte), no en tanto persona aislada, sino en su condición de parte o representante de un determinado grupo social. Cada Centro Clandestino de Detención y Exterminio, fue una tecnología terrorífica, destinada a actuar sobre el conjunto de la sociedad y no sólo sobre una víctima específica. El objetivo buscado tenía un doble fin: anular a un sujeto activo y paralizar al otro mediante el miedo, implantando un estado de amenaza social. Eso es, en pocas palabras, el terrorismo de Estado. Unas mujeres lo desafiaron. El 22 de octubre de 1977, 12 mujeres de entre 50 y 60 años, comienzan su lucha para recuperar los hijos de las embarazadas que dieron a luz en cautiverio, el “botín de guerra” de la dictadura: eran las Abuelas de Plaza de Mayo.
Desde aquel montoncito de carne apretujado en un cuerpo que nos anidó hasta devenir humanos, necesitamos de las palabras para recorrer ese sendero. Palabras que sirven no solamente para llamarnos por nuestro nombre, sino también que nos enlaza con las historias de otros. En definitiva, para llegar a ser necesitamos ser relatados. Desde el inicio, desde el momento en que somos pensados por el mundo adulto que con su unión permite la aparición de nuestra presencia hasta que tomamos esas palabras y las utilizamos para decirnos, para interrogarnos, para interpelar al mundo, para confrontar con lo instituido y así crear nuevos mundos posibles.

Así es posible pensar a la identidad, dejando de lado la antigua ligazón que decía que la identidad era aquello referido a lo monolítico, a lo compacto, en definitiva, a la conciencia. Si bien sabemos que hay algo que permite que podamos decir “Yo”, también ya no hay dudas de que la identidad refiere a una inserción en una cadena filiatoria, en una historia.
Es importante decir que gran parte de este giro copernicano que significó pensar de este modo la noción de identidad, se lo debemos a las Abuelas. Estas madres de madres, que entre los escombros de la catástrofe producidos por la última dictadura clérico-cívico-militar ocurrida en nuestro país salieron a buscar las huellas de sus hijos a través de las viditas de sus nietos, permitieron resignificar el valor de la identidad al punto de lograr para ella el reconocimiento internacional de la categoría de derecho.

Cada octubre nos recibe con los brazos abiertos y el corazón expectante. Porque fue un octubre el que vio nacer a las Abuelas Argentinas con Nietitos Desaparecidos. Y así como los nietos bautizan a sus abuelas con los nombres más dulces para sus corazones, ellas se dejaron rebautizar como las Abuelas de Plaza de Mayo.

Entonces el 22 de octubre de cada año se celebra el Día Nacional del Derecho a la Identidad, en conmemoración al inicio de la lucha emprendida por nuestras Abuelas de Plaza de Mayo. Identidad construida desde el encuentro de la sincronía con la diminuta estructura del ADN, las fotos rescatadas del olvido, las palabras que aguardan a ser dichas por parte de las familias que aun buscan, los relatos de los testigos y las víctimas que visibilizan lo ocurrido en nuestro país, hasta las sentencias que restituyen – por medio de la justicia y sólo a través de ella – la verdad singular y colectiva.

Sabemos del valor de la identidad, porque la supimos perdida, en riesgo, atacada, rasgada, vapuleada, robada, arrebatada. Sabemos de la importancia del respeto que le debemos gracias a la lucha y la búsqueda incansable de las Abuelas. Sabemos de su merecida condición de derecho gracias al testimonio de los nietos recuperados. Ellos nos ratifican que quienes fueron apropiados y despojados de su genealogía encuentran en la restitución de su identidad una inscripción genuina, confirmada por la memoria colectiva que vive en la comunidad, fortalecida por la verdad y legitimada por la justicia. Los 107 nietos recuperados hasta hoy se convierten así en testimonio genuino del triunfo del amor sobre la muerte.

Vivi & José




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Revista El Abasto, n° 148, octubre 2012.

 

 

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